En cada rincón del país hay mujeres que pasan sus días entre semillas, cereales, animales  o maquinarias. Son productoras, huerteras, tamberas, artesanas, pescadoras, técnicas, cuidadoras o empresarias que impulsan la economía regional, promueven modelos productivos amigables con el medio ambiente y forman un eslabón fundamental dentro de la soberanía alimentaria. Sin embargo, todas ellas reconocen las brechas de género dentro del campo: no sólo se trata de ganar menos, también sufren grandes desigualdades en el acceso a tierras y derechos. Es por eso que decidieron agruparse y, juntas, poner en la agenda nacional e internacional sus urgencias y necesidades.

Desde 2007, la ONU propuso que cada 15 de octubre se celebre el día de la mujer rural para reivindicar a las “líderes de un cambio sistémico y protagonistas de la transformación social” inmersas en una cotidianidad “profundamente vinculada a las dinámicas que se generan en los territorios, a las prácticas culturales y a las normas y estereotipos de género”. Porque si bien con el correr de los años hubo avances muy significativos dentro del sector y muchas de las protagonistas accedieron a estudios terciarios o universitarios, aún son muy pocas las que ocupan lugares que involucren la toma de decisiones.

Además hay quienes habitan en territorios más rezagados y la ausencia de conectividad, por ejemplo, las aleja de las nuevas tecnologías y la posibilidad de capacitarse. Esas dificultades y tantas otras las convocó y en 2022 formalizaron un espacio de construcción feminista dentro de la ruralidad que hoy es una asociación civil a la que denominaron Mujeres Rurales Argentina (MRA) y el próximo sábado 1 de noviembre, el Centro Cultural ATE Casa España, en la ciudad de Santa Fe, será el escenario del II Foro Internacional de Género y Ruralidad, un evento para debatir y generar acciones que impulsen la igualdad de género en la ruralidad.

"Veíamos que las mujeres esquivaban hablar de temas incómodos como las brechas, la violencia de género, las desigualdades y muchas otras cosas que vivimos todas pero que en el ámbito rural no está bien visto hablarlos”, dijo a este medio Patricia Gorza, Presidenta de Mujeres Rurales Argentina. 

Fue entonces que se propusieron “ser fundacionales aunque incomodara”. Con el correr de los meses y tras romper el silencio, fueron notando como el sector comenzó a “reconocer las desigualdades no sólo de índole económica sino también geográficas, de acceso a los recursos. Somos conscientes de que fuimos disruptivas”. 

Gorza además destacó que el campo “históricamente tuvo a las mujeres trabajando a la par pero nunca se reconoció eso ni públicamente ni en remuneración”. Y eso es lo que empezó a cambiar. “El desafío actual es sostener los avances en materia de derecho”, dijo la mujer líder de la Ruralidad de las Américas IICA 2023 quien mencionó que en la actualidad las brechas se profundizaron. 

Todos los índices retrocedieron y eso es grave porque a las mujeres nos ha llevado décadas cada una de esas conquistas”, señaló y sumó: “Esto es un fenómeno transversal no sucede solo en la ruralidad, está pasando en todas las áreas. Lo cotejamos con distintas organizaciones”. Es más, compartieron recientemente en la cuenta de Instagram de la asociación las estadísticas que quieren revertir: solo el 20% de las trabajadoras rurales son propietarias de la tierra. Además, ganan en promedio un 28% menos que los varones, y apenas una de cada diez es asalariada. Solo el 5% de las mujeres reciben asistencia técnica y en escuelas agrotécnicas, se egresan menos de la mitad de las que inician.

Abran las tranqueras que ellas están listas

María José Travaglino es de la localidad santafesina de Bustinza. Nació y creció en una familia tambera y pertenece a la generación de mujeres rurales que pudo estudiar y ejercer. Se recibió de Ingeniera Agrónoma y tuvo la posibilidad de profesionalizarse en Nueva Zelanda, país que se destaca por su avanzada tecnología en lechería. Trabajó durante seis años en distintas empresas tamberas lo que le permitió aprender distintas técnicas y a implementar innovación. En 2016 quedó embarazada y volvió a Argentina para darle la feliz noticia a sus seres queridos pero al ver a su padre adulto y tras charlar con Lucho, su pareja, decidió quedarse en el país.

“Me la jugué y no volví”, contó a Rosario3. Se metió de lleno en la empresa familiar. “Empecé a cambiar cosas en el equipo de trabajo, algunas bien recibidas, otras no tanto y el rol de mujer en algunas ocasiones me jugó en contra”, apuntó. Su padre empezó a delegar y María José tomó las riendas de “La Canducha”. Implementó tecnologías para la parte reproductiva de las vacas y protocolos para el cuidado de los animales, lo que permitió que en poco tiempo la productividad crezca considerablemente.

“Hoy estamos ordeñando 245 vacas, 28 litros promedio por cada una, utilizando toda genética holando neozelandés”, dijo y agregó: "Estoy muy contenta, hemos avanzado mucho, con algunos cambios en el equipo de trabajo”. Sobre el desafío de las mujeres rurales en la actualidad, Travaglino señaló que “a veces por el hecho de ser mujer se nos subestima mucho”.

Además, mencionó que aún hay “mujeres que viven en el campo, que no tienen las mismas posibilidades que en la ciudad". Y recordó: "El año pasado recibí el premio Lía Encalada, dentro del marco del 1er foro internacional de Género y Ruralidad organizado por la asociación civil MRA. Y se han visto realidades muy duras, es increíble que todavía en el 2025 haya mujeres que viven como hace muchos años atrás”. 

De la ciudad a la máquina cosechadora

Fernanda Banchio es de San Vicente, Santa Fe y cuando terminó el sencundario pensó que su futuro sería dedicarse a la salud. Sin embargo, cuando llegó la pandemia de Covid 19 comenzó a tomar distancia de la carrera que había elegido y pasó a compartir más tiempo con su papá en el campo. Entre charlas y mates fue aprendiendo lo básico: qué sembrar en tal fecha, cómo usar una cosechadora, dónde llamar si pasa algo imprevisto. 

Poco tiempo después, su padre enferma y fallece. "Tuvimos que resolver con mi mamá y mi hermana en pocos días qué hacer. Si seguir con el legado porque ya estaba todo comprado para la próxima cosecha o bajarnos, y no lo dudé", dijo la joven que dejó todo y se puso el equipo al hombro.  

Sobre los incios, dijo que "los primeros meses fueron terribles porque sentía el peso de tener que seguir con la pasión de mi viejo pero con la ayuda de un montón de personas entendí que estoy honrando su vida y haciendo crecer el trabajo de toda una vida".

El campo requiere presencia y no se puede frenar una cosecha por duelo. Con la incertidumbre acuesta y el corazón roto, las Banchio apostaron a seguir. "Siempre fue muy común escuchar que no era un ambiente para mujeres y hoy puedo decir que todo eso son pavadas", señaló. En ese sentido, recordó que cuando estaba en el sencundario, anhelaba estudiar algo relacionado a la ruralidad pero por "los prejuicios sociales a veces tomamos decisiones contrarias a las que uno quiere y desea y ahora me doy cuenta que esto lo que a mí siempre me gustó". 

Este año es su cuarta temporada al mando de la empresa familiar. "Trabajo campo en Santiago del Estero y San Vicente y estoy muy conforme con lo que hago. No puedo creer todo lo que aprendí y el equipo que armé de trabajo. No tengo días ni horarios pero estoy feliz en el campo. Investigando y sumando tecnología y conocimientos", contó y sumó: "Ser mujer no me limita en nada".