La disputa mediática de esta semana entre Claudio Tapia y el periodista Mariano Closs, sirve como disparador para un análisis de la coyuntura compleja de la Liga Profesional en el rubro arbitrajes.

Más allá de cuestiones personales que saltaron a la luz en aquella discusión, es preocupante el nivel de la mayoría de los jueces que, o no dan la talla, o son víctimas de las presiones que genera esta época del año en el fútbol argentino en la que se definen títulos, clasificaciones y descensos.

Hay designaciones verdaderamente llamativas de árbitros para algunos partidos.

Por ejemplo, sin que haya incidido en el desarrollo del juego, Andrés Gariano, con escaso o casi nulo rodaje en partidos importantes, no parecía el adecuado para Godoy Cruz-San Martín de San Juan por la fecha 14.

Semejante cruce, picante por la historia y por el presente de ambos en la pelea por la permanencia, requería de un juez con más recorrido y recursos.

Por suerte no hubo incidencias que hayan sido responsabilidad del árbitro, lo que de alguna manera le entrega un plus a Gariano en futuras designaciones. Pero, ese nombramiento, a priori, pareció temerario. O al menos no adecuado.

Esta semana el foco estuvo puesto en la designación del juez para Boca-River por el impacto mediático que genera el superclásico, pero lo cierto es que hay partidos verdaderamente decisivos en la lucha por la permanencia y las clasificaciones a octavos de final del torneo Clausura. Y los habrá mucho más en la última fecha.

Llegan las definiciones importantes y crecen las polémicas con los arbitrajes

La sensación de que hay árbitros, una gran mayoría, que no están a la altura de las circunstancias, toma cuerpo en épocas en las que una falla puede marcar todo un año de competencia,

La muestra más clara de que los buenos árbitros escasean en el fútbol argentino, es que se esperó hasta el jueves, insólito, para designar a los impartidores de justicia de esta fecha que comenzó anoche con Central-San Lorenzo.

Existe una explicación: aguardaban un buen arbitraje de Nicolás Ramírez en la final de la Copa Argentina el miércoles por la noche para ponerlo en Boca-River.

No hay árbitros confiables. Sólo dos o tres salen del molde, el resto está inmerso dentro de un contexto de mediocridad alarmante.

Ramírez, que dirigió hasta la final entre Gimnasia (Mendoza) y Deportivo Madryn por el ascenso y controlará su tercer superclásico consecutivo, Facundo Tello y Darío Herrera están por encima de la media.

El resto, grupo al que se sumó en los últimos tiempos Yael Falcón Perez con arbitrajes flojísimos, está incapacitado de demostrar que dirige a la altura de las circunstancias.

Una escasez que invita a poner el ojo fijamente en un talón de Aquiles que hace menos seria a una de las ligas más importantes del mundo. Ni más ni menos que la liga de los campeones del mundo.

Es cierto que el error del árbitro forma parte del juego, pero esa máxima perdió fuerza con la llegada del VAR que, en Argentina, increíblemente, incrementó las polémicas.

No son tiempos sencillos para quienes deben impartir justicia en este calendario de definiciones pesadas. Pero lo cierto, también, es que la jerarquía arbitral y las designaciones, no ayudan demasiado para hacer más creíble y deportivamente confiable a una competencia que siempre sufre turbulencias a esta altura del año.

También es cierto que muchas instituciones toman como rehén al encargado de conducir para deslindar responsabilidades y evitar sacar a la luz miserias propias.

A Ignacio Astore, por ejemplo, le resultaría mucho más sencillo explicar el dramático momento de Newell’s desde las fallas arbitrales que desde su impresentable gestión.

El buen funcionamiento de los equipos, su competitividad y la buena conformación de un plantel son los principales antídotos para los malos arbitrajes. Casi no existen los errores arbitrales que no puedan disimularse con una buena estrategia y una mejor puesta en escena dentro de la cancha.

No todo es lo que parece.