El zaguero central flamante campeón de AFA y uno de los capitanes del equipo se paseaba por el lobby del hotel en el Valle de Punilla fumando plácidamente un Benson & Hedges. Era el primer día de la pretemporada después de conseguir un título histórico.

Uno de los medios de la ciudad envió para la cobertura a uno de los periodistas más jóvenes de su plantilla, inexperto, que se alojaría en el mismo edificio que los futbolistas. Es más, almorzaría y cenaría con los utileros. Eran otros tiempos, el contacto entre los deportistas y la prensa era muy cercano.

Cuando el periodista irrumpió en la sala, la voz del zaguero, bastante chillona para su envergadura y con tonada típica, retumbó en todo el hotel: “¿Quién fue el pelotudo que dejó entrar a los periodistas (aunque era uno solo)?”.

El novel hombre de prensa se frenó torpemente, pero tomó coraje y siguió su camino hacia la barra donde lo esperaba un empleado del hotel para cumplir con los trámites del alojamiento.

El que se había referido a él casi sin mirarlo era una estrella de aquel equipo que vivía uno de los momentos más importantes de su historia.

El zaguero se sintió descubierto. Fumar nunca fue una buena opción para los deportistas, por eso siempre lo hicieron, y lo hacen, a escondidas.

Pero en aquella época la costumbre era mucho más masiva. La mitad de ese plantel fumaba. Con el capitán a la cabeza. Pero en privado, o dentro de ámbitos lo más reservados posible. Y aquel hotel estaba contratado exclusivamente para que se alojara el plantel campeón.

El zaguero, de gesto adusto y duro, pero domesticado con el tiempo por el trato cercano, había quedado expuesto. Sabía que su acción tenía condena social, aunque el hiper profesionalismo todavía no había llegado al mundo del fútbol en los niveles que tiene hoy.

Marcos no ocupa un lugar en la columna de los ejemplos, aunque seguramente nunca se propuso serlo

Por eso fue muy sorpresiva la decisión de Marcos Rojo de ponerse a fumar en el medio de los festejos de Boca tras ganar la Copa de la Liga Profesional.

Cada uno es dueño de hacer lo que se le ocurra, pero también esclavo de su imagen. Y Marcos no ocupa un lugar en la columna de los ejemplos, aunque seguramente nunca se propuso serlo. Ni siquiera tiene la obligación.

Tomando cerveza y fumando un cigarrillo no es la mejor forma de festejar un logro deportivo por más que ninguna de las dos acciones esté prohibida fuera de los escenarios donde se compite.

¿Cuántas veces se vio a un deportista fumar en pleno campo de juego? Nunca. De hecho los entrenadores tienen prohibido fumar en el banco de suplentes.

Menotti devoraba sus Parisiennes durante el juego, pero ya no es posible.

Hay muchas historias de fumadores en el fútbol.

Uno de los futbolistas más importantes del fútbol argentino en su puesto, quizás el mejor de la historia y capitán, dueño de un récord inigualado, era un fumador casi compulsivo.

Un mediocampista rosarino de incansable despliegue dentro de la cancha también era un fumador empedernido. Y corría como si sus pulmones fueran los más limpios del mundo.

Pero evidentemente no son sólo historias del pasado, el presente también tiene, seguramente, muchos exponentes amantes del cigarrillo.

El problema es cuando se hace público, allí el mensaje no es el mejor y la imagen se deteriora.

Es probable que a los 32 años y habiendo jugado dos mundiales, a Rojo no le interese demasiado, pero no es lo adecuado.

Tampoco lo es para Boca, menos para el fútbol argentino.