“¿Vamos?” Tres amigos terminan un cigarrillo de marihuana en uno de los bancos del Scalabrini Ortiz y enfilan a la puerta de Central Argentino, donde está la entrada general. Es viernes por la noche y tras una fecha suspendida, toca Solomun en Metropolitano.

Casi al mismo tiempo, del otro lado de la calle, en el estacionamiento del shopping un patovica arenga a otros treinta. “Todos los ojos del país están acá. Tengamos una noche tranquila. Adentro hay tres canales de Buenos Aires y está la Federal, nosotros, si lo necesitan somos sus testigos”, les dice. Y enfatiza: “Nada de cigarrillos, ya saben”.

Treinta metros más allá una chica con botas hasta las rodillas le pide fuego a otro chico. En cuestión de segundos el aroma dulce del cannabis flota en el aire.

La fiesta electrónica de Metropolitano de este viernes era la primera desde que un juez porteño prohibiera en la Capital Federal todo evento con música en vivo o grabada; coletazo de la muerte de los cinco jóvenes que fueron a la Time Warp de mediados de abril.

En Rosario se montó entonces un fuerte operativo de seguridad. Igual hubo cuatro intoxicados. 

Seis móviles de policías custodiaron el ingreso y egreso del salón sobre Central Argentino, la misma calle donde los tres amigos se terminaban el porro y otra chica se prendía uno antes de entrar. En tanto dos ambulancias servían de “por las dudas” a los paramédicos que estaban dentro del salón repartidos en los dos puntos de hidratación, gacebos donde repartían agua gratis. En la barra, la botella de medio litro se conseguía a 40 pesos, 20 menos que una latita de cerveza.

“Nunca vi el agua más barata que la cerveza y en la puta vida vi tanta seguridad. Policías hasta en el baño”, lanzó Ramiro (29), empleado de comercio. Desde los 15 años va a fiestas electrónicas y aseguró que era la primera vez que veía, incluso, ambulancias. “Imaginate que ni el documento me pedían”, llamó la atención.

Para entrar este viernes había que sortear cuatro obstáculos. Dos líneas de patovicas que chequeaban los DNI y ordenaban la fila, tres policías dedicados al cacheo y la inspección de bolsos y un último bastión de guardias de seguridad que controlaban el ticket.

El reloj marca las doce y adentro la música suena. 

Bailan las rochas y las chetas

“Es el warm up (calentamiento), como un telonero en un recital de rock”, explicó Lucho (36), empleado de turismo. En el escenario central bajo una pantalla gigante y flanqueado por otras dos, un DJ calentaba el ambiente para la llegada de Solomun, que puntual comenzó a las dos como se había corrido la voz.

“Este tipo es muy bueno y en Rosario hay gente con cultura electrónica que sabe apreciarlo”, señaló Lucho en otra lección musical.

“Hay nueve estilos de electrónica. Solomun hace house y progressive. El trance es más pica seso, de negro, mersa”, se explayó con un vaso de champán en la mano. Una valla de metal lo separaba de los que pagaron la general a 425 pesos. El pagó los más de 500 del Vip.

El salón estaba dividido en tres partes. Un espacio más grande sin distinciones –lo que el campo en un recital–, y otros dos rectángulos, uno más exclusivo que el otro: el Vip y el “Vip mesa”.

“Hay un montón de tipos de electrónica. A mi me gusta éste porque es tranqui pero no tanto como el chill out. Hace que te muevas, que bailes todo el tiempo, pero tranqui”, señaló Mauricio (32), arquitecto y piloto de avión.

A Florencia (27), empleada pública y DJ, no le gustan las fiestas grandes como la del viernes, pero la tiraba Solomun. Además, para ella la música electrónica se escucha mejor sin auriculares.

“Es otra vibración, otra experiencia sensorial, eso es lo que me gusta de la electrónica que te da eso con un loop (repetición de fragmentos)”, indicó.

Quiero vitamina

Hasta la una de la mañana unos diez chicos de la Municipalidad repartían pulseritas en la entrada. No eran para el Vip, sino de una campaña de concientización sobre al abuso de drogas. “Ponele vida, no tomes riesgos”, rezaba el brazalete que venía en verde limón o naranja fluo.

Es decir, una apelación a la responsabilidad personal. Que no todos tuvieron. Rosario3.com fue testigo de cómo un patovica sacaba a la calle a un chico descompuesto y tres paramédicos asistían a otro en uno de los puntos de hidratación. La noche terminó con cuatro jóvenes internados en el Heca por consumir pastillas

“Si, bueno…. Ponele”, se burló Lucho cuando vió la pulserita. “Probé éxtasis una vez. No me gustó, no es lo mío. Pero sí tengo amigos que consumen y de todo”, contó.

“Yo nunca tomé más de una pasti y nunca mezclé con alcohol. La sensación es como la canción de los Piojos, tenés los dedos hipersensitivos”, apuntó Ramiro. “Lo ojos de Darín”, se rió, él que tiene los ojos oscuros como la noche.

“Lo que hay ahora no es éxtasis, son drogas de diseño, una porquería, mezcla de esto, de aquello con lo otro”, se quejó Florencia.

“¿Qué cómo conseguís? Conseguís. Como cuando tenías 16 y no podías comprar alcohol, bueno acá es lo mismo, siempre está el amigo de un amigo que consigue”, explicó Mauricio.

Son las 4 y como prometió Lucho, Solomun va in crescendo. “Vas a ver como al final de la noche todos terminan prendidos del techo”, había dicho.

Los lentes de sol que antes parecían vinchas, ahora se bajan a la altura de los ojos y los brazos se alzan. Se agitan. Ningún sol encandila ahí adentro pero las luces artificiales hacen lo suyo y lo consumido también. Como esquiadores frenéticos, los cuerpos se liberan y bailan. Bailan y bailan. Hasta que el hechizo se rompa.