La camioneta parte cargada del Centro de Rescate, Investigación e Interpretación de Fauna “La Esmeralda”, en la ciudad de Santa Fe. Adelante, el equipo para la liberación de animales silvestres. Atrás, un carpincho adulto en una caja de madera con respiradores, dos gatos monteses negros en una jaula transportadora, 13 comadrejas dispuestas en distintas cajas y el ejemplar más sensible: un yacaré inmovilizado de la forma menos invasiva posible.
En ese espacio verde del Ministerio de Ambiente y Cambio Climático, único en la región, conviven entre 1.500 y 2.000 animales de distintas especies. Algunas están en riesgo de extinción o son consideradas monumentos naturales, desde aves como el cardenal amarillo y el águila coronada hasta pumas o ejemplares de aguará guazú ("zorro grande" en guaraní).
Las especies llegan rescatadas de distintas situaciones de tráfico ilegal, mascotismo o tenencia indebida, también por atropellamientos o enfermedades. El acceso se da por denuncias, decomisos o entregas voluntarias. Tras el ingreso, pasan por un área de cuarentena y recuperación. Con el tiempo, veterinarios y especialistas analizan si es posible su reinserción.
La expedición que está por comenzar forma parte de un plan sostenido. Más de 520 ejemplares fueron recuperados y liberados en ambientes naturales en este 2025. La mayoría fueron aves (más de 400), luego mamíferos (unos 100) y en menor medida reptiles.
A las 8.45 la comitiva parte rumbo a La Elena, Cayastá, departamento Garay. Es una estancia privada de 3.800 hectáreas que forma parte de las Reservas de usos múltiples (RUM) que integran el sistema de Áreas naturales protegidas de la provincia. Está en una zona en donde confluyen las ecorregiones del espinal, pampa húmeda y humedal.
Cuatro paradas, un objetivo
Tras una hora y media por la ruta 1, la camioneta con los animales ingresa al campo. El camino de tierra se extiende por una llanura verde, con ganado que se cría a pastizales naturales, bosques chatos y algunas lagunas.
Mauro Pergazzere, veterinario y director de la Delegación Centro del Ministerio de Ambiente, habla con Hernán Ciocan, doctor en Ciencias Biológicas especializado en yacarés y jefe de Hábitat en la Dirección de Manejo Sustentable de Fauna. Miran a los costados en busca del lugar ideal para las liberaciones de cada especie.
–Ahí, en la aguada, está lindo para los gatos monteses –dice Mauro y Hernán frena la camioneta.
Son las 10.20 de una mañana con un sol sin obstáculos. El calor desciende lento en este viernes de diciembre. Mauro apoya la caja transportadora sobre la pastura y abre la reja. Dos gatos negros, curiosos, se asoman. Primero tantean con unos pasos. Más confiados, dan un par de saltos ágiles de felinos salvajes entre flores amarillas y blancas de la pastura, y se meten en un pajonal bajo la sombra de un algarrobo.
Los ejemplares de seis meses fueron rescatados de un campo de San Justo por “tenencia ilegal” y ahora parecen haber encontrado un rincón para su madriguera. Se alimentan de roedores, pájaros y mamíferos pequeños. Llegan a pesar siete u ocho kilos, no mucho más que un gato común.
Un gallito agua, ave acuática, sigue de cerca la escena con un canto que parece un desafío o una queja por la invasión. Dos mariposas juguetean con los capullos rosas de los cardos. La primera liberación se cumple sin problemas.
Unos ceibos a un costado del camino de tierra son la segunda posta para las zarigüeyas. Los dos especialistas se ponen los guantes. Las cajas tienen carteles escritos a mano. Dicen, por ejemplo, “4 comadrejas”. Algunos vienen con aclaración: “2 comadrejas (bravas)”.
Son crías de tres a cuatro meses, que fueron encontradas solas o de una madre que murió. La primera no parece reaccionar y Hernán tiene que ponerla arriba de la rama de un ceibo para que se sostenga. La segunda, más despierta, olfatea la corteza y trepa hábil. Del otro grupo, una de las “bravas”, presenta resistencia: muestra los dientes y vocaliza un grito sordo mientras abre los dedos de las manos. El biólogo tiene que sacarla con cuidado de la caja de madera y ponerla sobre otro ceibo. Ella, rebelde, usa la cola para colgarse, bajar hacia unos cardos, ignorar las espinas y escapar a la vista.
Aún espera el carpincho que es, en realidad, una carpincha: una hembra adulta que llegó a La Esmeralda el año pasado. La llevó la Policía después de una denuncia. Estaba en la ciudad y fue atacada por perros: tenía múltiples mordidas en un ojo, el lomo y los laterales. Presumen que era una mascota (tenencia ilegal) y se escapó.
Pasó meses en el centro de recuperación junto a otro grupo de carpinchos. Cuando se sintió más fuerte, empezó a pelear y la separaron. En esa instancia, corresponde la liberación para que no se quede sola. A diferencia del yacaré, que se llama Ricardito, a la carpincha no le pusieron nombre para no domesticarla.
Dentro de la caja más grande, el ojo bien oscuro de la capibara refleja tensión. La tapa lateral se abre frente a una laguna. Asoma el pelaje marrón del roedor más grande del mundo. Decidido, avanza hacia el agua. Chapotea en el barro entre los camalotes y se sumerge de a poco.
Cuando llega al agua despejada de plantas, nada. Solo la cabeza gigante asoma sobre la superficie. En un par de segundos, cruza la pequeña laguna, sube por la costa y se pierde en una isleta de bosque. El pasaje a la libertad se reduce a esa secuencia breve y en silencio.
La camioneta sigue hasta otra zona para la última parada: la liberación del yacaré Ricardito. Tiene, además de un nombre, una historia particular: estuvo años en el Instituto Malbrán (ver aparte).
Cada especie cumple una función esencial dentro del ecosistema. La presencia de estos animales y las interacciones contribuyen al equilibrio natural
A medida que el camino se adentra en el interminable campo aparecen más especies. Una garza ensaya un vuelo rasante. Un tero parece un pequeño gorrión al lado del imponente tuyango o cigüeña americana: cuerpo blanco de un metro, pico robusto y oscuro, y las patas rojas y largas. Una iguana, lagarto overo, escapa del ruido del motor y se mete en un zanjón.
El esfuerzo del equipo de Ambiente, dice Mauro Pergazzere, vale la pena. “Cada especie cumple una función esencial dentro del ecosistema. La presencia de estos animales y las interacciones que se generan entre ellos contribuyen al equilibrio natural, permitiendo que los ecosistemas se mantengan saludables y funcionen correctamente”, afirma a Rosario3 el veterinario y funcionario de Ambiente de Santa Fe.
La acción es el último eslabón de una estrategia de conservación que se realiza en La Esmeralda y que también busca, con las obras en marcha para mejorar ese centro, abrirse a la comunidad. Multiplicar la conciencia de cuidar el ambiente no como un parche aislado, sino como una necesidad de fondo para poder desarrollar una vida sostenible en los años que vienen.