Hace tiempo que no hablaba con la prensa. Diez años pasaron del estallido de Salta 2141, cuatro del juicio que lo condenó -sólo a él-, y dos de su prisión domiciliaria. Ahora Carlos García se animó a hablar de nuevo. Aseguró que "las heridas van a estar siempre, pero ya cicatrizadas”. Y contó sobre su vida cotidiana en el encierro de su casa desde donde intenta ayudar a sus vecinos desde su fe evangélica. Recordó aquel fatídico día del que se asume responsable, pero no culpable; y del último revés ante la Justicia que no le permite salidas transitorias para trabajar en su iglesia. 

En un segundo piso frente a la Circunvalación, el “gasista de calle Salta” recibió con un mate a Rosario3 en el Fonavi del barrio Supercemento, donde cumple su sentencia y vive con su pareja Estela y sus perros. En la escalera del descanso uno de los animales descansaba cuando García abrió el enrejado con llave. Abrió las puertas de su casa para volver a pasar por la memoria ese fatídico instante y otra vez pidió disculpas a los familiares de las víctimas fatales por el dolor del que él forma también parte. Aseveró que reza mucho por ellos, y que así lo hará cada 6 de agosto "hasta su último día".

Al principio fue con quiebres en la voz. Algo temblaba bajo la barba candado blanca y prolija. Pero la determinación es firme en García: dijo que no guarda rencores, a pesar de que pasaron solo tres semanas de la negativa de la Justicia de darle salidas transitorias para trabajar en la iglesia evangelista Santuario de Fe, en Provincias Unidas y Cochabamba, a la cual acudía desde su juventud.

Antes de la domiciliaria en 2021, todos los años se acercaba al acto en homenaje a las víctimas de Salta 2141 a acompañar a los vecinos. A diez años del hecho aseguró: “Cada 6 de agosto me levanto en oración pidiendo a dios bendiciones para los familiares y vecinos, que los pueda liberar del odio y el rencor, por que tengan paz. Estos años en mi casa recé y este domingo no voy a poder ir al acto porque estoy acá, pero voy a rezar por ellos nuevamente. Lo voy a seguir por televisión y por internet. Y cuando termine la condena voy a seguir yendo como siempre hice. Lo voy a hacer cada 6 de agosto hasta el último día”.

Para García, Salta 2141 fue “un derrumbe” en su vida: “Fue una caída inmensa como un tobogán. Me cortó mi trabajo con el gas, y mi trabajo espiritual. Estuve unos siete meses que no podía hacer nada. Veía permanentemente el fuego del gas venir a mi cara y quería correr. Me medicaron, con psicólogos y psiquiatras. Si yo no estaba en la iglesia, no sé si lo hubiera soportado. Hubiera tomado decisiones que no son acordes a un creyente”.

-¿Cómo son tus días en tu casa? ¿En qué ocupás la cabeza?

-Yo acá tengo mucho tiempo, entonces leo mucho, uso internet. Y tengo muchas reuniones de trabajo de la iglesia con vecinos que vienen acá, a los que ayudamos con muchos de sus problemas desde la palabra de dios. Me queda un año y medio de prisión y lo cumplo porque es lo que dios quiso.

Con mi mujer el trabajo que hacemos con la iglesia cada día es consejería. Vienen a mi casa los que necesitan, personas con enfermedades, algunos con problemas de consumo o maritales, y los acompañamos con las palabras.

En el patio, atiendo en lo que llamamos “torre de oración”, donde damos ayuda espiritual con la palabra de dios, acompañando con los problemas que tienen.

Entre las familias estamos acompañando a la familia de Thiago, el adolescente que balearon este fin de semana en zona sur. Ayudar a los demás a salir de situaciones fue también ayudarme a mí mismo. He sanado las heridas, lo que me queda son las cicatrices.

En el barrio tengo varios vecinos traficantes de drogas. Los estoy convenciendo para que dejen de vender. Logré que tres salgan de la droga, pero los estoy custodiando de cerca, porque de la droga nadie se aparta del todo. Yo les digo que la droga es policía, hospital y muerte. Primero caen presos, después heridos, y después ya terminan con su vida.

Diariamente Carlos García recibe gente en su casa, donde es voluntario en pregonar las palabras de Jesucristo. (Foto: Ana Isla / Rosario3)

-¿Qué pensás de los otros diez acusados, que quedaron libres en la causa?

-Yo me considero responsable del hecho y los administradores también son responsables. El único que pienso que es culpable es Litoral Gas. Ellos tenían que ir a cortar el gas 48 horas antes, y no fueron, entonces por eso yo tenía que cerrar la llave de paso antes de trabajar, y pasó lo que pasó.

Estuve desde el principio, en las primeras reuniones con los familiares. Inclusive con los administradores del edificio tuve un vínculo ordenado. Desde el primer momento pedí disculpas a todos porque consideraba que había que hacerlo. Dije y sostengo hoy que no soy culpable, soy responsable. Yo y todos los que fuimos acusados.

Yo fui un perejil, que me mandó el inspector de la empresa Vila. Ellos mandaban a los gasistas sin que nada quedara asentado por escrito. Nosotros no hacíamos nada sin que nos enviaran ellos. Pero Litoral Gas tenía un cuerpo de abogados, obviamente el hilo se cortó por lo más delgado.

-¿Querés contar algo de lo que recordás de ese día?

-Como decía, no estaba cortado el gas, entonces para trabajar tenía que cortar la llave, que era muy antigua. Se llama llave de tapón lubricado. Es una llave que en muchos años no fue movida, y es un edificio que tenía 50 años. Hacía un esfuerzo sobrehumano, con una palanca enorme y con ayuda de uno de los asistentes. Entonces para cerrarla costaba muchísimo. Cuando llegamos al tope, se rompió y comenzó la fuga del gas.

Fue terrible porque el gas, cuando sale, hace un silbido ensordecedor. Y larga toda una nube de polvo, que es el que se deposita dentro de los caños durante años. Ese polvo enceguece: no podés escuchar, no podés ver y el olor del gas es tan fuerte que te descompone, te tira al suelo. Recuerdo que me pude levantar y arrastrar a la puerta para decir que desalojen.

Con mi asistente tratamos de cortar el tráfico, y fue entonces que me doy cuenta de que mi otro ayudante estaba todavía adentro del edificio, en la cabina de medidores. Entonces me volví a meter ahí.

El edificio ya era todo un caos. Un bombero me sacó de adentro de los escombros después de unos 20 minutos, y a mi ayudante también. En algún momento, no recuerdo, me golpeé la rodilla derecha contra algo. Me la operé tiempo después, y me pusieron una prótesis.

A los pocos días del hecho me dieron 15 días de prisión. Ahí no podía dormir, algo me levantaba y tenía que caminar. Y durante siete meses volvía a ver el fuego en mi cara y todo alrededor en esa situación. Me dijo la psiquiatra que eso fue un shock postraumático. Me pasó mucho tiempo esa desesperación de querer huir, no sabía de qué. Soñaba mucho con eso, me levantaba y quería salir corriendo. Gracias a la medicación eso se fue diluyendo y desapareció.

- ¿Extrañás algo del oficio?

-Antes sí. Ahora ya no. Estoy abocado a esta tarea. Lo que me dolió mucho fue la audiencia el 12 de julio pasado.

-Pediste salidas transitorias para realizar un voluntariado en tu iglesia Santuario de Fe, pero te lo negaron. ¿Qué pensás de ese rechazo?

-Pedí las salidas porque en mi casa trabajamos con muchos vecinos, y acá no tengo el espacio suficiente. El pedido era salir cuatro días a la semana, dos horas por día. Ellos se comprometían a llevarme y traerme cada vez.

El fiscal no avaló porque dijo que estuve en falta. Dijo que vinieron a controlarme y yo no estaba en casa. Eso es imposible, tengo tobillera y si salgo, les suena el alerta. Le aseguré que estaba mal informado, si venían me encontraban.

Después el fiscal decía que la enfermedad por la que me dieron domiciliaria no permitiría que yo salga. Yo tengo diabetes y colesterol. Casi el 50 por ciento de la sociedad tiene eso, y no es algo que impida salir a hacer una tarea religiosa. No era para hacer un trabajo forzado que implique un trastorno.

Hasta ahora, desde el hecho de Salta, no había una rivalidad. Y en esta audiencia -a la cual asistieron familiares de la tragedia-, una anciana que estaba sentada al fondo me gritó “asesino”. Yo fui para pedir salir a trabajar, se debatía otra cosa. Creo que hubo un complot, alguien malintencionado convenció a los familiares de las víctimas de algo. Me sorprendió, fue feo.

Todos estos años con ellos estábamos en comunión, unidos por esta tragedia. Siento que esto último -que la Justicia no me dio las salidas para ir a trabajar a la iglesia- algo les modificó. Aunque no tengo rencor. A los familiares los voy a seguir tratando con el sumo respeto y con todo el amor que se merecen. Ellos han perdido a sus seres queridos. Yo comprendo su dolor y todo lo que ellos vivieron. Yo soy parte del dolor de los familiares porque yo también lo viví.

Que hayan muerto un montón de personas me dolió muchísimo. Yo lo que pedí era poder salir para trabajar en el amor hacia mi prójimo en la iglesia. Vuelvo a pedir perdón porque quizás interpretaron algo mal en esta audiencia.

Le recalqué a la jueza Luciana Prunotto que me prohibió algo que iba a beneficiar a la sociedad. Pero sigo trabajando desde acá, con esperanzas de trabajar en la iglesia cuando salga.

Estoy en paz, gozoso con la palabra de dios. Y tengo esperanza. Pienso que esta causa también está dios. Me va a dar el temperamento para que espere a cuando tenga que salir, que es su voluntad. La fuerza me la da dios que es ilimitado.