Si estamos atentos al final de la novela de Martín, Cristian Lanatta y Víctor Schillaci –capturados en Cayastá por la policía santafesina– y al comienzo de la otra novela, la judicial, sobre el tema central que es la causa efedrina, no hemos de dejar pasar una valiosa lección. 

Porque cayó estrepitosamente el mito de que Santa Fe es la cuna y el centro del narcotráfico nacional. Una mentira esgrimida por años, que provocó un inmenso daño y que lamentablemente, es verosímil porque cuenta con una base de verdad. Nadie puede negar el gravísimo problema provincial, o que los puertos provinciales sean un centro logístico de entrada y salida de mercadería en un país con fronteras que nadie controla. O que los gobiernos santafesinos anteriores no hayan podido resolver el problema, pero aquí queda claro que el tema es estructural. Y que requiere de un esfuerzo serio, relegando a un segundo plano los encuadres políticos y vedetismos superficiales para atribuirse triunfos parciales y hasta insignificantes al lado del problema global del narcotráfico nacional. 

Como sostiene el criminólogo Claudio Stampalija, miembro del Observatorio de Prevención del Narcotráfico (Oprenar), existe un problema de base. Que las fuerzas de seguridad provinciales, federales y servicios penitenciarios –otra vez, provinciales y federales–, son una mezcla de ineficiencia, corrupción y voluntarismos. Y que muchos distritos repiten la fórmula ancestral de otorgarle a la fuerza un altísimo grado de autogobierno, sin contralor político. Sin control de gestión y con poca injerencia civil. Sólo en una tradición de fuerzas antidemocráticas esta mirada tiene lugar. Con el tiempo y la incorporación de nuevos cuadros esto fue cambiando, pero no se termina de plasmar en la cultura institucional policial, sea del distrito que sea.

El otro mito que cayó es el realismo mágico que proponía en campaña “light”. No existen soluciones mágicas y la intención pareciera que fue, al terminar el año y comenzar este convulsionado enero, transformar desde el cambio de mando en la provincia de Buenos Aires. 

Quedó claro que no dimensionaron el grado de descomposición de muchos cuadros de los servicios policiales y penitenciarios. Y que necesitan de recursos humanos capacitados y decididos. Protegidos y especializados. Citando, otra vez, al doctor Stampalija, a quien entrevistamos en Radio 2, hubo “una porción importante de inegenuidad”. Reflejos lentos y para colmo, un malestar generado con las fuerzas santafesinas que tenían que colaborar porque tenían a los tres prófugos en el territorio provincial. El sábado, en la captura fallida, hubo premura en felicitar por Twitter, como en campaña electoral, a la gobernadora María Eugenia Vidal. Esto arrastró a los funcionarios santafesinos que, incluyendo al gobernador Miguel Lifschitz, felicitaron en la red social a sus propias fuerzas. Como para no quedar afuera en un mensaje hacia el público en general pero también hacia su propia gestión.

En el siguiente capítulo, el vicegobernador Carlos Fascendini levantó el perfil y comunicó sin que le pregunten, que al final a los prófugos los tenía la policía provincial. Después, el gobierno se llamó a silencio hasta reunirse con la ministra de Seguridad Patricia Bullrich, el secretario Eugenio Burzaco y el ministro bonaerense del área, Cristian Ritondo. Luego fue el turno de la conferencia de prensa de todos ellos con el ministro de Seguridad Maximiliano Pullaro, el de Gobierno, Pablo Farías y el jefe de la Policía Rafael Grau.

En todo esto Grau es el que se lleva el mejor desempeño. Porque nutrió a Pullaro de la información correcta durante la captura fallida, porque siempre dijo que habían capturado sólo a Martín Lanatta. Ese camino de apego a lo más estricto de la información deja atrás el hecho de que Lanatta ayudó a la investigación al volcar el vehículo en que escapaba o que el sereno Martín Franco estaba muy atento y fue acompañado de policías de Cayastá por iniciativa propia. Que no se malinterprete, es correcto destacar que la policía estaba detrás. Pero no es menos correcto decir que el cebo para atraparlos fue un civil. 

Seis cosas que sacamos en limpio 

-No se puede subestimar las conexiones de la narcocriminalidad.

-Bajar el nivel de sobreactuación y dejar de culpar al gobierno anterior.

-Relacionado con el anterior, un trabajo silente y coordinado entre jurisdicciones, que siempre se disputarán poder y liderazgo.

-Capacitación de las fuerzas federales, incluso y como aconsejan especialistas, con experiencias latinoamericanas recientes. Cortar con el falso nacionalismo de que no hace falta. 

-Generar una mística: que los agentes de seguridad sepan que jamás obtendrán, por elevado que sea su sueldo, dinero acorde a ofrecer la vida en servicio. 

-Compromiso de los civiles.

-Aporte de los organismos de inteligencia capaces de procesar información como la Agencia de Inteligencia (AFI). Nadie explicó sin intervino o no en todo esto. Lo mismo cabe para el combate al narcotráfico de organismos como la Unidad de Información Financiera (UIF), que no lleva la palabra “Inteligencia” por su connotación negativa en nuestro país. Inclusive Afip y la Procuraduría de Criminalidad Económica y Lavado de Activos (Procelac), que depende del Ministerio Público (fiscales). 

La pista falsa fue no dimensionar la complejidad de la narcocriminalidad. Fue seguir a tientas. Haber continuado con el modelo de autogobierno de las fuerzas.

O complicidad o ineficacia imperdonable. No basta con que los funcionarios sean honestos y con capacidad de trabajo. Como Raúl Lamberto. Lo bueno es que una parte de la totalidad de las fuerzas no está contaminada.

Los funcionarios deben estar preparados para todo, incluso para morir. Todos los días, a lo largo de meses y años, hay que solucionar algo. Cada día un problema menos en este contexto oscuro. Todo costará mucha plata y mucho tiempo. Sí, a lo largo de meses y años, mensuras impensadas en la Argentina del vértigo permanente.