Durante siglos, la aparición de un cometa en el cielo nocturno fue vista como una señal de malos augurios y próximas desgracias. La superstición lo asociaba a la caída de reyes o emperadores, hambrunas, catástrofes naturales y hasta conflictos bélicos. El cometa Halley, por ejemplo, apareció en 1066 antes de la Batalla de Hastings, donde el ejército de Guillermo, Duque de Normandía, se enfrentó al del rey Harold II de Inglaterra, y fue interpretado como un mal presagio para los anglosajones. Curiosamente, no se equivocaron, porque terminaron perdiendo el combate, y tanto el cometa como la derrota quedaron inmortalizados en el famoso Tapiz de Bayeux.
Casi mil años después, en 1986, los rosarinos también levantamos la vista al cielo para ver al cometa Halley en su última visita. Miles de personas se acercaron al Complejo Astronómico Municipal para observarlo, tanto a través de los telescopios de la institución como de los que astrónomos aficionados instalaron para compartir la experiencia. A diferencia de los antiguos augurios de desgracia, esta vez el cometa fue celebrado como un espectáculo científico fascinante, que ocurre una vez cada 76 años y que se presentó bajo la frase “un esperado visitante”.
Sin embargo, no todos los visitantes cósmicos llegan con cita previa o con un lugar reservado en la agenda astronómica. Algunos aparecen sorpresivamente, detectados casi por casualidad en la rutina de observación de los telescopios. Así ocurrió recientemente con el cometa 3I/ATLAS, identificado por primera vez el 1 de julio de 2025 por la red ATLAS, siglas en inglés para el Sistema de Última Alerta de Impacto Terrestre de Asteroides (Asteroid Terrestrial-impact Last Alert System), un conjunto de telescopios robotizados instalados en Hawai, Chile, Sudáfrica y España. Su misión principal es rastrear el cielo en busca de asteroides que pudieran representar una amenaza para la Tierra y, en caso de encontrarlos, emitir una alerta con la anticipación suficiente como para preparar eventuales medidas de emergencia.
El primer avistamiento lo dio el telescopio ATLAS ubicado en Río Hurtado, Chile, y en menos de 24 horas los científicos confirmaron que no era un objeto común de nuestro sistema solar, sino que venía de las profundidades del espacio interestelar. “El cometa 3I/ATLAS es el tercer objeto realmente conocido que viene de fuera de nuestro sistema solar”, explica a Rosario3 el doctor en Astronomía Roberto Aquilano. “Los astrónomos lo han clasificado como interestelar debido a la forma hiperbólica de su órbita, es decir, no sigue una trayectoria cerrada como la de los cometas que provienen de los confines del sistema solar”. Este viajero, en cambio, pasará una sola vez y continuará su camino hacia lo desconocido, ya que no está conectado gravitacionalmente al Sol.
Hasta ahora, solo se habían registrado dos visitantes de este tipo. El primero fue ʻOumuamua, detectado en 2017, un objeto alargado que todavía genera debate entre los astrónomos por sus extrañas características, y que algunos llegaron a asociar, sin pruebas, a una nave extraterrestre. Su nombre, propuesto por el equipo que lo descubrió en Hawai, es una palabra hawaiana que podría traducirse poéticamente como “un mensajero de lejos que llega primero”, y que realmente captura su naturaleza única de ser el primer viajero interestelar identificado por la humanidad.
El segundo fue el cometa Borisov, descubierto en 2019 por un astrónomo aficionado ucraniano, y en este caso su aspecto y comportamiento sí encajaban con lo que se espera de un cometa clásico, con una cola brillante de polvo y gas. Con la detección reciente de 3I/ATLAS se completa una tríada, precoz pero reveladora, de visitantes interestelares identificados en menos de una década gracias a los avances tecnológicos en observación astronómica. “Los cometas generalmente reciben el nombre de los descubridores”, explica el Dr. Aquilano. “En este caso se bautizó ATLAS por el sistema que lo identificó, la letra “I” significa que es interestelar, porque proviene de afuera del sistema solar, y el número tres porque sería el tercero justamente que se ha descubierto”.
Una vez detectado, los astrónomos hicieron algo llamado precovery, o “pre-descubrimiento”, buscando en archivos de imágenes anteriores para ver si aquel minúsculo punto de luz ya había sido captado sin que nadie se hubiera fijado en él. Así fue como encontraron imágenes suyas tomadas por otro observatorio el 14 de junio de 2025, e incluso el satélite TESS de la NASA ya lo había captado tímidamente en mayo. Esto permitió a los científicos trazar su recorrido con mucha precisión, confirmando su naturaleza interestelar y su trayectoria con una exactitud asombrosa.
A diferencia de ʻOumuamua, descubierto cuando ya se alejaba del Sol, Atlas fue encontrado durante su acercamiento, lo que ofrece una oportunidad única para estudiarlo en detalle. Inmediatamente, los dispositivos de observación más avanzados del mundo se enfocaron en él: los telescopios espaciales Hubble y James Webb, los Gemini Norte y Sur y el sistema VLT en el desierto de Atacama, en Chile, permitieron una caracterización exhaustiva en tiempo récord.
En principio, viaja a la increíble velocidad de casi 60 km/s, unos 220.000 kilómetros por hora, lo que lo clasifica como un verdadero viajero interestelar que se desplaza considerablemente más rápido que los cometas típicos de nuestro sistema solar. Pero lo que lo hace realmente especial y diferente es su composición química, su ingrediente principal. La nube de gas y polvo alrededor del núcleo del Atlas, llamada coma, tiene una cantidad enorme de dióxido de carbono congelado (CO₂), que es lo que conocemos como “hielo seco”, a diferencia de los cometas de nuestro sistema solar que suelen tener mucha más agua congelada. También se detectó vapor de níquel, pero sin las altas concentraciones de hierro que se esperarían junto a él, algo que también resulta poco común para un cometa.
Estas particularidades indican que se formó en un lugar muy frío y con condiciones muy diferentes a nuestro sistema solar, hace miles de millones de años, en otra región de la galaxia. “Habría sido expulsado al espacio interestelar y, desde entonces, estuvo vagando a la deriva durante millones de años. Con el tiempo comenzó a aproximarse a nuestro sistema solar, atraído por su gravedad, desde la constelación de Sagitario, donde se encuentra la región central de nuestra galaxia”, detalla Roberto Aquilano, de destacada trayectoria en el Conicet, la UNR y actualmente vinculado a proyectos científicos con la NASA.
Se calcula que el cometa Atlas tiene una edad estimada de al menos 7 mil millones de años, bastante más viejo que nuestro sistema solar, de apenas unos 4.600 millones de años. Su origen parece estar en el disco grueso de la Vía Láctea, una región de nuestra galaxia compuesta por estrellas más antiguas y pobres en metales, mientras que los objetos interestelares anteriores, como 1I/ʻOumuamua y 2I/Borisov se cree que podrían haberse originado en el “disco delgado”, un sector con estrellas más jóvenes, como nuestro Sol, de ahí las diferencias en la composición.
Para los astrónomos, Atlas es una verdadera cápsula del tiempo. En su interior, conserva huellas de un sistema estelar que no es el nuestro, formadas hace miles de millones de años en un entorno completamente diferente. “Es una oportunidad única para estudiar su composición química y entender cómo se pudieron haber formado otros sistemas solares, porque en su estructura lleva información que podemos analizar”, subraya entusiasmado Aquilano.
Lo extraordinario es que, por primera vez, ese estudio no se hará a distancia, y justamente lo que vuelve aún más valiosa esta visita es que invierte el modo en que la astronomía suele trabajar. Habitualmente, los científicos estudian nuestro propio sistema solar y, a partir de allí, extrapolan hipótesis sobre cómo podrían haberse formado otros mundos. Con Atlas ocurre lo contrario: “Hasta ahora todo lo estudiamos en la lejanía del objeto. Acá sería al revés, estamos recibiendo directamente desde otros lugares y eso es único”, agrega.
“Este cometa no nos dice nada directamente sobre el origen de la vida, pero puede ayudar a la ciencia a entender la composición de los materiales que existieron en otros sistemas planetarios y que luego contribuyeron a la formación del sistema solar en sí, incluyendo la posible entrega de ingredientes precursores de la vida”, destaca el astrónomo.
Hoy, este increíble objeto interestelar está aquí, dentro de nuestro sistema solar, como si la propia galaxia hubiera traído hasta la puerta de casa un fragmento de su historia más remota. Un visitante que ya no volverá, navegando a la deriva por abismos del espacio y el tiempo, y conservando intacta la memoria de un universo tan joven que apenas podemos concebir. Un mensaje en una botella escrito en un tipo de papel y tinta que ya no existen.