Pedro Robledo

En un show atípico, lleno de buenas ideas, Alfredo Casero se propuso a sí mismo dejar todo lo mejor que tiene para dar y más también. Asimismo, reservó buenos espacios para emitir sus opiniones sobre la realidad y compartir reflexiones.

Hubo una mínima espera para ver su figura en el escenario del Broadway, que incluyó una breve demora para el comienzo, un video con imágenes y hasta uno de sus actores personificando a un vendedor de garrapiñada ingresando por el núcleo de la sala.

Su ingreso fue una gran fiesta, demostrando el profundo afecto mutuo que ha construido con sus seguidores.

Siempre ubicado en el absurdo, comenzó cantando tango, improvisando una letra que recorría lugares y personajes rosarinos: el Negro Fontanarrosa, el Nene Molina, el Sunderland...

El pianista, que estuvo en escena permanentemente, trataba de ocupar el rol de una banda de sonido de la puesta, algo desconcertado, intentando seguir el delirio y el inestable rumbo del show.

La primera parte estuvo impregnada por un relato escatológico, característica saliente del discurso de Casero en la mayoría de los textos. Y demostró su nivel actoral, cuando mutó personajes, por momentos sermoneando al estilo de los pastores de la tele.

Nunca perdió la ubicación. Cuando pareció enredarse en su propio universo, salió airoso enlazando historias sin hilo ni sentido, pero siempre generando risa. Cuando notó que su tono era muy soez, se preocupó por la presencia en la sala de niños y señoras mayores.

Se dio espacio para momentos de seriedad y reflexión. Allí se quejó de los cambios impuestos de golpe, intempestivos, y de las mentiras de los yanquis y de los co-terráneos. En tono desopilante, no se privó de lanzar sus opiniones críticas al sistema.

La nómina de los protagonistas del espectáculo de Alfredo Casero no se redujo a su figura. A los actores que se desplazaban por todo el teatro, incluidos los palcos, se agregó un espectador que se animó a ser parte de un experimento en el escenario. También se sumó la participación de su hijo Nazareno, protagonista en los videos.

La primera parte estuvo destinada a la palabra. En la segunda, se dedicó a cantar, lo que más le gusta, según confesó.

"Alberto" en guitarra y "Humberto" en piano iniciaron el último tramo con un instrumental, que precedió a un momento trascendente: el recuerdo de la figura de su madre (ya fallecida), cantando una canción italiana que ella le hacía escuchar de niño en el trayecto a la Escuela Marista, donde completó su primaria.

Por momentos se tentó y no pudo seguir, lo mismo su guitarrista, cuando compartió con el público anécdotas de su compleja relación con su dietista que en vano intentó disciplinarlo, según expresa.

En el final, luego de despotricar contra el presente de la radio y la TV, medios que no lo motivan actualmente, dejó su mensaje final: "No quiero que me recuerden solamente por ser un guacho con pinta" y anheló descubrir actores "copados" para hacer nuevas cosas.

Humor y espacio para la reflexión, de eso se trató la propuesta de Alfredo Casero, un enamorado de Rosario, que se sintió cómodo en su paso por la ciudad y que se entregó entero a su fieles seguidores.