Con cinco ciclos al frente del primer equipo, Miguel Russo se consolidó como una figura ineludible, el emblema de la resistencia y el hombre que siempre fue llamado para "apagar el incendio" o devolver la gloria.
Su figura trasciende los resultados; es, para muchos, la encarnación de la identidad canalla. Por eso, su muerte no es una más para los auriazules, que sienten su partida como a la de un padre.
Cinco capítulos de una historia de película
Primer ciclo: el inicio del idilio (1997-1998)
Su desembarco en Arroyito se dio a mediados de 1997. Si bien no logró coronar, este ciclo fue clave para sentar las bases de su vínculo con la gente. Russo demostró ser un DT de perfil bajo y trabajo intenso, forjando planteles competitivos que se metían siempre en la conversación grande. Este primer paso fue el bautismo de fuego que lo ligaría para siempre al Gigante.
El 23 de noviembre de 1997 consiguió un inolvidable triunfo por 4-0 en el clásico rosarino ante Newell’s, partido que los canallas recuerdan como el “Día del abandono”. Fue el principio de una relación que marcaría a fuego el último cuarto de siglo auriazul.
Segundo ciclo: la consolidación y la Copa (2002-2004)
Russo regresó a Central en 2002 con el equipo comprometido con la permanencia en Primera. Hizo una gran campaña que no solo mantuvo al Canalla en la máxima categoría, sino que lo clasificó a la Copa Sudamericana 2003 y la Copa Libertadores 2004.
Esta fue una etapa de consolidación futbolística. Armó equipos que jugaban bien, potenciando a jugadores juveniles y combinándolos con referentes. Si bien no pudo coronar con un título, su trabajo fue reconocido por devolver al conjunto auriazul a los primeros planos nacionales e internacionales.
Tercer ciclo: el peor momento y la prueba de amor (2009)
Este fue uno de los ciclos más complejos, marcado por una gran inestabilidad institucional y económica. Russo tomó el timón en un momento difícil y peleó con uñas y dientes para evitar que el equipo cayera en la zona de descenso.
Al final, tuvo que jugar la Promoción contra Belgrano de Córdoba, consiguió el objetivo y se marcó. Estuvo apenas once partidos en el banco.
Cuarto ciclo: el regreso necesario y el ascenso (2012-2014)
Era el momento más difícil y oscuro de la historia de Central. La herida del descenso dolía y la B Nacional se había convertido en un infierno. La dirigencia y la gente clamaron por él: Russo era el único capaz de reencauzar el rumbo. Este ciclo es, quizás, el más recordado y trascendente a nivel épico.
En la temporada 2012-2013, Miguel devolvió a Central a la Primera División, cumpliendo con su misión. El ascenso no fue un título, sino una redención histórica para el club, que había pasado dos temporadas en la B con intentos fallidos por volver.
Quinto ciclo: el broche de oro (2023-2024)
Para el final de su carrera, y ya con el aura de un DT histórico y campeón de la Copa Libertadores de América, Russo volvió a Rosario por última vez. Lo hizo para cerrar el círculo. Este regreso fue el que finalmente le dio el gusto de levantar un trofeo con su amado club: la Copa de la Liga 2023.
Con autoridad, experiencia y gestión de grupo, coronó su relación con Central con la alegría que tanto se le había negado. Fue la consagración poética de una vida entrelazada para siempre con la pasión canalla.
Los cinco ciclos de Russo con Central son la prueba de una relación indisoluble. No fue solo un técnico, fue el faro, el piloto de tormentas y el símbolo de la perseverancia. Cada regreso fue distinto y estuvo marcado por situaciones peculiares. Su nombre quedó grabado en el Gigante de Arroyito y en el Olimpo de los máximos ídolos del club, como el del hombre que no dudó en volver, una, y otra, y otra vez.