"¡Marcha! Un, dos... 
No puedo ver 
tanta mentira organizada 
sin responder con voz ronca 
mi bronca 
mi bronca"

(Pedro y Pablo) 

La plaza colmada de hombres y mujeres iluminados por llamas temblorosas. Los relatos de violencia y desesperación se multiplicaron frente a la sede de Gobierno provincial el 24 de agosto pasado. Una escena parecida se repitió el 8 de septiembre: el clamor para que las políticas se traduzcan en medidas que alejen a la delincuencia de los barrios, también llanto y pedido de mano dura, que algo hace falta.

El día después, cuando se revisaba en los medios de comunicación el impacto de la primera marcha, un comentario radial quebró la convivencia de opiniones vertidas hasta entonces. ¿Que la gente está cansada de que le peguen un tiro para sacarle la billetera? Sí. ¿Que el escenario requiere una revisión de las actuaciones del Poder Judicial? También. ¿Que los políticos estaban en babia hasta ese 24 de agosto? Claro que sí. Pero ¿por qué marchamos así, tantos y tan juntos?

La inseguridad parece conmovernos el corazón pero, ¿qué hay de la desigualdad?, se preguntó en contra corriente ¿Cómo puede ser que no nos congreguemos, que no nos rebelemos ante la falta de paridad de oportunidades, de condiciones y de herramientas que, sin dudas, contribuye a que salgamos a la calle con miedo a que nos partan la cabeza?

Uno de cada tres argentinos es pobre y el 6,3 por ciento de la población es indigente. Es decir, no cuenta con los ingresos mínimos como para comprar los alimentos indispensables de subsistencia . Sobre la novedad publicada ayer por el Indec, el presidente Macri señaló: “Es algo que nos tiene que doler, nos tiene que dar bronca y comprometer a trabajar juntos para que cada día podamos reparar más y más situaciones”.

Sin embargo...

La palabra hambre es estandarte de movilizaciones que realizan algunas organizaciones sociales. En Rosario son frecuentes las marchas de la CCC, por nombrar alguna, que piden por lo mínimo indispensable: pan y trabajo. Cuestionadas por su intencionalidad política –como si no las hubiese en muchas otras expresiones populares e individuales–, se las suele rechazar porque apelan a los cortes de tránsito y la ocupación de espacios públicos. No son masivas, sólo molestas. Nos jode ver a los pobres calentando sus ollas en plena calle y son pocos los que se arriman a ese puchero.

La desigualdad de oportunidades es una de las patas de la inseguridad que sufrimos todos. Es necesario advertirlo y avanzar en una solución, aunque el presidente, 9 meses después de hacerlo eslogan de campaña, reconozca que esto de la Pobreza Cero tiene un plazo real de decenas de años por venir. No atenderlo es más o menos riesgoso como no tomar cartas en el asunto cuando la gente grita por la calle que quiere que paren los robos. Ya.

De eso parece que acusaron recibo algunos en los tres poderes. Pero hecho el reclamo de seguridad, ¿qué participación tenemos como sociedad con su solución? Porque desde que la voz popular fue elevada, surgieron medidas concretas que cambiaron el tránsito en la ciudad y la volvieron un poco más “azul” y “verde”. Y mientras se incrementan los controles, en la Legislatura se discuten cambios en nuestro Código Procesal Penal que, en nombre de la seguridad, ponen al límite –o lo cruzan– la propia Constitución.

Hay muchos caminos para tomar pero sólo algunos nos conducen a donde pretendemos llegar. La clave es no confundirse a la hora de elegir alguno. “Hay una falsa contradicción entre eficiencia y garantía”, consideró el fiscal regional Jorge Baclini entrevistado en Radiópolis (Radio 2). Quizás sea por ahí: no creer en que todos los callejones están cerrados y que no hay alternativas de coexistencia entre seguridad y derechos humanos.

También, sería importante dejar atrás la división que trazamos en “nosotros” y los “otros”, esas dos veredas que, al pensar el delito, creemos que nunca vamos a cruzar. Pensarnos siempre como víctimas –lo mismo hacemos antes las faltas leves– desechando la posibilidad de ser alguna vez los “otros”, no colabora en la búsqueda de cambios. Ojalá marchemos por eso, aunque sea cada uno en su interior, reclamándonos dejar atrás la maldita costumbre de evitar la complejidad de las cosas.