Desde el origen de los tiempos, la humanidad busca incesantemente la fuente de la juventud y la longevidad. La forma de burlar el tic tac del reloj y el avance del calendario. Desde hace un tiempo, los estudios médicos vienen enfocándose en la alimentación, el ayuno y el estilo de vida, como condiciones que permitan gozar de una mayor expectativa de vida, con mejor calidad.

“Si cambiás lo que comés y le sumás el ayuno, podés llegar a vivir 20 años más”

 

El título es atractivo y lleva a buscar rápidamente cuál es "el precio" que se debe pagar por tan promisoria recompensa. El bioquímico Valter Longo, profesor de gerontología de la Universidad del Sur de California, ha intentado entender los beneficios del ayuno para buscar la forma de reproducirlos con dietas capaces de mejorar la salud y alargar la esperanza de vida, y realiza algunas afirmaciones que vinculan, como si se tratara de una regla de tres simple, dieta/ayuno y esperanza de vida.

"Si se cambia de dieta a los 20, se puede alargar la esperanza de vida más de 10 años. Si se empieza a los 60, se ganan hasta ocho años; incluso si se cambia a los 80, se ganan unos tres años", afirma el profesional que viene trabajando en el tema y analizando estadísticas. ¿Por qué? ¿Cuál es la relación entre alimentación, sobrevida y calidad de vida?

El médico gerontólogo Diego Bernardini, especialista en longevidad, explicó en diálogo con el programa A la Vuelta (Radio 2) que esa línea de investigación es la que se está siguiendo en todo el mundo.

Si se cambia de dieta a los 20, se puede alargar la esperanza de vida más de 10 años.

"Hoy se están investigando mucho los mecanismos biomoleculares relacionados con la longevidad. Según uno de los últimos reportes del Consejo Nacional de España sobre investigación y desarrollo, la investigación en términos médicos, crece aproximadamente al 2% o el 3% anual y en el caso del envejecimiento, lo hace todavía más. Es decir que los temas relacionados con el envejecimiento ocupan gran parte de la agenda de investigación y de los recursos, y dentro de esto, lo biomolecular (que es lo que está investigando Valter Longo, en California) es una de las áreas más importates porque se vio que, en animales de laboratorio, esa restricción calórica (que es la denominación técnica de las distintas formas de ayuno, incluido el ayuno intermitente) prolonga la vida. Ahora, lo que se está buscando saber –aclara– es qué ocurre en un organismo más complejo, como es el organismo humano". 

La isla de Okinawa (Japón), una de las "zonas azules" del mundo, donde vive la población más longeva.

"Hara hachi bu": el "milagro" de las "zonas azules"

 

Si bien no hay resultados concluyentes sobre cuál es la relación causa-efecto, según explica Bernardini, se apunta al metabolismo oxidativo. "Cuando nosotros procesamos alimentos, existen una serie de reacciones bioquímicas. Por un lado, se produce energía, y por otro, desechos del metabolismo oxidativo. Y aquí, hay un punto interesante: la única forma de ayuno fisiológico dentro de la condición humana, es lo que se da en la zona azul de la isla de Okinawa, en Japón.

Las zonas azules son lugares determinados –la isla de Okinawa, en Japón; la de Icaria en el Mediterráneo griego; la isla italiana de Cerdeña y la península de Nicoya, en Costa Rica– donde la tasa de centenarios es mayor a la del resto del mundo. Si de cada cien mil habitantes, se estima hoy que entre nueve y once llegan normalmente a cumplir cien años, en estos lugares, la tasa es entre tres y cuatro veces superior. Y no solo llegan o pasan los cien años, sino que además, lo hacen con un nivel de salud (autonomía e independencia) extremadamente importante.

Pero en Okinawa, existe una tradición japonesa que se llama "hara hachi bu", que consiste en comer solo el 80 por ciento de nuestra capacidad total. Es decir, comer hasta un poquito antes de saciarse por completo. Por esa razón, se está tratando de reproducir estas costumbres en otras poblaciones y además, desde el punto de vista biomédico, queremos saber cuál es la llave de la longevidad. 

"Durante el ayuno –sostiene Longo– el cuerpo intenta adaptarse a la falta de alimentos. La multiplicación de las células se ralentiza y se activa la autofagia, que permite al organismo eliminar células viejas y, en general, sustentarse con sus propias reservas". 

Desde hace décadas, el bioquímico intenta entender los beneficios del ayuno para buscar la forma de reproducirlos con dietas capaces de mejorar la salud y alargar la esperanza de vida. "Importa qué se come, pero también cuándo", advierte, y agrega: "Ayunar todos los días unas 12 o 13 horas —por ejemplo, desayunar, cenar y cenar antes de las 20 y no volver a comer nada hasta el desayuno— mejora muchos marcadores metabólicos y la calidad del sueño. Pero no hay que pasarse. Si el ayuno se prolonga a 16 horas, por ejemplo saltándose el desayuno, ya no hay efectos beneficiosos y sí algunos problemas metabólicos", aclara Valter Longo.

Jose Bonifacio "Pachito" Villegas Fonseca, de 104 años, vive en San Juan de la Quebrada Honda, Costa Rica.

La edad no la podemos gestionar; la longevidad, sí

 

Afirma Bernardini que hablar de estilo de vida (alimentación incluida) y longevidad no es hablar de fantasías, de sueños o del futuro. "Esto es hablar del presente. Es una realidad. Si hoy nos preguntamos: de qué nos estamos enfermando o de qué nos estamos muriendo, la respuesta es: nos enfermamos y morimos de problemas de salud vinculados a nuestra forma de vivir, falta de actividad física, falta de un propósito de vida, mala alimentación, sedentarismo (que no es lo mismo que la falta de ejercicio físico). Si vamos una hora al gimnasio, pero después pasamos cuatro horas sentados viendo televisión y tomando whisky, es como si no hubiéramos ido al gimnasio", aclara.

"La edad –remarca– no la podemos gestionar, pero la longevidad, sí. Tenemos la edad que tenemos y ese dato no lo podemos manipular; pero sí podemos gestionar y manipular la forma en que elegimos vivir. Tenemos una edad cronológica (la que indica el calendario) y también hay una edad biológica, relacionada conlos indicadores fisiológicos que brinda un test de cardiología y los análisis de sangre, entre otras variables. A veces –explica Bernardini– nos encontramos con dos personas de la misma edad y uno está muy bien para su edad y al otro, parece que la vida le hubiera pasado por encima (como solemos decir). Ese es un claro ejemplo de la diferencia entre la edad cronológica y la edad biológica".

Alimentación y enfermedades

 

En las denominadas "zonas azules" que tienen los patrones de alimentación ya mencionados, las tasas de incidencia de enfermedades como el cáncer son muy bajas, al igual que las tasas de deterioro cognitivo. "Hoy sabemos que la actividad física practicada de manera regular y continua es muy benéfica. También sabemos que las personas que hacen actividad física tienen menor presencia de tumoraciones. En el caso de la mujer, menos cáncer de mama, y en el caso del hombre, menos cáncer de colon".

"También sabemos que un tercio de las distintas formas de demencia (puntualmente de la enfermedad de Alzheimer, porque representa ocho de cada diez casos)  pueden ser prevenidas a partir del control de determinados factores de riesgo, como por ejemplo: el consumo de alcohol, que forma parte de la dieta", agrega el gerontólogo.

Los médicos tenemos que empezar a conectar más con los pacientes.

Cala Luna, Cerdeña, otra de las zonas azules.

"Desde que el ser humano es ser humano, vive buscando la fuente de la inmortalidad y de la juventud. Es decir –afirma– que esto que estamos describiendo, es la misma búsqueda de siempre, pero en el siglo XXI, con investigación, con recursos y con laboratorio". 

Por último, Bernardini, hace un llamado de atención a la forma de practicar la medicina y al trato médico-paciente: "La salud es un tema transversal y muy complejo y los médicos, que nos especializamos en determinadas áreas del conocimiento, también necesitamos el acompañamiento de otros profesionales: terapeutas, trabajadores sociales, nutricionistas y kinesiólogos, entre otros, con quienes tenemos que trabajar en equipo. Los médicos tenemos que empezar a conectar más con los pacientes, escucharlos más. Hoy, prácticamente no los revisamos (inspección, palpación, percusión, como nos enseñaron en los hospitales universitarios), no les dedicamos tiempo para charlar, apenas se sientan, los llevamos a la camilla, no los miramos a los ojos, no los abrazamos cuando sufren tristeza, angustia o derraman alguna lágrima. Los médicos –concluye–  tenemos que cambiar y mejorar la forma de conectar con los pacientes.