Un joven sube las escalinatas del Parque España ajeno a todo. Lleva una canasta con pan casero y no se detiene a mirar el despliegue policial, de bomberos, el gazebo y los peritos que van y vienen. 

–Flaco, no podés pasar por ahí –le dice un policía.

–Ah, perdón –replica el vendedor, da media vuelta y se va hacia la explanada.

–¿Por dónde pasó? –le pregunta el agente a otro mientras miran las fajas de seguridad y los vallados con límites algo difusos.

Son las 9 de un jueves frío junto al río Paraná y está por empezar la reconstrucción de la muerte de Giovani Mvogo, el adolescente de 17 años que fue hallado sin vida la madrugada del 28 de noviembre de 2024. Si bien el personal policial que actuó en un primer momento lo trató como un suicidio, para la familia fue un homicidio. La fiscal Mariana Prunotto, a cargo del caso, no descarta ninguna hipótesis. 

El operativo incluye un maniquí para ser arrojado desde la altura y la presencia del agente federal que llamó al 911 para reportar el cadáver, cerca de las 5 de aquel jueves. Todo forma parte de una medida clave para despejar algunos de los huecos que tiene la causa.

Desde arriba, llegan los padres de Giovani y una hermana que sostiene una foto del chico que jugaba al vóley en Central Córdoba. Bajan las escaleras y le dicen a los periodistas que tienen “mucha expectativa y muchas dudas” pero una certeza. “Mi hijo no se quitó la vida y por eso estamos acá”, resume Desiré, papá de Gio y migrante que llegó a la ciudad desde Camerún en 2004.

Vanesa Palavecino, la mamá que vive hace unos años en Santiago del Estero, insiste en que “no se tomaron las medidas necesarias” en el inicio de la investigación y se trabajó con mucha “liviandad”. Menciona que no se tomaron muestras de ADN debajo de las uñas pero sobre todo habla de “marcas en el cuerpo” que para ella y sus asesores no son compatibles con un suicidio. 

Aclarar la mecánica de lo ocurrido es uno de los objetivos de esta recreación, con dos herramientas: una es la simulación de las posibles caídas y la otra es relevar fotos, videos y planos para complementar este accionar en tiempo real con más datos en un software que le dará precisión.

Alan Monzón/Rosario3

Desiré y Vanesa despliegan, uno en cada punta, una bandera tipo pasacalle que pide: “Justicia por Giovani”. Mientras les sacan fotos, ella clava la mirada en un punto fijo y mueve la boca como si rezara. Le cuelga del cuello una medalla de la virgen que le dio el Padre Ignacio. Trinidad, la hermana de Gio por el lado del papá, suma una foto con la frase “Verdad y justicia”. 

El silencio se hace largo. Se interrumpe cuando dicen que llegó la persona que llamó al 911 aquella madrugada de jueves: un agente de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) de Buenos Aires que estaba fuera de servicio en ese momento. Su testimonio no es creíble para la familia y sospechan de él.

Sobre el muro donde se produjo la caída, un brigadista de campera naranja y casco rojo baja con un arnés y sogas, como si fuese un alpinista. Se detiene ante el primer toldo enrollado sobre la ventana más alta. A ese nivel, proyectado sobre el piso, está dibujado con tiza el lugar donde fue hallado Giovani. Desiré, el papá, sigue todo desde abajo.

El bombero toma medidas de los toldos, son tres, uno por ventana, y del aire acondicionado que sobresale de la pared. Esas estructuras son vitales porque, según la autopsia, el cuerpo habría rozado contra una de ellas antes de colapsar. Eso explicaría una raspadura (lesión abrasiva), en el costado del tórax. Esa herida no es compatible con la caída. Para la familia, indica una posible pelea previa. Eso buscan despejar con las cuatro caídas del maniquí que están por hacer.

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El agente federal que hizo el llamado

 

Desiré está molesto. La marca con tiza donde fue encontrado Giovani está cuatro metros separada de la pared, barranca abajo y hacia el río. No cree posible que haya rebotado, como le dijeron, contra el aire acondicionado y terminado ahí. Se lo dice a tres amigos que lo acompañan.

–No, no, no puede llegar hasta acá si rebotó en el aire.

–¿A dónde? ¿Ahí es? –le pregunta John, migrante africano y rosarino por adopción como él-.

–Sí, ahí, pero hay mucha distancia. Es raro, está todo raro. Lo que necesitamos es que nos den las cámaras pero dicen que no funcionan.

El padre de Gio se empieza a mover, señala el aire, la marca de tiza, mira hacia arriba. La impotencia de no saber crece a medida que repasa las inconsistencias. Se enoja también con la falta de testigos. Dice que en el Complejo del Parque España nadie les quiso hablar. Retoma sus acusaciones contra el policía. Al costado, John habla del caso en inglés con Coby y con Steven, que vino de Ghana hace 20 años. Dicen “strange”, dicen “no camera”, dicen “yeahhh” y mueven la cabeza de forma negativa.

Aparece Vanesa, con su campera blanca. Desiré le indica que tiene que ir arriba, donde está el agente de la PSA contando cómo fue que vio el cuerpo a la distancia y en la oscuridad de la noche. “Puede haber un familiar, creí que estabas vos”, le recrimina y ella da media vuelta. Sale corriendo, sube las escalinatas como una atleta entrenada. Arriba, el policía relata lo que pasó aquella madrugada. Tiene un arnés de seguridad, un casco blanco y lo sigue una cámara que registra cada movimiento, además de los peritos, la fiscal y los abogados del Centro de Asistencia Judicial (CAJ) que asesoran y acompañan a la familia. 

A las rarezas de su testimonio original (declaró que se despertó a las 3 de la madrugada en un hotel del centro, caminó 20 cuadras, compró tres cervezas, tipo 4.45 quiso sacar una foto del amanecer cuando aún faltaba una hora para que saliera el sol y ahí vio desde arriba el cadáver y llamó al 911), se suma otra duda. La baranda es alta y ancha, tiene unos 40 centímetros de espesor, y no es fácil ver hacia abajo. Entre la rigidez del arnés y el uniforme de la PSA que lleva esta mañana, se la hace complicado replicar aquello que dijo que pasó. Recién en un tercer intento, forzado, llega a ver hacia abajo. 

Vanesa mira cada paso desconfiada. Suma un argumento más para sus sospechas. Piensa que es mejor que no esté Desiré ahí arriba porque no sabe si él podría contenerse. Los abogados del CAJ son más cautos. Creen necesario esperar a las pericias con el software digital. No es prudente dejarse llevar por indicios sueltos en un caso tan sensible. 

El policía de Buenos Aires que en noviembre del año pasado estaba en la ciudad en el marco del Plan Bandera completa su testimonio. Baja las escalinatas y dobla hacia la explanada donde estaba Gio. Fiscalía lo consideró hasta ahora como un testigo pero accedió al pedido de ampliar su declaración.

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Las cuatro pruebas en altura

 

A las 10.30 empieza la simulación de las distintas hipótesis de la caída de Giovani. Los bomberos y peritos de criminalística de la Policía de Investigaciones (PDI) preparan el maniquí. Es un muñeco con un pantalón de jean y buzo azul con capucha. Tiene la altura del adolescente pero no el peso (es la décima parte de los 65 kilos). Lo sientan sobre la baranda. 

En una primera versión, lo dejan caer hacia adelante. Quince minutos después, lo vuelven a hacer pero esta vez lo empujan desde la espalda. Ni un señor que camina por la costanera hasta el vallado, ni el pescador que mira hacia la isla, advierten el momento crítico. Harán la prueba dos veces más pero con el maniquí de pie. El último intento, a las 11.15, lo dejan caer y pasa cerca de la pared pero sin tocarla.

“La hipótesis más cercana a cómo fue encontrado el cuerpo es cuando hubo un impulso desde atrás y estaba sentado. Sin impulso no toca el aire ni el toldo”, relata Vanesa.

Ella se lleva más insumos para la teoría de que su hijo fue asesinado aquella madrugada. Aclara que “esperaba más” del procedimiento pero entiende los pasos a seguir. Tanto el equipo de aire como los toldos serán analizados con test de luminol, que se usa para detectar rastros de sangre. 

También están pendientes nuevas medidas en torno al celular de Giovani, que él tuvo hasta pasada la medianoche del miércoles 27 de noviembre en su casa pero que no fue hallado entre sus pertenencias a las 5 del jueves 28. Ese aparato fue activado por una persona y con otro chip esa madrugada en el barrio Puente Gallego, cerca de la casa donde vivía con su padre y la mujer de él (son una familia ensamblada). El celular tenía un patrón de desbloqueo que ni los padres sabían cuál era.

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Un saldo parcial

 

El sol se abre paso en un cielo bien celeste, casi sin nubes. Podría entibiar la mañana fría pero el viento helado no ayuda. El movimiento de aire es otra de las variables que buscarán ajustar los peritos informáticos en los modelos digitales. No solo modificar el peso del maniquí, sino replicar las condiciones de aquella madrugada, que no son las mismas de ahora.

Para la Fiscalía, “el procedimiento se realizó como estaba previsto, se pudo hacer más de una prueba de caída del maniquí y concretar todo lo planteado”. Aunque no es habitual una reconstrucción de este tipo en un lugar abierto y céntrico como el Parque España, aclaran que sí se han hecho varios operativos similares, sobre todo en siniestros viales.

Los abogados del CAJ que representan a la familia se van conformes y valoran el despliegue de recursos realizado. Carlos Ruiz llegó desde Santiago del Estero como perito de parte. Es el tío de la mamá de Gio y especialista en física y ciberseguridad (tiene experiencia en causas de su provincia).

Ruiz afirma que la investigación no fue buena desde un inicio y espera hacer su propia reconstrucción en un software, con las imágenes de estas actuaciones. 

“Hay muchas inconsistencias. No se tomaron muestras ni hubo custodia de la ropa para ADN. Desnudaron el cuerpo en la escena, eso no se hace, aunque me dicen que en Rosario sí. Giovani tenía sangre en las manos. Había una colita de pelo y una cadenita que no se levantó. Fue muy desprolijo todo”, dice y completa: “¿En qué se basaron para decir que fue un suicidio?”. La pregunta queda suelta, sin respuesta por ahora.

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