El sonido a plata es inconfundible. Otros metales producen vibraciones confusas, que se mezclan con clavos enterrados o desperdicios comunes. Pero la plata suena a felicidad. A tesoro que espera ser descubierto. Y el detectorista, como se llaman las personas que buscan objetos bajo tierra, vive el momento soñado, el que esperó por horas o días. Una vez identificada la zona del hallazgo usa el pinpointer, un equipo más chico, como un magiclick, para delimitar mejor el lugar. Con una pala o una especie de cuchillo ancho desentierra la joya y recién ahí comienza la verdadera aventura.

“Más que buscar algo específico, encontramos. Puede ser una bala de cañón, una moneda o el pedazo de un arma antigua y después empezamos a buscar de qué se trata. A veces vamos a un campo donde hubo una batalla pero otras es al revés, a raíz de un hallazgo nuestro se inicia una investigación histórica para ver qué ocurrió ahí”, explica a Rosario3 Alberto Chiaramonte, uno de los apasionados por esta disciplina en la ciudad.

El hombre de 62 años y un compañero estuvieron el lunes pasado en la Rambla Catalunya en una búsqueda motivada por un hecho especial. Un detector encontró en esa playa una macuquina, una moneda americana de medio gramo de plata de los años 1600 ó 1700. El joven cazador de historias, que no es uno de los más experimentados, le sacó una foto, la filmó y se la guardó en el bolsillo. Más tarde, se dio cuenta que la había perdido.

Uno de los "detectoristas" en la Rambla Catalunya. (Alan Monzón/Rosario3)

“Para nosotros es como ir a pescar. Somos unos 50 en Rosario pero no estamos todos agrupados. Se arman grupos de cinco o de diez y salís. En La Rambla sacaron una macuquina, de Potosí, que se hacían a los golpes y como eran de plata se siguieron usando hasta el 1800”, asegura.

Sobre el hallazgo en el territorio que se expandió por la bajante del Paraná, Alberto Chiaramonte analiza: “Eso fue hace una semana. Como sacan arena del fondo del río y llevan a la playa puede venir un barco hundido o de alquien que la perdió hace mucho. La moneda se perdió pero está la foto. En el detalle se ve la Cruz de los leones y el monograma real de Felipe V”, apuntó.

En el grupo circuló la noticia del extravío y por eso este lunes feriado montaron una especie de doble brigada. Una pareja fue temprano a rastrillar la arena sin éxito. Alberto se sumó a las 9 y se quedó hasta las 17. Después de tanto tiempo concentrado con los auriculares, a espaldas de las mujeres y hombres que toman sol y mate, con el peso del equipo sobre el hombro y la necesidad de estar en constante movimiento, la búsqueda agota. La jornada terminó sin resultados positivos.

“Es una aguja en un pajar pero alguno la va encontrar”, resume Alberto, que se sumó a la disciplina hace cuatro años. Tiene 62 y trabaja en el Registro de la Propiedad de la provincia. Los fines de semana o algún feriado diseña un desafío. Como ir a cazar o a pescar. Un hobbie; una adicción también. “Es como las máquinas tragamonedas, no podés parar y pensás: «La próxima pasada, la próxima»”, reconoce.

Balas de cañón en Roldán

 

“Siempre me interesó encontrar cosas pero no sabía donde comprar un detector de metal. Me compré uno básico y empecé”, relata Alberto. Los equipos se consiguen desde los 20 mil pesos y hay especiales por arriba de los 100 mil. Tienen una bobina que emiten señales y si encuentran interferencias avisan con un sonido, que cambia según el metal.

Bronce, hierrro, plomo u oro arrojan distintas melodías que llegan al oído del siempre atento detector. Por supuesto que el oro es tentador pero hay una trampa que dinamita el alma: los anillos de las latas de cerveza suenan igual que ese metal brillante. “Pero ante la duda hay que meterle pala”, recita el rosarino como un mantra entre los cazadores de tesoros.

Además de buscar en plazas y playas de Rosario, Alberto y su grupo viajan a Entre Ríos, Corrientes o Buenos Aires. A veces porque tienen el dato que hubo un viejo campamento militar o una batalla, otras por simple invitación. “En Tierra de sueños 3 (Roldán) encontramos una bala de cañon y balas de plata. Pero no hay registros históricos de batallas o de acampes. A veces a partir de un hallazgo nace una investigación”, dice y cuenta que suelen existir tensiones con arqueólogos por el patrimonio: “Ellos dicen que no hay que tocar nada”.

Alberto comparte, además, un anillo que encontró y que tiene iniciales ("a ver si aparece el dueño", plantea). Y sigue: “En Maciel encontré un candil de bronce que se usaba con grasa, antes del querosene. Vi uno parecido en una película. Son zonas en donde se viajaba en carretas y podés encontrar cualquier cosa”.

“Todo me interesa. Monedas, armas. No es que uno busca, uno encuentra y ahí empezás a ver de dónde venía, de qué año es, el contexto y la historia”, aclara. Cuando termine de trabajar en la oficina, Alberto se trazará otro objetivo y se perderá en el tiempo.