“Lo que está consiguiendo Scaloni es cultura. La idea de sentarnos a ver un partido sabiendo qué vamos a ver, eso es éxito para mí, más que ganar partidos. Éxito es saber de antemano con qué te vas a encontrar. Eso es cultura”, definió hace unos días el gran Sergio Oveja Hernández, uno de los entrenadores que tuvo la incomparable Generación Dorada, al ciclo del entrenador de Pujato.

El equipo albiceleste goza de un estado de gracia que parece inalterable hasta por algún resultado adverso. Menos importa todavía si juega bien, como ante Uruguay, o más o menos, como frente a Paraguay y Perú. Todo está bien.

La Copa América, el título obtenido en el Maracaná, desató el nudo que asfixió a la selección durante tantos años. Hoy, hasta existen aquellos que se atreven a colocar a Argentina entre los candidatos a ganar el Mundial de Qatar que se disputará a fines del año que viene. A propósito, la clasificación está cada vez más cerca.

Así son los triunfos, las vueltas olímpicas. Di María, por ejemplo, pasó de ser el jugador más estigmatizado a ovacionado antes del comienzo del partido con Uruguay o cuando fue reemplazado frente a Perú.

Su gol en la final pagó todas las deudas (futbolísticas, claro) si es que las había. Aquel toque por encima de la cabeza de Ederson exorcizó un vínculo que tenía muchos más oscuros que claros. De repente, todo lo malo desapareció. De parte de la gente y también del protagonista.

“Cada vez que escucho «Fideo, Fideo» me explota el corazón", se confiesa Angelito.

“Cuando veo la Copa América me pasan mil cosas. Primero todos los momentos feos que pasé y después todo lo lindo: haber logrado un título después de 28 años, la felicidad de la gente y la alegría de mi familia... Todos somos parte de esta belleza que se va a quedar acá para siempre”, le cuenta el extremo canalla al sitio oficial de la selección argentina como una síntesis de cómo cambió todo por un gol, que para la carrera de Di María es "el gol".

Dibu Martínez pasó a ser casi el arquero más importante de la selección después de Fillol. Cuti Romero y Otamendi son presentados poco menos que como émulos de Passarella y Ruggeri. De Paul es un Ardiles o un Giusti de estos tiempos y Messi es siempre la figura aunque participe poco y nada del juego, lo que por suerte sucede cada vez menos.

Ni tanto, ni tan poco. La obtención de la Copa América en el Maracaná disparó un mundo de sensaciones que, como casi todo en el fútbol, son exageradas.

“Más allá de que se pueda ganar o perder, lo que venía diciendo y voy a seguir diciendo es que no nos van a dejar tirados estos jugadores. Habrá partidos que se jueguen mejor o peor, partidos difíciles, partidos que tengamos que jugar de otra manera porque el rival es mejor, pero la dinámica del equipo está marcada y la sensación es que la gente se siente identificada con estos jugadores, eso es lo más importante. El resultado y todo lo que viene después es la consecuencia de todo esto”, dijo Scaloni en la conferencia de prensa previa al choque con Perú.

Precisamente el técnico es quien más se benefició con la metamorfosis mediática y popular. Pasó de ser un ocupa del proceso anterior que se quedó con un cargo que no le correspondía a un entrenador consolidado que tiene una gran relación con los futbolistas como virtud principal, lo que le permite sacar lo mejor de ellos. A nadie se le ocurriría hoy poner en duda su continuidad, tema que siempre estuvo en el tapete hasta la final de la Copa América o muy poquito tiempo antes.

Un pase precioso de Rodrigo De Paul, la falla en el cierre de un defensor, una gran definición de Di María por arriba del arquero y todo cambia: fútbol, dinámica de lo impensado.