Hay una frase que se repite en las mesas de los bares, en los grupos de Whatsapp, en los espacios laborales e incluso en encuestas virtuales “en la actualidad encontrar con quién relacionarse más allá del sexo, es complicado”. No tiene que ver con la edad del interlocutor, ni con cómo se lleva cada uno con las tecnologías, sino con lo que la virtualidad genera a la hora de comenzar a conocerse con otros.
En la era 3.0 las personas pasan el día entero “en línea”, sin embargo el visto que llega con la doble tilde azul en los mensajes, los corazones de redes que indican me gusta, los comentarios que aprueban o no lo que compartiste, las apps para conocer gente que mes a mes aumentan sus usuarios y las respuesta de emojis a historias no alcanza para entenderse, porque a la hora de comunicarse con otros llegan las complicaciones, las preguntas que no se hacen y la respuesta inmediata y aprobada socialmente es huir. Sí, suena paradójico y lo es.
Lo menciona la psicoanalista Alexandra Kohan en su libro “Y sin embargo el amor” cuando escribe: “Pretender que el otro no nos afecte, que no nos roce, rechazar esa afectación que muchas veces cobra la forma del malestar, de la incomodidad, de la inquietud, es rechazar la angustia, es llevarse puesto al otro como tal dejándonos demasiado encerrados en la pretensión de garantías y sin poder pensar. ¿No es acaso eso sostener el paradigma del amor Ideal, ese que supone que ya vendrá la persona que no sea la equivocada…?”
“Lo que escucho fundamentalmente en el consultorio es que a la hora de conocer personas se usan apps de citas, pero también redes convencionales de conexión como Instagram, Twitter, Facebook. Y en términos generales, la queja actual es que son aplicaciones que ubican una primacía en la imagen por ende todos señalan la problemática a la hora de conectarse, es decir no se pueden conocer porque no se pueden comunicar”, comenzó diciendo a este medio Vittorina Bodredo, psicoanalista de la ciudad.
La problemática actual por excelencia es que esas redes sociales que en un principio son vendidas como proveedoras de conexión con un otro lo que hacen es lo contrario: el mismo dispositivo que alienta el encuentro alienta también la desconexión y desencuentro.
Vittorina habla desde la lógica del psicoanálisis lacaniano y le cuenta a Rosario3 que desde las teorías de la comunicación se cree que el mensaje al otro no le llega porque no lo transmitió con total claridad, sin embargo junto a sus colegas parten de otro hecho estructural que es el malentendido.
Las apps acortan la brecha de las distancias físicas e instalan la ilusión de comunicación rápida, lo que no se cuenta muy seguido es que también alimentan lo contrario. En este sentido la psicóloga dijo: “Uno cree que se vincula mediante el texto, por ende escribe el mensaje pero el otro no entiende lo que se le está queriendo decir y enseguida se manda un audio como alternativa o solución. El audio alimenta la ilusión de que el otro entienda exactamente lo que se quiere transmitir y ahí surge un nuevo problema porque quien habla está seguro de lo que dijo pero nada garantiza que el otro escuche lo que se quiso decir”.
Entonces el malentendido es algo que está instalado, es una lógica relacional desplegada en redes sociales que abraza y se alimenta de tres ejes centrales: lo aparente, lo público y lo inmediato. Todo es ya, todo debe ser ahora. Pero… ¿qué pasa cuando la respuesta demora en llegar? ¿Cuándo le saca el visto a los mensajes y la última conexión? ¿Cuándo no comparte fotos? ¿Cuándo no pone corazón en tu publicación?
“Claro está que hay relaciones donde esto se manifiesta mucho más, mandar un mensaje y que respondan en tres días o dos horas, esto se expresa de forma diferente entre los vínculos. Lo que está claro es que hay desconexión, un otro que no responde y aparecen intenciones: no responde porque no me quiere, porque está enojado/a, porque tuvo un mal día, porque tiene problemas con su historia amorosa anterior, entre tantas otras”, sostuvo la profesional de la salud mental.
En este sentido es muy interesante lo que se presenta hoy con las formas de comunicarse: crece la expectativa de que siempre haya un otro dispuesto. “Suponer que el otro estará ahí para mí es borrar lo singular, lo diferente que tiene el otro. Ese otro tal vez me desea, me quiere, pero puede estar acostumbrado a una forma de comunicarse diferente a la mía. La ilusión que circunda a la hora de relacionarse es en términos generales la de la reciprocidad. Si le respondo al otro en un tiempo, ese otro debería hacer lo mismo y ahí entramos en el problema porque justamente el otro es otro pero las redes sociales manifiestan esta conexión permanente”, sostuvo Bodredo.
La sobre exposición virtual y la necesidad de estar permanentemente mirando la pantalla para pertenecer y no quedar al margen del auge social no van de la mano con la ausencia de comunicación explícita instaurada. Por eso la cantidad de corazones en una foto, el comentario que escribió alguien, el fueguito que le respondieron en la historia que subió solo o sola, son algunos factores que despiertan las crisis en los vínculos afectivos y las inseguridades en las subjetividades.
“El cariño, la demostración de afecto, las fotos como signos, por qué comparte historias, por qué no sube fotos al feed conmigo pero si con sus amigos, son los reclamos más comunes. Se presume que la consolidación del vínculo está dada por la exposición. Todo pasa por la imagen y si la persona que elijo o quiero sube una foto conmigo explícita nuestra relación no para uno sino para los otros”, sostuvo la profesional.
Eso también es el resultado de la virtualidad ya que son las propias redes sociales las que introducen qué es lo normal, qué es lo que corresponde y lo que no. Ya no se establece como propio presentarse en familia sino subir una foto juntos para que ciento de personas vean y aprueben (o no) ese vínculo porque lo que hoy brinda estatuto es justamente eso: la imagen.
Sin embargo cuando la publicación no llega, se instalan las dudas, los miedos, los celos y se profundiza la angustia. La pregunta constante es ¿qué es lo que quiere el otro conmigo? ¿Por qué? y esa incertidumbre se alimenta de los movimientos que otros hacen en la virtualidad.
Distanciados del sentir
Daniel Mundo estudia los medios de comunicación en masa y en 2019 publicó “Manifiesto Pornológico” dónde especifica que “hasta ahora creíamos que los medios permitían y facilitaban nuestra comunicación; hoy adivinamos que funcionamos como una plataforma de despegue para el desarrollo de los medios, a los medios solo les interesa que conectemos, no qué hagamos en la conexión”.
Pero además instaura un concepto que viene a colación, Mundo menciona al “capitalismo afectivo” dónde se hace del amor un campo sin riesgo. Y ese es el mensaje que se esconde detrás de los discursos progres que invaden la virtualidad. Está instaurado que el amor debe dar sin restar, que si no suma no es amor y eso según Bodredo da como resultado quejas, reproches, insatisfacción.
“Hay en esta época como uno de los síntomas propios del malestar de la cultura la cuestión de no jugársela por una elección, es decir, apostar a una relación a consecuencias de perder por ejemplo la posibilidad de salir con otras personas siempre que hablemos de monogamia, cosa que cambia en el poliamor. Dejar puertas abiertas para vincularse afectivamente con otras personas y esto no está mal, la cuestión está en que al consultorio llega como un padecimiento asintomático. ¿Por dónde pasa este no jugársela? ¿Por qué no asumir el riesgo de una elección?”, preguntó Vittorina.
Y de inmediato respondió: “En nuestra época lo positivo es la acumulación, cuanto más tenemos mejores somos. La lógica es esa pero qué pasa con afrontar las pérdidas que llegan con las elecciones. Eso se está poniendo en juego: cuando elijo estar con alguien acarreó pérdidas”.
Es ocurrente entonces citar a Martín Kohan, docente y escritor que en 2019 escribió sobre los métodos de resistirse a esa mercantilización del amor: “Interceptar y contrarrestar la tendencia actual a aplastar las pasiones amorosas (sentidas como lo que son: un exceso, un desborde), en el afán por demás dudoso de alcanzar un ideal de desapego, de indolencia, de indiferencia, de prescindencia, de esmerada desatención al otro: con tal de no sufrir (como ofrecen algunas religiones), desistir de esas innecesarias debilidades, del amor y del deseo, del riesgo sentimental de que alguien nos importe y de que podamos importarle a alguien, a favor de un principio de autarquía personal que encaja a la perfección en lo peor del individualismo neoliberal…”
Tal vez el desafío de la era 3.0 sea perder el miedo al diálogo, resistirse al capitalismo afectivo que insiste en clasificarlo todo, enmarcarlo y hacerlo público, pero además dejarse irrumpir por el amor, hacer explícitas las preguntas y bancarse las pérdidas.