Cuando termina un libro lo abraza y lo agradece. Con los años, descubrió que su momento para leer es a la mañana, antes de todo. De su infancia, se acuerda de tres libros de su mamá y de los relatos de Ramakrishna que le contaba –para su espanto– su papá. De sus propias lecturas, no se acuerda demasiado y a veces pide prestados los amores literarios de otros, como los de su amiga Selva Almada que ya descubrió que es un "farsante".

Julián López lee "silvestre", lee a veces sin entender y escribe "como poseido", pero como un obrero.

También actúa. 

Sus libros son: El bosque infinitesimal (2022), Meteoro (2020), El día inútil (2019), La ilusión de los mamíferos (2018), Missed connections (2016), Una muchacha muy bella (2013).

–Sos un escritor muy versátil, hacés narrativa y poesía, ¿dónde te sentís más cómodo?

 


–Lo primero que empecé a escribir de pibe fue poesía, entonces ahí hay algo en lo que siempre estoy pensando y es una escritura a la que siempre vuelvo. Con la narrativa tuve encuentros y desencuentros. Cuando era joven escribía cuentos, me gustaba mucho la forma del cuento breve. Pero después dejé de escribir narrativa durante muchos años y volví directamente con Una muchacha muy bella. Yo ya era grande.

Y fue medio una sorpresa. Yo pensaba que ya no iba a escribir narrativa, que mi relación con la narrativa estaba medio terminada, así que fue un descubrimiento para mí.

–¿Cómo es eso de escribir de grande?

 

–En realidad empecé a publicar de grande. Escribí siempre, toda la vida, desde muy chico, pero con la idea de publicar y de convertirme en escritor tuve una relación más neurótica. Al principio me costaba mucho, pensar que me gustaba la idea de ser un escritor y de circular y de publicar.

Tenía un rechazo, no sé exactamente bien por qué pero no me terminaba de convencer la idea de ser escritor y cuando maduré –en realidad, eso nunca sucedió–, pero cuando ya me hice grande seriamente me di cuenta que era algo que tampoco uno puede decidir tanto, no ser algo. Entonces dije, bueno hay que hacerlo. Y apareció la escritura de Una muchacha muy bella (2013) y la publicación enseguida tuvo cierto reconocimiento. Eso ya decidió un poco el rumbo que estaba tomando.

Julián López: "Me costaba pensarme como escritor"

–¿Cómo te llevás con la mirada del otro?

 

–Una cosa es con la lectura del otro, cuando el otro se acerca después de la lectura y eso siempre es encantador, es muy estimulante porque cuando vos constatás que tu escritura llega y se hace lectura en los ojos de alguien, es siempre conmovedor, incluso cuando la devolución pueda no ser tan buena o tan a favor.

Después, con la idea de la crítica y eso, yo trato de de autonomizarme de esa respuesta porque si no, quedás como capturado en una idea de un tipo de escritura, en un tipo de escritor, en una idea de producción de escritura para complacer y a mí, de verdad, no me interesa eso más allá de que me encanta que los libros circulen y que sean leídos también por gente que se dedica a la crítica literaria.

A mí me interesa desacralizar la idea de un tipo de escritura solo y a veces eso no es tan bien valorado, hay gente que espera que escriba siempre en la misma línea y a mí eso mucho no me interesa porque no me sale, básicamente.

Como cualquier universo de oficio, a veces uno siente que para tener un lugar tenés que producir de una manera determinada. Bueno, cuando me descubro en eso trato de sacudirme urgente.

–¿Por qué escribís?

 

–Es una cosa que te toma y que no podés evitar. Recuerdo una entrevista por la tele de un escritor que hablaba de la sensación ser como poseído para la escritura. Como si hubiera una cosa muy especial en los escritores y yo quería alejarme de eso, pero la verdad es que es así: hay algo en la escritura que se manifiesta como en un impulso misterioso, medio indetenible. Después la escritura es puro laburo.

Yo a mis estudiantes siempre les digo que para escribir una novela por caso uno tiene que ser primero un megalómano, tiene que creer que es posible y tenes que decir yo voy a escribir una novela pensando que eso es posible.

Cuando empieza a aparecer el texto, te das cuenta que lo que tenés que hacer, lo único posible, es ser un obrero y empezar a tratar de identificar qué necesita ese texto que está apareciendo. Más allá de tus expectativas, más allá de tu plan original y más allá de tu decisión de ser escritor, cada texto te va dictando de alguna manera, qué necesita para manifestarse y ahí no queda alternativa más que agachar la cabeza y saber que el texto sabe mucho más de sí que lo que vos crees que sabés del texto.
 

–Queda lejos la imagen del escritor con el cigarro, la copa y la máquina de escribir... esa imagen más romántica...

 

–Cada uno tiene su propia manera de construirse a sí mismo, esas maneras en que uno fortalece una identidad o se recuerda quién es. Cada uno se arma su mito de escritor, el tema es que todo eso después cuando estás laburando, lo hacés cuando podés...

Una amiga escritora escribe antes de ir a laburar y antes de que se despierten sus hijos. Bueno, ahí toda esa parafernalia de la figura del escritor, no tiene ningún sentido, pero eso es para entusiasmarte. Para promover tu propia escritura uno se arma una idea más decimonónica de ser especial que tiene algo importante para hacer. Y eso después no funciona, eso es el mito que uno mismo se hace para lidiar consigo mismo.

–Antes señalaste que cada texto te va dictando qué necesita, ¿cómo fue en el caso de El bosque infinitesimal, una obra que empezaste hace más de 20 años y terminaste en pandemia?

 

–Eso es un dato curioso de toda mi parábola como escritor porque esa fue la primera novela que yo empecé a escribir. Se la di a un par de amigos escritores, a una amiga y un amigo.

En realidad, con el amigo fue más trunco el diálogo ahí, pero a mi amiga no le gustó nada ese material porque se lo tomaba en serio, pensaba que yo estaba proponiendo una hipótesis de escritura de seriedad y que usaba un lenguaje súper engolado seriamente. Y ella primero no me dijo nada y con los años un día le pregunté y me dijo, no ese engolamiento... Y yo dije, no entendiste nada, pero eso un poco me desalentó la escritura de la novela. Entonces lo abandoné.

Y en cuando estaba terminando la cuarentena, en diciembre del 2020, a principios de diciembre del 2020, una amiga escritora quería que hiciéramos un Zoom para leerme una corrección de su novela que tenía que entregar para que fuera publicada. De hecho, eso sucedió, pero me pedía a mí que leyera algo también. Y me insistió por alguna razón que nunca voy a entender y entonces me acordé de ese texto y lo empecé a buscar. No lo tenía en ninguna parte hasta que me acordé que yo en los 90, principios de los 2000 usaba una casilla de mail que no uso más y lo busqué ahí y ahí lo encontré.

Entonces lo abrí. Dije a ver qué hay acá, esto es una porquería. Y lo empecé a leer y no me parecía que era tan malo. ¿Y si vuelvo? Era justo el fin de la cuarentena, había como disponibilidad para estar adentro y concentrarte en algo y así volví a ese mundo.

Yo pensaba que iba a ser muy difícil porque es un mundo absurdo, es muy ridículo y es muy distinto a todo lo que yo escribí después. La verdad es que me volvió un entusiasmar y me empecé a divertir mucho.

En mis otras escrituras siempre eran escrituras más de la pena, como La ilusión de los mamíferos. Terminaba así como con ganas de no escribir nunca más, entonces me costaba volver al proyecto. Me costó mucho esa novela porque había un compromiso emocional mucho más grande que con ésta que es un mundo absurdo (El bosque infinitesimal) que es un mundo paródico con el que podía ver que podía distanciarme mucho e intentar o ensayar cosas distintas en mi escritura, cosa más del orden de la idea y no de la emoción. Fue un trabajo muy divertido.

–Sos actor, ¿cómo te formó ahí la escritura?

 

–No sé, pero lo que te podría decir es que el actor se nutrió mucho de la idea de ese escritor. Sí hay una interrelación y supongo que con toda la gente que hace más de una disciplina eso sucede, incluso desapercibidamente. Una disciplina se alimenta de la otra.
 

–¿Qué obra te hubiera gustado haber escrito y cuál actuar?

 

La tempestad de Shakespeare. O Recordando con ira de John Osborne. Siempre que me preguntan cosas así nunca me acuerdo de nada. Y siempre cuento que la primera entrevista que me hicieron después de que salió Una muchacha muy bella, me citó un periodista al bar de Eterna Cadencia para la entrevista.

Era mi primera entrevista, tenía nervios, qué sé yo y en un momento me hace la pregunta qué libros te gustan leer y qué recomendás y no me acordé absolutamente ningún título y tenía que resolver la entrevista entonces empecé a contestar los títulos de los que hablaba siempre Selva Almada. Y contesté toda una lista de títulos de cosas que yo incluso no había leído. Me fui tranquilo y al tiempo Selva me dice sos un farsante.

Conté todos sus amores literarios que no tenían nada que ver con los míos, no porque no me interesaran o no me gustaran, sino porque yo elegí otras cosas.

Sí hay un libro que estuve visitando últimamente por un taller que di, de un norteamericano que se llama Tim O'Brien, un veterano de Vietnam y se llama Las cosas que llevaban los hombres que lucharon. Demoledor, absolutamente demoledor y maravilloso. Es como un manual de narratología, es alucinante.

–¿Y los libros que te formaron?

 

Cuando era pibe me regalaban libros y tengo recuerdos muy vívidos de lecturas de infancia, pero recuerdo mucho a mi vieja con tres libros: con Cien años de soledad (de Gabriel García Márquez), El varón domado (Esther Vilar), muy famoso en los 70, una especie feminista anti feminista, una cosa muy rara.

Y después un libro de Antropología, La rama dorada de James Frazer, que también tenía mi vieja circulando. O sea, que la idea de la lectura estaba en mi casa.

Mi viejo leía libros religiosos de hinduismo, incluso me leía parábolas de Ramakrishna cuando yo era chico para dormirme, que son absolutamente aterradoras y por alguna razón él pensaba que eran como cuentos infantiles...

–Hablabas de desacralizar la escritura, ¿cómo lo hacés con la lectura?

 

Yo creo que uno no sabe leer y que siempre tiene que reaprender y que cada libro te propone una especie de hermenéutica o una especie de pacto nuevo. Y hay que promover un poco eso. A mis estudiantes de la carrera Escritura les tengo que hablar todo el tiempo de lectura y de escritura y tengo que pedirles que entren en eso y tengo que exigirles que los trabajos prácticos estén bien, pero siempre les recuerdo que mantengan, defiendan mucho su lectura silvestre, la lectura que está por fuera de la demanda académica y por fuera incluso de las ideas que circulan de lo que hay que leer. Defender mucho leer lo que uno quiere leer y leer de la manera que uno quiere.

Buscarse el momento a veces es muy difícil, yo tardé muchos años en descubrir que a mí me gusta leer como primera actividad de la mañana. Yo me levanto temprano, hago mate y leo porque además, después, durante el día no puedo leer. Estoy leyendo todo el tiempo por trabajo, entonces la lectura que yo elijo para mí, que defiendo mucho, es a la mañana temprano.

Julián López, en defensa de las lecturas silvestres

Yo no tengo formación académica y casi diría no tengo ninguna formación. Entonces tengo pocos recursos intelectuales. Siempre me interesaron lecturas para las que yo no tenía herramientas y hace unos años empecé a entender que no eran tan necesarias las herramientas que yo creía que tenía que tener y empecé a leer cosas sin el afán de comprenderlas y me cambió la lectura, incluso la lectura que no demanda herramientas de comprensión específicas. Y me llenó de felicidades.

La comprensión de un texto, la organización y la articulación de una lengua tiene muchos niveles de asequibilidad, de accesibilidad, de comprensión y de incomprensión y no es solamente una la manera de entender un libro. Cuando yo descubrí, eso se revitalizó en mí la idea de la lectura, de una manera extraordinaria y eso no lo suelto.

Ahora me animo a leer cosas; por supuesto, no leo cosas de física porque no. Neurocirugía, no. No me pongo tan específico. Siempre son cosas que tienen que ver con mi metié, con con la escritura, con la palabra, con la reflexión acerca de qué es la lengua, qué es el lenguaje. Entonces aún cuando no entiendo, igual yo me compro el libro y lo leo y lo disfruto enormemente. Y además, lo agradezco. Yo soy de esa gente que abraza el libro cuando lo termina y me quedo así un rato.

Julián López sobre Freud