—¿Vos de donde sos? —me preguntó sorpresivamente una mujer al ingresar al Ecu. Ella entró con a la par de muchos colegas, casi pegada a mi hombro. Y asumimos que era periodista.
—De Rosario3, respondí.
—Yo soy colada. Esto no lo hice ni cuando tenía 20 años, no me buchonés—me rogó. La mujer ya no tiene 20 años, solo algunos menos que Fito y un poco se sonroja cuando se sincera.
—Yo conocí a las abuelas de Fito. Estudiaba música y con una amiga vendíamos elementos de odontología. Y nos tocó vender en la zona de las abuelas. Éramos fanáticas y pasábamos adelante de la casa para hacernos amigas. Y un poco lo logramos. Nos dejaban entrar. Más de una vez quise tocar, aunque sea una nota del piano, pero siempre estaba con llave. Las llamábamos por teléfono para saber si Fito estaba en casa o dónde andaba tocando. Las vimos por última vez en la semana que las asesinaron. Fue un shock. Llamé a mi amiga Graciela y no lo podíamos creer. Éramos chicas y nunca habíamos padecido una muerte cercana. Recuerdo el miedo que tuvimos porque, claro, habíamos entrado algunas veces a esa casa y pensábamos "mirá si quedaron nuestras huellas en algún objeto de esa casa".
Mariela siente que todo es una locura y que uno por la gente que admira hace estas cosas, aunque ya no sea una adolescente: lo de colarse en el Ecu, digo. "Mi marido se quedó afuera", explica.
Fito Páez fue reconocido en su ciudad, a pocas cuadras de la que casa que habitó, en la que se crió, a pocos metros de esa habitación en la que solo inventó su inmenso mundo. Recibió de manos del rector de la UNR, Franco Bartolacci, el diploma de doctor honoris causa. El lugar estaba reservado para pocos afortunados y testigos. "Hoy hay 800 personas, pero siempre son menos. Tuvimos que exigirlo al máximo. Las entradas se acabaron en cinco minutos. Lanzamos un link y de inmediato colapso", contaron desde la organización.
El Doctorado Honoris Causa es la máxima distinción académica que una universidad otorga a personas destacadas por sus méritos excepcionales, reconociendo sus trayectorias sobresalientes sin necesidad de estudios ni exámenes, sino por “razón de honor”.
"No importan sus pergaminos, siempre tiene como referencia a Rosario, su punto geográfico. Y lo recibió como un mimo", dijo Bartolacci en la previa cuando fue consultado sobre la reacción de Fito al enterarse de la distinción.
Cerca de las 18.30, la fila de seguidores se iniciaba en San Martín 750 y llegaba hasta calle Córdoba. No había más porque no había más lugar adentro para albergarlos. Unos 50 metros de charlas amigables entre desconocidos con un muy fuerte lazo común. Chicos de 20, que lo conocieron por sus últimas obras o que lo conocieron por sus padres; madres que inocularon la música de Fito en sus familias. Y adentro, una colada.
Cuatro minutos antes de las 19, Fito llegó en una Toyota negra y bajó en la puerta del lugar, como un rockstar. Lo esperó Bartolacci, como todo anfitrión que se precie de tal, y entraron juntos. Abrazados. La gente todavía esperaba afuera.
"Era un pequeño monstruo", recuerda Pedro Robledo, que viene de celebrar 25 años de huellas en Radio 2; uno de los periodistas que lo vio nacer con Juan Carlos Baglietto y aún antes.
—Yo lo conocí en la 97, ahí en calle Dorrego, donde estaba Radio 2—, apunta Mariela, la colada. Cuenta que tenía unos cuadernos de piano en las manos y que a Fito le llamó la atención. Le firmó un autógrafo y le dibujó un pianito. Ella vivía en zona sur y un amigo que era operador de la radio le avisó que iría Fito.
Rodolfo se tomó casi una hora para salir a escena. Subió al escenario a las 19.54. Al recibir la primera ovación, vio a Liliana Herrera sentada en primera fila y se le fue encima. Se fundieron en un abrazo. Y un olé, olé, olé, olé, Fito, Fito, sonó en todo el Espacio Cultura Universitario.
El cántico de cancha se detuvo al llegar el acto protocolar. Tan protocolar que sonó el himno nacional argentino y hasta hubo un juramento. Estaba repleto de personalidades de la cultura, hubo discursos oficiales, referentes académicos, autoridades locales y provinciales, la prensa de la ciudad; y una colada.
El doctor Páez habló y más tarde sonaría sus himnos. Antes que a nadie, mencionó su tía Charito, puso énfasis en su deseo e insistencia para que Fito terminase sus estudios: "Pero el día que iba a rendir las previas mataron a Lennon. No podía ir", se atajó Rodolfo. Y habló del arte y de su “ridícula” monetización, del carácter revolucionario de expresar ideas en estos tiempos y sentenció que "donde no se negocia es adentro de tu habitación cuando estás solo, creando".
Como no podía ser de otra manera, una de las palabras que más usó fue "gracias". Y agregó: "Esta es una invitación a recordar la valentía de esos chicos que fuimos, los de las salas de ensayo en plena dictadura. Esto es un reflejo de lo que fuimos con Juan, Fander, Abonizio y con todos. Esto no es mío, es de ellos también".
Con su banda de siempre, Fito le cantó a Rosario y se cantó a sí mismo, al niño que fue en Rosario y al que se fue de la ciudad. También al que vuelve de vez en cuando a recibir mimos. Sonaron “Caminando por Rosario”, le cantó al “Linyera” que fue de la mano de Coki Debernardi; le puso a voz a Tratando de crecer, una de sus canciones que se hicieron infinitas en la garganta de Baglietto, tal vez porque este viernes el sol quemaba la lengua de los lagartos.
Cantó “Oración del remanso” delante de Fander y le anunció: "Perdón Jorge, pero voy a destruir tu canción"; “Sale el sol”, “Un loco en la calesita”, “A la casa”, de Carlitos Vandera; “Mirta de Regreso”, como un mimo a Adrián Abonizio; La vida es una moneda, y no podía faltar Ciudad de pobres corazones, porque las heridas también son de acá. El cierre fue con “Mariposa tecnicolor”, porque cuando se fue no se alejó y con “Yo vengo a ofrecer mi corazón” a capela.
Esta vez no cantó Tema de Piluso, quizá porque lo cantó muchísimas veces. O quizá porque no se trata de que Rosario haya estado cerca, la ciudad siempre estuvo dentro suyo. En el corazón y en el garguero: la nombró siempre, la describió siempre y la quiso siempre, a pesar de los pesares, a pesar de las desgracias.
"Me hubiera gustado entregarle este diploma a Charito". Fito quizá sintió que entró por la ventana a la academia, de la que muchas veces escapó. Esa rebeldía lo trajo hasta acá porque siempre hay tiempo para colarse en algún lugar, sobre todo si es un medio y no un objetivo en sí mismo. Mariela pensó lo mismo: "Siempre me quise colar de joven y nunca pude. Ahora lo logré".