“Estamos satisfechos porque hemos avanzado contra el delito de guantes blancos, esos que siempre se escabullen en sus altas jerarquías sociales”, dijo entusiasmado hace días Rolando Galfrascoli, subsecretario de Inteligencia Criminal de Santa Fe. Horas antes y por orden del fiscal Sebastian Narvaja se habían allanado propiedades particulares y varias oficinas de un grupo de personas vinculadas a la autollamada “megacausa” de estafas inmobiliaria y presunto lavado de activos de “dudoso origen”. Todos terminaron detenidos negociando sin éxito y por un dinero desmedido la urgente libertad para evitar pasar el fin de semana en prisión.

En esas horas en las redacciones periodísticas se elucubraban teorías con la poca información oficial. Qué, quiénes, cómo, cuándo, dónde y porqué del acontecimiento. ¿Narcolavado?  “Atrapamos a ladrones de guantes y cuellos blancos”, decían los funcionarios. “Una pirámide que arranca con esto y hasta ahora no se sabe dónde termina”.

En los últimos cinco años convivimos con muertes criminales, la causa Vienna, los Monos, el tridente diabólico Cantero, Medina y Alvarado, la cocaína que va y viene. Las cocinas, Berni y Pato Bullrich, el otro Pato, Lamberto, las barras del fútbol y los 14 tiros a la puerta de la casa de Bonfatti. El Gordo Lanat. que estigmatiza a Rosario porque #procuantopagaste y las torres de edificios que Dios sabe con qué dinero se hicieron. Los bunkers, en el barrio todos quieren tener un búnker. Cana corrupta. Tognioli preso narco. Monchi Cantero prófugo viviendo a lo bacán y otro Pato esperando que alguien le baje los dientes de un tortazo.

Tres muertos inocentes por la violencia delictiva empujaron a 40 mil personas a la calles de Rosario a pedir mano dura, mano justa, lo que sea. ¿“Qué pasa que no pasa nada?”, se preguntó desesperado ante un cronista el papá de Nahuel Ciarroca, un pibe muerto de un tiro por intentar defender su celular de un ladrón de poco peso y mucha crueldad.

¿Vergüenza, presión, miedo? Los dirigentes de la política se pasan factura, se mandan gendarmes y reporteros oficiales que difunden propagandísticamente toda foto conveniente. Porque yo te voy a salvar. Solo yo.

Y el miércoles 12 de octubre amanecimos con ese fiscal joven y atrevido que pateó puertas, abrió caja fuertes, se llevó computadoras y detuvo intocables de habanos y trajes comprados en la Quinta Avenida. “Van por todo”, dice alguien desde el operativo. ¿Todo? ¿Qué es todo?

Hay una historia que el microclima periodístico desea presentar algún día: que la Justicia determine quiénes son las cabezas de la utilidad económica generada por el narcocrimen. Dónde y que caminos recorre la riqueza de la venta de drogas en Santa Fe.

En el año 2004 Miguel Wiñazky, (periodista y en ese entonces docente del máster periodístico de Clarín y editor general de la web del diario. También papá de Nicolás, el que trabaja con Lanata) editó un texto sobre los deseos informativos de “la gente” “el pueblo” “la masa” “la opinión pública” o como graficó en los 90 Bernardo Neustadt, “Doña Rosa”. En el libro-ensayo, usando varios ejemplos como las muertes de Yabrán, Carlos Menem Jr. o Malvinas, describió que “vivimos bajo el imperio de la noticia deseada. Aquella en la que la opinión pública quiere creer”. Historias que sin ser necesariamente reales resultan verosímiles en el ojo veloz del espectador que en forma inmediata da cuenta con argumentos ficticios de ese acontecimiento que nunca sucedió.

“El montaje de la noticia no es un proceso gestado solo por los medios que la emiten, sino también por las audiencias que la desean”, dice Wiñazki. “Las audiencias no sólo escuchan. Oyen, pero también leen, se sumergen en universos televisivos y digitales y configuran teorías y supersticiones”, explica en el texto

“Se trata de grandes masas de seres humanos, en gestos y vibraciones comunes, que se constituyen en una comunidad de creyentes, en una feligresía que, efectivamente, cree en aquello que por sí misma ha construido, aunque se trate de delirios tribales”.

En esta causa, según el fiscal hay delitos que se investigan hace dos años. Estafas inmobiliarias y posible lavado de activos que seguirán por otra via. ¿Asociación ilícita para quedarse con propiedades de muertos y algunos indefensos?

La aparición en la defensa técnica de ex ministros (y actuales asesores) de las gestiones políticas provinciales del Frente Progresista a imputados en la causa tiñó el tema de una dramática mayor. “Me están ensuciando injustamente”, se defendió el ex ministro Hector Superti. “Vamos a terminar temiéndole al Estado”, escribió Lewis, otro de los defensores. Daniel Cuenca (ex ministro de Seguridad de Hermes Binner) renunció dos horas antes de presentarse con su cliente al sentir la presión de las críticas periodístico políticas y públicas, según dijo Iván Hernandez Larguía, su reemplazo inmediato en la defensa. Mientras tanto, el gobernador y su administración encararon como querellantes en la causa. La guerra en la megacausa es judicial y tambien política.

Los periodistas tenemos ganas de cubrir la noticia del año. Que las instituciones de la Justicia encarcelen a quienes se llenaron los bolsillos con los dineros de las actividades ilícitas en Santa Fe. Hay ganas y deseo de leer y cubrir esa noticia. 

Sin embargo, ese “suceso periodísticos arquetípico”, según describe Wiñazky, ese “episodio que describe la configuración de la noticia deseada, que dispararon la fantasía popular, en el sentido clásico de la palabra, como constructor de ficciones compartidas”, tal vez no sea este.

El peligro de pisar el palito por angurrientos. Comernos una vez más el amague por la pirotecnia del momento. Queremos ver presos a los responsables de lucrar con el narcocrimen y brindar por una Justicia que brille de tanta eficiencia. Para eso hay que esperar. Que el deseo de construir ese patíbulo no nos ubique en un lugar equivocado. O dicho de otra forma, que nuestro deseo no sea perversamente manipulado.