“Primero, poco y borroso. Un borde, un relieve en la superficie de las cosas. La lengua que tropieza con un bulto rosa en el rosa de la encía. Un parpadeo, un chasquido que pudo haber sido, o no. Un mordisco en la nuca. Un ruido en algún lugar de la casa. Un recuerdo acuoso, una bola de pelos en la boca. «¿Mañana hay que ir al doctor, Antonio? ¿Es mañana? ¿Mañana tenemos médico,  Antonio?»”

Así empieza Otras cosas por las que llorar (Tusquets), la primera novela de la santafesina/bonaerense Luciana De Luca, poetisa, cuentista, autora de libros infantiles, periodista cultural, generadora de contenido gastronómico. Escritora de toda la cancha. Lectora de toda la vida.

La historia de Carolina –inspirada en su abuela y en muchas mujeres–, le tomó tres años y según contó por ahí, fue su “Everest”. Es un monólogo que empieza en voz baja y se pone rabioso. Es el esfuerzo de una mujer que está perdiendo la memoria, contra el olvido.

El Club de Lectura de Rosario3 habló con ella, sobre cómo se construyó a sí misma a través de la palabra escrita ya desde muy chica, sobre la necesidad casi física de leer –y claro, sobre sus libros favoritos–, y sobre su relación ambivalente y amorosa con el litoral argentino. Con Santa Fe, su Macondo.

–Contános sobre Otras cosas por las que llorar.

El proyecto de la novela se empezó a gestar mientras estaba escribiendo otra cosa, y en algún momento se despegó un poco y empecé a seguir a esta voz. Es la historia de una mujer de otra época que, de todos modos, representa a un montón de mujeres, de vicisitudes y obligaciones e imposiciones sociales y mandatos muy encarnados. Es la historia de una mujer grande que empieza a tener problemas con su memoria y a partir de ese desfasaje de su realidad y su percepción de la realidad y de la linealidad del tiempo, en ese hueco encuentra ella una voz que nunca tuvo, para empezar a hacer un repaso de su vida: de lo que fue y no fue.

Me llama «Carolina, Carolina», una vez y otra, la gallina rota, hasta que se cansa. «Vieja loca», grita y se manda a mudar.

Como una voz baja que habla a través del agujero de una pared, que empieza a tornarse cada vez más alta y rabiosa y desinhibida. Y repasa una vida dura, difícil, pero sin esquivarle a la dureza tiene momentos de ternura. La vida es eso: un montón de momentos duros y unos cuantos momentos bellos atravesados. Es un monólogo que involucra una vida entera.

–En el libro, el médico le recomienda a Carolina, que se llama como tu abuela, que “se haga escribiendo”. ¿Vos te hiciste escribiendo?

Me hice escritora escribiendo, me sigo haciendo mujer y persona. Es totalmente constitutivo de mi vida. Escribo desde que soy muy chica. Llevo muchos años haciéndolo profesional y vocacionalmente  como autora. Definitivamente yo me escribí, me voy escribiendo la vida a cada paso.

–Tuviste una época de periodista especializada en música, le hiciste notas a Charly García, Gustavo Cerati… ¿qué de todo eso te sirvió o te nutrió para la novela?

El periodismo estuvo buenísimo porque era chica y tenía todo el tiempo del mundo para dedicarme a eso, además siempre me gustó mucho la música. Me pasé la vida yendo a recitales. En casa se escuchaba mucha música, de todo tipo.

Esa interacción con otras personas y escuchar otras voces y escuchar historias de vida sobre todo… me gustaba meterme más en la vida, no desde un punto de visita paparazzi, sino con lo que tenía que ver con las motivaciones, con la inspiración. Creo que eso me ayudó un montón para tener la posibilidad de inventar voces y a partir de eso hacer un recorrido literario.

Luciana De Luca y su época de periodista cultural

–Decís que antes tenías todo el tiempo, ahora quizás no, ¿cómo hacés para encontrar cuándo escribir?

En un momento me di cuenta que si me quedaba esperando a tener el escritorio con la vista hermosa  y el silencio y el té y el gato y la estufa, no iba a suceder. Al final hay como una especie de idilio, de situación ideal: “cuando yo escriba en mi casa de campo mirando la lontananza…”. No va a suceder.

Afortunadamente, en mi caso la literatura tiene tanta importancia y tiene una energía tan vital, tan fundamental para mí, que empecé a decir “bueno, acá se escribe a las patadas, a los codazos, voy a escribir cómo sea y dónde sea. Y bueno si no tengo el escritorio libre y si tengo a alguien tirándome de la manga para pedirme la leche o que lo ayude con una tarea, bueno veré”.

Durante mucho tiempo me llevé mal con eso y eso me generó, no diría un bloqueo, pero sí estuve muy peleada con eso. Y la novela, además de la importancia que tiene para mí haber escrito una novela, fue una enseñanza: escribir porque el mundo se acaba igual y todo va a ser igual.

La literatura también es un espacio de resistencia. Me preguntaban cuál es mi habitación propia, bueno mi habitación propia soy yo.

–En la voracidad de escritura, ¿tenés tiempo para leer? ¿O te hacés más el tiempo para escribir que para leer? ¿Qué leíste cuando escribiste la novela?

Siempre tengo tiempo para leer. Nunca estoy sin un libro y cuando estoy sin un libro, estoy a disgusto. Mi período entre libros suele ser corto y ansioso. Leo en cualquier situación posible, leo más de lo que miro tele. Sentarse a mirar una serie implica otro compromiso, yo leo haciendo cosas: leo cocinando, leo lavando los platos y cuando acuesto a mis hijos, les leo.

La novela fueron muchos años de trabajo, leí una barbaridad de cosas. Virgnia Woolf, volví a leer a (León) Tolstoi. Leí La educación sentimental (Gustave Flaubert, 1869) cuando estaba terminando de escribir, mucha poesía. Entre 2018 y 2019 leí mucho los libros de Juan Forn, las contratapas.

Soy una apasionada de la literatura rusa, así que iba sacando de ahí historias, no tanto para escribir, no hay una bajada directa, pero siento como que hiciera fotosíntesis. Leer es material que entra y se convierte en otra cosa.

Luciana De Luca y su tiempo "entre libros"

–De estos últimos libros que leíste, ¿qué títulos recomendás?

Los dos libros de Carolina Sanín, Somos luces abismales (2018) y Tu cruz en el cielo desierto (2020) me parecieron excelentes, son muy diferentes, pero me parecieron muy hermosos.

Siempre trato de combinar nuevas lecturas y volver a la biblioteca y desempolvar a (William) Faulkner. El año pasado tuve mi época de (Cormac) McCarthy. Soy muy fan de Shirley Jackson. Si me imagino la posibilidad de la reencarnación quisiera reencarnar en algo así como ella. Tenía un montón de hijos, su vida era un lío, un montón de perros, una casa medio destartalada pero lo que cuenta es lo más parecido a un idilio.

Ahora estoy leyendo Autobiografía de mi madre (1996) de Jamaica Kincaid. Y siempre estoy leyendo a Wisława (Szymborska), no importa cuando pregunten, voy y vengo con ella.

También estaba leyendo a Cristina Peri Rossi. Empecé el libro de (Emmanuel) Carrère, Yoga (2020), y no lo pude seguir y volví a uno anterior, Una novela rusa (2007). Me gusta mucho Emmanuel Carrère, me gustan mucho sus libros anteriores El adversario (2000), Limonov (2011) me parece un librazo…

–¿Que pasó con Yoga?

No me enganché, no soy de dejar libros, soy medio obsesiva y en general trato de llegar hasta el final siempre. No tengo nada malo para decir, solo que me enganché con otro. No todos los libros de un autor son para uno, unos sí y otros no.

–Como escritora, el lenguaje es muy importante. ¿Cómo te llevás con las traducciones? ¿Hay algo que se pierde en el ritmo, en la sonoridad?

La traducción siempre es artificial, sobre todo en los autores más conocidos. Trato de leer mucho local, poesía, mucho argentino. Susana Thénon, Carlos Battilana, Laura Wittner.

Hay traducciones de Tolstoi que son exquisitas y creo que de alguna manera llega a algo. Con Szymborska me pasa lo mismo, para mí es imposible leer polaco, pero es tan bueno lo que ha hecho en polaco que en español llega bien, pero para mí es fundamental leer en el propio idioma.

Para mí siempre leer en español es como si estudiara, es un aprendizaje.

–Mencionaste Santa Fe, ¿cuál es tu vínculo con el litoral?

Santa Fe es el territorio de la infancia, donde me hice persona. 

De alguna manera configura en mi vida y literatura una especie de Santa María de Onetti, como un Macondo, me arme ahí algo como un mundo. Y me di cuenta que todo lo que escribo transcurre en el mismo lugar. Es como si me hubiera armado un mundo que tiene dos manzanas y un río y sobre eso estoy volviendo  todo el tiempo, me ha dado un montón.

Luciana De Luca sobre Santa Fe

–Volviendo a tu libro, Otras cosas por las que llorar, ¿hay algún libro que te haga llorar?

Hay un cuento de Ray Bradburry que le leí hace poco a mis hijos, La sirena. Es sobre un monstruo marino: hay dos hombres en un faro y emerge un monstruo al llamado de ese faro y es el último de su especie y la voz del faro se parece a la del monstruo y entonces el monstruo viene porque encuentra alguien con quien hablar pero se da cuenta que es un faro y no es uno como él, no es de su especie y sigue estando solo. Me mata, las veces que se los leo a mis hijos quedo tartamuda y se ríen.

Tengo situaciones de conmoción íntimas, no de llegar a llorar, pero esas cosas de retardar la lectura, ir leyendo algo y empezar a bajar la velocidad de la lectura porque lo que te produce en la cabeza y el cuerpo es demasiado. Me pasa mucho con Szymborska, cuando vuelvo a Alfonsina Storni o Gabriela Mistral.

Descubrí de muy chica que se podía llorar con los libros, y a mares, desconsoladamente. Así como me compenetro mucho con la escritura, con la lectura me pasa igual, me doy mucho a los libros, por eso estoy buscando libros que me den un montón también.

Tomá nota: otros autores recomendados

 

  •  Delphine de Vigan
  • Marylin Contardi
  • Estela Figueroa
  • Sharon Oates
  •  Emily Dickinson
  • Lina Meruane
  • Delia Prado
  • António Lobo Antunes
  • Gloria Peirano

Leé un fragmento de Otras cosas por las que llorar