Antes de saber que pasaría los 24 años siguientes encerrada dentro de un sótano y violada reiteradamente por su padre la vida de Elisabeth Fritzl era la de cualquier chica normal de 18 años. Elisabeth tenía novio y disfrutaba saliendo por la noche, escuchando música y practicando deportes, hábitos que no pudo sostener durante los años de cautiverio donde fue obligada por su propio padre a vivir en el espacio reducido de un sótano y a parir a siete hijos producto de las relaciones sexuales con su progenitor.