Gambeteando un molesto corralito de Aguas Provinciales, pude subir al taxi, que a su vez tuvo que hacer malabares para encontrar un espacio.

—Esto es un caos, señora. ¿No se lastimó? Me pareció que se tropezó. ¿No? Me alegro. ¿Vamos al Hospital Centenario? ¿Trabaja como siempre?

—Sí, claro. Que caos, el tránsito está como el país. Confundido, atropellado, desordenado, agresivo. Casi diría, desorientado.

—Tal cual señora, sobre todo, atropellado. Todos se pelean con todos y todos están apurados y enojados. Como los políticos. ¿Vio? Todo lo resuelven rápido, no piensan bien las cosas. Y así nos va. Ahora se pelean entre ellos dando un ejemplo que es tremendo. Después dicen que trabajan contra la violencia. ¿Y la violencia que hay entre ellos? Fíjese que no se pelean para ver cómo nos mejoran la vida, sino simplemente se pelean por el poder, los domina la ambición, y no la ambición de mejorar las cosas del pueblo que está cada vez peor.

Con profundo interés por escuchar a este taxista-analista, le fui tirando inquietudes para que respondiera con sus “reflexiones al volante”.

—En el 17 vamos a votar de nuevo—, le dije.

—¡No me haga acordar, por favor! Por eso los políticos viven en campaña, se pasan de un bando al otro según les convenga. Como joden. Mi señora siempre me dice que apague el televisor, porque me pongo mal y después no me puedo dormir. Pero me gusta enterarme de lo que pasa, porque estos tipos resuelven mi vida. Si yo tengo que manejar 12 horas para mandar mis hijos a la escuela y poner el pan en la mesa, es por ellos. Si los jubilados se queman al sol haciendo cola, para cobrar una miseria, es por ellos, Si los chicos limpian vidrios y no laburan es por ellos. Si la droga entró al país hace muchos años, fue por ellos. Todo lo que nos pasa es por ellos. Ellos son lo que resuelven ¿no? Ya sé que nosotros estamos mal, que no nos respetamos, que estamos violentos, pero que quiere que le diga, hace muchos, pero muchos años que el mal ejemplo viene de arriba.

Mi amigo el taxista, logró hacerme pensar. Mirando por la ventanilla intenté distraer la angustia que me provocaban sus comentarios. Así circulábamos cuando un feroz nudo del tránsito interrumpió nuestra marcha.

—¿Ve lo que le digo doña? ¿Con qué inteligencia ensancharon las veredas? ¿Para que pasen menos autos? Ja. Pasamos igual, solo que con más despelote que antes. Yo sé que es difícil organizarnos a todos, pero por eso los elegimos, porque pensamos que eran capaces. Pero si no son capaces de resolver el tránsito, ¿cómo podemos pensar que van a terminar con todos los asesinos que andan sueltos?

—En fin, —continuó al preocuparse por mi significativo silencio—, aún quedan esperanzas. Sobre todo cuando empieza un nuevo año. A uno le agarra esa cosa de que va a ser mejor. Y a lo mejor es así. ¿Por qué no? Usted siempre me dice que hay gente linda en la Argentina. Esa gente que es solidaria como la Margarita Barrientos, el Juan Carr, o las otras personas como las madres del dolor, o las que trabajan por la salud como la suya. O algunos pocos políticos que quieren hacer bien las cosas. ¡Uy! Me parece que la puse triste con mi charla.

—No se preocupe —le respondí con una sonrisa amarga—, lo que usted dice es real. Me parece que aunque nos cueste no debemos perder las esperanzas, pero es difícil.

—Vamos doña no se me ponga mal que ya llegamos y capaz que este sea el último viaje del año. Mire, le cuento una que le va a gustar. La patrona y yo, cuando vimos que usted se curó de la hepatitis, nos sacamos sangre y vimos que no teníamos ni la B ni la C. A lo mejor mucha gente escucha lo que ustedes aconsejan y se hacen los análisis para ver si tienen esa enfermedad silenciosa. Vamos, que quiere que le diga. Pidámosle a Dios que ilumine el cerebro de los políticos y les abra el corazón. Y que los argentinos así como aprendimos a odiar, aprendamos a querernos un poco. Que tenga un feliz año, un muy feliz año y no me afloje nunca. ¿Estamos