A las 9.38 del 6 de agosto del 2013 una torre del edificio ubicado en calle Salta 2141, explotó. Aquella mañana se desplomaron 63 departamentos y 22 personas murieron. Eran profesionales de la salud, estudiantes universitarios, artistas, jubilados. Estaban por recibirse, por viajar, por mudarse. Eran personas con proyectos, sueños, amigos y familia que diez años después los recuerdan con nostalgia y deseo de justicia. 

Algunas de las víctimas fatales solían estar toda la mañana en sus departamentos y salían por la tarde. A otros la tragedia los encontró en casa circunstancialmente: por un cambio de turno laboral o para esperar a alguien, al gasista por ejemplo que iba a pasar ese día.

Hugo Montefusco de 56 años vivía momentáneamente en ese edificio. Esa mañana se quedó porque le cambiaron el turno del trabajo.

Casado desde hacía 30 años con Marcela Nissoria. Fruto de ese amor nació Agostina, que por entonces tenía 21 años. Hugo era paramédico, trabajaba en el sanatorio de la Mujer y cada tres días en las ambulancias del Sistema Integrado de Emergencias Sanitarias (Sies). Hijo único que mantenía una estrecha relación con su mamá Antonia, a quien llamaba todos los días y visitaba muy a menudo. Le gustaban los autos y podía pasar horas tomando mates. En los archivos periodísticos, familiares y compañeros de trabajo que conocieron a Hugo lo definieron como un hombre honesto y una gran persona. 

Carlos López tenía 40 años y una hija de 12. Su ídolo era Olmedo y lo homenajeó poniéndole Piluso al bar que llevó adelante durante más de 10 años. Ahí pasaba sus días, en Alvear y Catamarca, trabajando junto a su hermana Eleonor y charlando con los clientes que a diario pasaban por una taza de café. Le gustaba ir a la cancha y alentar a Rosario Central. No solía despertarse antes de las 10 y tenía organizada una mudanza para el próximo fin de semana porque estaba cansado de renegar con los servicios en el 6º piso de Salta 2141. 

En el departamento F de ese mismo piso vivían Roberto Daniel Perruchi y Teresita Bebini, el matrimonio al que todo el edificio le tenía cariño. Él era contador público y le decían Dani. Ella, bioquímica. Sus familiares y amigos la llamaban Teté. La historia de amor entre ambos comenzó cuando eran jóvenes, pero no perduró. Cada uno hizo su vida, él tuvo cinco hijos y ella dos. Años después se reencontraron, Dani estaba divorciado y Teté viuda. El destino los quería juntos. Se casaron y pasaron sus días de jubilados juntos entre viajes, yoga y nietos.Teté tenía armado un viaje para el mes de septiembre a Neuquén para reencontrarse con parte de su familia. 

Otra pareja con planes y proyectos era la de Soledad Medina, de 31 años, que estaba a pocas materias de recibirse de arquitecta en la Universidad Nacional de Rosario (UNR), y Federico Balseiro, de 30, que era licenciado en Administración de Empresas. Vivían junto a su perra Manchi y su gato Félix -quien sobrevivió a pesar de las intensas lastimaduras- en el mismo piso que Carlos, Teresita y Roberto. “Fefo” como lo habían apodado sus amigos, daba clases en el nivel superior, asesoraba pymes en Rosario y tenía un blog donde escribía de las cosas que más le gustaban: actualidad, medio ambiente y política. Esa mañana avisó en su trabajo que llegaría más tarde, quiso desayunar en casa con Sole. 

Uno más arriba vivía Florencia Caterina, con su perra Marki y su novio Matías, con quien iban a viajar a Londres el 10 de septiembre. Era artista. Y una muy querida. Se recibió de licenciada en Bellas Artes y daba clases de Teoría del color en la UNR; además en verano dictaba talleres de dibujo para niños. Su capacidad creativa no tenía límites, sus proyectos tampoco. El fosforito de la familia, la hermana del medio, la amiga que contagiaba buena energía. Amante del yoga y los paseos en bicicleta. No pasaba desapercibida. En muchos hogares rosarinos quedaron cuadros pintados por ella, canciones y poemas que le regalaba a los suyos. Incluso, desde hace nueve años, el taller de pintura de Bellas Artes de la UNR lleva su nombre. 

La llama del calefón del departamento de Luisina Contribunale en el octavo piso del edificio de Salta 2141 no se apagaba. Por eso Pedro, el portero del edificio, le tocó timbre el martes cerca de las 9 y subió con Carlos García, el gasista, a corroborar lo que pasaba e intentar repararlo. Luisina era odontóloga, estaba casada y daba clases en la facultad. Tenía junto a su hermano una clínica y sonreía mostrando todos los dientes. En mayo había cumplido 34 años. 

Cuando el gas comenzó a circular por los pasillos, Luisina salió de su departamento y se encontró con uno de sus vecinos, Santiago Laguía de 25 años, oriundo de Pergamino, a quien le quedaban dos materias para recibirse de médico y cumplir su sueño: trabajar junto a su padre y ayudar a sanar. Hincha de Independiente, fanático de los pájaros, en particular de los canarios, vivía con su perro Rocco.

Los de Lusina y Santiago fueron los últimos dos cuerpos que hallaron los rescatistas. Estaban en la zona de ascensores. Habían intentado huir del horror.

Ese mismo lunes, en el otro ascensor, bomberos dieron con la víctima número 19, Lidia D'Avolio. Una mujer de 86 años que a diario recibía la visita del portero, que la cuidaba, se aseguraba que no le faltara nada. 

En uno de los seis departamentos del 9º, Estefanía Magaz pasaba sus días envuelta en libros de Derecho. Era de Las Rosas, tenía 21 años y soñaba con recibirse de abogada. Cada fin de semana regresaba a su ciudad de origen para pasar tiempo con su familia, era la más chica de tres hermanos y la única mujer. Los domingos su papá Jorge la traía de vuelta a Rosario. La noche previa a la explosión pasó un rato largo en el 3º C, donde vivían Adrián y Débora Gianángelo. Se sacaron fotos con el celular de los hermanos, intercambiaron ropa y chismes. Después Estefi se fue porque llegaba “Coffe”, el novio, sobreviviente de la tragedia. 

Mientras tanto, Adrián y Debi pusieron a cocinar fideos caseros que se habían traído de Arteaga, su pueblo. Después de cenar vieron una película que los hizo reír mucho y se acostaron cada uno en su habitación. Antes de dormirse, ella lo saludó como de costumbre, contó Adrián a Rosario3: “Hasta mañana, si Dios quiere, y Dios no quiso”.

Al día siguiente Adrián se fue temprano a trabajar a Tribunales y en el departamento “quedó obligada” Debi porque ellos eran los únicos que tenía realmente habilitado el servicio de gas. 

Pasadas las 9.38 le avisaron a Adrián que algo había pasado. Llegó a Salta 2141 y vio el caos. Fue él quien mientras la ex presidenta Cristina Kirchner caminaba por los escombros le suplicó que sigan con la búsqueda, que tenían que encontrar a su hermanita. “Su hermanita”. Así la nombra aún hoy cada vez que habla de Debi quien tendría ya 30 años. Vino a Rosario a estudiar Derecho porque él la convenció con las historias que le contaba de casos donde abogados le ganaban al sistema. Entre los dos se esforzaban para llegar a fin de mes y cuando sobraban unos pesos, ella se los gastaba en pinturas o accesorios porque “era muy coqueta”. Le gustaba escuchar Amy Winehouse y ver Dr. House. Todos los días se dejaban cartelitos con mensajes y no faltaba la demostración de amor. 

“Ella era muy feliz con lo simple de la vida, no tenía venganza. A veces me daba consejos que me sorprendían por su edad. Amaba a Dios, era manzanera desde muy chiquita. Incluso murió con dos rosarios en la mano”, recordó el joven que junto a sus padres son la única familia querellante en el juicio. 

María Ester Cuesta tenía 92 años. Fue la víctima más adulta. Vivía al lado de los Gianángelo, ya era bisabuela. Además, tenía un hermano menor, de 81 años, y una mayor, Marcia, de 95, con quien, por su edad, ya no se veían tanto, pero se hablaban largo y tendido por teléfono. 

También en el tercer piso vivía Beatriz López, de 68 años. Era viuda, madre y abuela de tres nietos. Fue una de las primeras personas rescatadas porque aturdida y acorralada por el fuego, “Betty” saltó del balcón donde se encontraba. Pasó días internada en terapia y finalmente falleció por una infección. Sus amigos y vecinos la consideraban una gran persona, alegre y buena cocinera. 

Juan Natalio Pennise, de 70 años, era ex gerente de la Caja Nacional de Ahorro y Seguro y Caja Nacional de Ahorro Postal, vivía junto a su mujer Ana Rizzo. Ese día, cerca de las 9 salieron juntos del departamento. Su cuerpo lo halló Luna, la perra labradora que integró el equipo de Bomberos de Paraná. El de Ana lo hallaron dos días después. Ambos eran de San Juan, pero llevaban casi cuatro décadas viviendo en Rosario. Viajaban al menos tres veces al año a reconectar con sus raíces, comer asado con la familia y recordar anécdotas.

Pichón era el apodo de Domingo Oliva, de 76 años. Comerciante jubilado, gran padre de cuatro hijos, y excelente abuelo de siete nietos. Vivía con su mujer, Zulma, en el 4º D y tenía de vecinos a su hija Andrea y su yerno Néstor, que rescató de entre los escombros al hijito de 4 años de ambos, Enzo quien todos los días desayunaba o almorzaba con Pichón. La mañana del martes, el abuelo compinche acompañó hasta la puerta de la calle a su mujer que fue a visitar a las nietas de zona Sur. Regresó a su hogar y sintió el olor a gas, le avisó a su hija por teléfono y al colgar, el edificio explotó.

Mientras la búsqueda avanzaba, voluntarios y rescatistas encontraron con vida a Abril, una perra labradora abrazada a su dueña, María Emilia Elías, la joven de 28 años con síndrome de Down que a las 9.30 se despidió de sus hermanas María Fernanda -melliza- y Romina quienes partieron rumbo a sus trabajos y de camino escucharon el estallido. María Emilia era una apasionada de las danzas y en especial de las árabes. Se subió a muchos escenarios y compitió en distintos concursos de baile. Fue así como conoció a Hernán Piquín, uno de sus máximos ídolos. Solía atender un kiosco del barrio, cerca su escuela. 

Eraseli Clides Ceresole tenía 76 años, llevaba largo tiempo viviendo en el 2º A. Todos los días solía salir a media mañana. Luego de la explosión, bomberos ingresaron a lo que quedaba de su departamento y no la encontraron. Fue hallada días después sobre las escaleras. 

El 2ºC estaba hacía apenas once meses Maximiliano Vesco, de 29 años. Era martillero público y fanático de Newell’s. Durante las mañanas trabajaba en dos inmobiliarias, por la tarde estudiaba Arquitectura. Deseaba progresar por eso se había ido a vivir solo y estaba por comprar su primer auto. “Era una persona con alma de líder”, describió Nora Giraudo, su mamá quien además lo recordó rodeado de amigos, muy compañero y cariñoso. Siempre bien vestido y sobre todo, con un fuerte deseo de vivir. 

Maximiliano Fornarese vivía en el primer. Nació y creció en Maciel, tenía 34 años. Era visitador médico, le gustaban mucho los deportes. El único varón de tres hermanos. Disfrutaba de pasar tiempo en familia. 

Adriana Mattaloni y Aldo Guidotti se conocieron siendo adolescentes y la relación perduró para toda la vida. No fueron padres, pero sí tíos. Adriana tenía dos hermanos y una gran relación de amistad con Omar Marcer, empleado durante 27 años del negocio familiar ubicado en Salta 2171. La mañana del 6 de agosto estaban los tres trabajando como de costumbre, limpiando cuadros y terminando de enmarcar unas láminas. Sintieron el ruido del gas y se asustaron. Adriana sugirió cerrar el negocio y estaban en eso cuando la onda expansiva los alcanzó. El local se desplomó, Guidotti y Marcer sobrevivieron.