Hurgo en el bolso a la pesca de mi manzana.
—Ustedes quieren arrasar con todo. 
¿Quiénes?, me pregunto. Ah, caigo: las feministas. Si, pensé. Poder revertir las asimetrías en todos los ámbitos y más allá de los géneros, que mi vida y mi cuerpo sean mi potestad. Sí, definitivamente. Aunque la idea de “arrasar” esconde un guiño autoritario y replica la lógica que se busca revertir. Y me quedo pensando en una respuesta que permita entender que esto no es contra nadie sino con todxs, cuando otra frase interrumpe.
— ¡Uy, cómo están las feministas! Salieron todas. El Facebook está lleno de comentarios.
Otra vez, cavilé. Ojalá no se agote en “la semana de la mujer” y que por envión llegue la convicción.
—Sí, ahora también van a ser “la voz de estadio”.
¿Y por qué no?, sigo rumiando. No veo cuál sería el problema. El fútbol es el deporte más popular y resulta que la mitad de la población argentina tiene una representación casi nula ¿Eso no es invisibilizar acaso? Y cuando ocurre, cuando una mujer participa de ese evento deportivo consagrado a la testosterona escuchás subrayados tipo “pero lo hace bien” o “habla como un hombre”.

“Que culito”, me grita el conductor de una camioneta blanca. 
—Pelotu..
Y. está. Para cuando llegué al “do” el tipo estaba a diez metros. Y si, alguien que se piensa con derecho sobre el cuerpo ajeno es poco probable que cuide la vida de otra persona. No valía la pena arrojarle mi manzana.
—¿Qué te molesta? No te dijo nada malo. 
Eso, no es ni “malo” ni “bueno”: es violencia simbólica. Y punto. Si alguien piensa que puede decirte algo sin antes preguntarte es porque también piensa que puede abordarte. 

“Yeni” (o algo así) escuché que le dijo una adolescente con su misma cara. Quizás, su hija. El guardia del supermercado le pidió que se pare y que se vaya. Que “no podía estar sentada en la puerta”.
Así que “Yeni” se paró y siguió amamantando a su bebé, pero de pie y en la vereda
—Vos no podes hacer eso.
—Cumplo órdenes..
—No hay ningún cartel que indique que no se puede dar el pecho en este escalón.
Para entonces una cofradía de mujeres habíamos rodeado a “Yeni”: la adolescente con su misma cara. una mujer mayor, una vecina y otra que esperaba el colectivo. Y en el centro del anillo humano, las bolsitas del súper.

Prendo la tele. Una publicidad de una crema anticelulitis promete una piel firme . destaca sus beneficios (¿?). La sigue otra de un ungüento que te borra las arrugas de la cara. ¿Que no? Te muestran el antes y el después, y el photoshop es tan grosero que no sabés si es el tráiler de Cocoon: el regreso o qué. De sobrepucho llega el comercial de toallitas “higiénicas/femeninas”, esas que te hacen lucir como si esos días no existieran (ni olieran). Pero existen y huelen y no veo el mismo ahínco en un desodorante para testículos. Basta. Me miro las piernas y tengo pelos. Ni disimulados ni borrados, míos.

Entonces me acuerdo de la manzana en el bolso. Hinco el diente y ¿qué pasa? Nada. No se descuelga ninguna serpiente ni aparece Adán con el sobaco al aire y escupiendo mujeres de una costilla. Pero el “castigo” está.

Está. Es político. Es cultural. Es discursivo. Está montado y justificado. Se llama patriarcado. Y no es casual que se lleve de la mano con el capitalismo: ambos sistemas legitiman la dominación. Y, atenti, que esto no es un chica-contra-chico. Por el contrario, una interrelación igualitaria nos permitiría reconocernos como personas. ¿De qué manera? Entendiendo que los sexos no son dos, tampoco los géneros, que la mitad de la población del mundo tiene menos derechos que la otra parte y que, según cifras de la ONU, en algunos países siete de cada diez mujeres sufren –la padecieron o lo harán– algún tipo de violencia.

Claro que esto de abandonar ese lugar de sujeto de privilegios de género puede dibujar una mueca de pánico. Sobre todo porque muchos de ellos ya son aceptados naturalmente y se cocinan en lo cotidiano (como un piropo o un roce en el bondi). El micromachismo no mata ni viola, pero disciplina el camino (en rigor, "micromachismos"). 

Machista no se nace, se hace.

La casuística indica que mañana será otro día. Guardo una manzana en el bolso. Y en unas horas, a la calle. Porque, como dijo Rosa Luxemburgo: “Quien no se mueve no se da cuenta de sus cadenas”.