Siempre en la incansable búsqueda de “la tierra sin mal” se me vienen amontonando en mi mente y también en mi corazón, algunas preguntas irresistibles.

¿De dónde sale el dinero que financia las campañas electorales? ¿Será como aseveran algunas investigaciones periodísticas que en primera fila anotan numerosas grandes empresas y por detrás registran actividades propias de la corrupción, de los “negocios” tan conocidos como inconfesables?

Si fuera así cabe preguntarse, entonces, ¿qué grado de libertad operativa tendrían los candidatos elegidos que casi siempre pertenecen a los grupos que hacen las campañas más publicitadas e impactantes? ¿A quién o a quienes estarían respondiendo en el ejercicio de sus funciones?

Los grandes grupos económicos ¿no son los que cumplen los postulados del sistema vigente, que son “acumular” y “despojar”? Y la corrupción ¿no es la que “compra” todo y a todos los que necesita para seguir garantizando la impunidad necesaria y así sostenerse y crecer?

¿Será que las dos columnas de dichas campañas son la perversión y la corrupción? La primera para garantizar la riqueza en pocas manos, con el precio maldito de la pobreza y la miseria. Y la segunda para sembrar terror, deshumanización y muerte.

Digo todo esto para denunciar abiertamente al “dios-dinero” que, en definitiva, parece seguir “gobernando” con muchos colaboradores “piadosos” que le rinden culto sacrificando a las mayorías empobrecidas y amenazadas. Y porque creo que estaría bueno disponer de una transparencia que responda a mis preguntas. También porque, si apuntamos con Esperanza a “la tierra sin mal”, tendríamos que hacerlo con los ojos abiertos y el corazón libre.