Probablemente sea cierto: la Argentina encabeza el ranking de paros docentes en Latinoamérica. Ese fue el titular de la nota sobre un encuentro en la Universidad Torcuato Di Tella, que se publicó recientemente en un diario nacional y se citó en innumerables medios digitales de todo el país.
Quizás no sorprenda a nadie esa noticia, y no está demás decir que el dato es una comparación que, si no es odiosa como reza el dicho, por lejos es tan simple, que lo no dicho puede ser tan complejo que supere la sola estadística. Porque el problema no sólo una medida de fuerza en sí, sino todo lo que hay detrás de ella.
Parte de esa complejidad está compuesta por una serie de aspectos, algunos más y otros menos visibles, pero todos importantes a la hora de considerar la situación: nadie desea un paro docente por el paro mismo,
se llega al mismo luego de infructuosas instancias previas, muchas veces numerosas y desgastantes, mientras los motivos del reclamo esperan resolución...
Pede tener diversas causas, y siempre se origina en una lesión a los derechos de los docentes, que frente a las patronales (sea el Estado, por ejemplo) siempre están en inferioridad de condiciones.
el docente no sólo reclama por una remuneración justa; también reclama por condiciones de trabajo dignas que pasan por lo edilicio el marco legal laboral, las condiciones de capacitación (un aspecto muchas veces muy oneroso en la vida de un docente).
Es cierto que la frecuencia y regularidad de las clases son importantes para el aprendizaje en general, y los paros afectan a esos dos factores.
Cuando la rutina se ve afectada y no hay clases cuando se organizó la cotidianeidad dando por hecho que las habrá, los padres de los alumnos suelen encontrarse con varios trastornos, entre ellos el problema de buscar quién los cuide cuando se trata de los más pequeños; y los alumnos de mayor edad, que comienzan a valorar su educación como tal, suelen ver con disgusto disminuir la cantidad de clases.
Lo rutinario de un docente es su formación profesional permanente, la compra de libros, material didáctico, la realización de cursos de capacitación (muchos desean superarse y continúan estudiando otra carrera), la participación en eventos académicos, y hoy por hoy la adquisición de tecnología de la información (cada vez más “tecnologías del conocimiento de la cultura”) es un ítem insalvable para cada vez más docentes. Aunque parezca mentira se puede decir que lo anterior son algunas características del docente ideal, y esa es la figura que persiguen en última instancia los reclamos docentes.
El problema es qué pasa si los docentes no incluyen esas características con frecuencia en su “menú”: qué perfil de docente configura, porque en definitiva ése es aquel a quien confiamos para educar a nuestros hijos; se los confiamos a la “Escuela” o al “Estado” como instituciones, pero son los docentes los que las constituyen como instituciones que son, y son los docentes quienes en definitiva juegan día a día y hora tras hora la apuesta por la educación y el cuidado, de nuestros hijos.
No es novedad que un paro docente no agrada a nadie, pero todos conocemos en mayor o menor medida las condiciones de la educación en nuestro país, y también es sabido que no pocas veces las respuestas se obtienen solamente luego de los reclamos y protestas. En la noticia citada al iniciar estas líneas se señala también que aunque la ley de educación nacional enuncia como objetivo “asegurar una educación de calidad, con igualdad de oportunidades”, la desigualdad se extiende y hay una gran variación de inversión por alumno si se comparan las distintas jurisdicciones.
Un docente también enseña con toda su persona: la enseñanza del contenido escolar establecido en los programas, y también con su conducta en toda su amplitud (en la esfera cívica, personal, comunitaria, etc.), y deficiente sería su enseñanza en ese sentido si no tomara partido por sus derechos y los de sus pares. Esta dimensión no es de menor importancia, porque no se trata de elogiar las medidas de fuerza per se, sino de que, de llegarse a ellas, sean expresión del legítimo y auténtico ejercicio de los derechos de los docentes como trabajadores y ciudadanos. Se trata de jugar las fichas de una de las facetas que más madurez y responsabilidad exigen cuando las reglas son las de un estado de derecho y la democracia.
Parece que nunca se hará suficiente hincapié en la importancia de lo que representa el docente para sus alumnos; no porque deba ser un modelo, sino que, de hecho lo es, más aún, aunque el mismo docente no lo quiera, y aunque por supuesto, no sea el único.
Sin duda que de haber otro medio efectivo para hacer valer los derechos de los docentes se utilizaría. El problema es que sea efectivo hoy, en nuestro país, con nuestra historia y con los aprendizajes que los colectivos docentes llevan en sus mochilas al respecto.
Y este planteo no quiere ser ingenuo; no se ignoran los intereses encontrados, los juegos de poder, lo imponderable y lo no explícito que pueden tejer la trama de las demandas de maestros y profesores.
Este planteo pretende rescatar la figura del docente como actor clave y decisivo en el crecimiento personal, intelectual, y ciudadano de aquellos que les son confiados con esperanza, la que esperamos ver crecer en la vida que toda niña y niño llevan sólo por ser eso, esperanza.