Mi amigo el taxista me miró intrigado. Por más que quise disimular mi angustia las lágrimas incontrolables no lo permitieron. 

—¿Vamos otra vez a la Facultad de Medicina? —preguntó evitando encontrarse con mi mirada. Asentí en silencio. Él ya me conocía. Sabía que en pocas cuadras estaríamos charlando como siempre. Era cuestión de esperar un poco. Balbuceé un —disculpe—, y al cabo de un rato su paciencia y su calidez permitieron mi descarga. 

—Esta vez no lo soporté, le aseguro que no lo soporté. Quizás los años me están jugando en contra. Estuve en un homenaje que el Concejo Deliberante les brinda a las madres que han sufrido un dolor fuerte, como la pérdida de un hijo, por ejemplo y que canalizan su duelo creando espacios de lucha social para que a otras madres no les suceda lo mismo. Hijos muertos por la droga, o en manos de un delincuente casual, o en un accidente por algún borracho maldito al volante. Perdóneme. Estoy quebrada. Esta vez no puedo hablar más. 

Sentí que los labios se me hinchaban, el pecho se me cerraba y casi no me dejaba respirar. Por más que intenté serenarme no pude quitar de mi cabeza la imagen de esa singular mujer contand. en el Concejo como tuvo que ir a la morgue a reconocer un cadáver para ver si era el de su joven hijo. ¿Cómo a la morgue. Si el hijo es esa cosita tibia, que uno espera con la comida preferida, con la ropa lavada y planchada para que luzca bien y las chicas lo miren, que tenga novia. Una linda novia. Ese que nos hace reír con sus ocurrencias, sus “cargadas” y su natural alegría, o nos emociona con sus logros escolares o deportivos, que nos hace amar el futbol aunque no nos interese y hasta preferir el equipo que por él siempre queremos que gane. Sí, por él. Para él. Para que ría, para que no sufra. Nada, nunca. ¿Cómo a la morgue? ¿Y después? Cuando supo que ese cuerpo inerte, que yacía desgarrado, inmóvil, destrozado por el auto lleno de alcohol que lo atropelló, era efectivamente el fruto maravilloso de su vientre, ¿cómo pudo seguir viviendo? ¿Y formar una ONG? ¿Para que no le suceda a otra madre?

No me entraba en la cabeza hasta que escuché sus quebradas palabras finales: “Después que lo enterré, pedí justicia hasta sangrar. Y cuando hicieron justicia encerrando al maldito, no sentí ninguna alegría. Era casi como volver a enterrarlo. Como una reafirmación de su nunca más en esta vida. Creo que recién allí comprendí su muerte. Y que después de ella, solo me quedaban dos caminos. Suicidarme para ir con él, o vivir aferrada a un objetivo. A un proyecto. A una lucha. Porque observé que otras madres lloraban y eran muchas, gritaban hasta que sus gargantas no respondían, sufrían como yo. Y no podíamos, no debíamos, no queríamos morir todas. Y nos unimos, nos apretamos bien fuerte, y exigimos, una sociedad que deje de llorar, por femicidios, por borrachos al volante, por delincuentes drogados. Basta, basta, basta de muertes inútiles. Ese seguirá siendo nuestro grito hasta que los gobiernos no solo nos escuchen, sino que respondan y paren la barbarie”. 

No recuerdo bien, pero creo que ese día, me bajé olvidándome pagar.