Adrián Mouján (Télam)

Charly García celebró este lunes a la noche su 55 cumpleaños con un caótico concierto en el Gran Rex que dejó una enorme desilusión entre los asistentes y abre grandes interrogantes sobre el presente y el futuro del artista más grande del rock argentino.

Con la excusa de celebrar su cumpleaños, García convocó a sus fans al Gran Rex, como viene haciendo desde hace un par de años, pero con la premisa de que los asistentes llevaran radios para escuchar el concierto a través de esos aparatitos.

Tratándose de una figura de enorme raigambre popular, los incrédulos podrían haber pensado que se trataría de una fiesta, pero no fue así, ya que García hace años que se encuentra involucrado en un alocado espiral descendente.

La fiesta fue en realidad un caótico ensayo general en donde quedaron evidenciadas las falencias del trío chileno que acompaña a García, pero el dato más grave es el laberinto decadente del cual el autor de "Desarma y Sangra" no puede o no quiere salir.

García se dio "el lujo" de hacer playback de voces y música en las canciones de "Kill Gil", su "vaya a saber cuando nuevo disco".

Mientras Horacio Chofi Faruolo disparaba las bases y las voces del disco nuevo desde un costado del escenario, García enloquecía a sus plomos cambiando de posición desde el frente del escenario hasta un sillón donde Deborah de Corral aposentaba su magnífica geografía.

Una hora más tarde de lo previsto, y tras una respetuosa intervención de Juan Alberto Badía que el público podía escuchar en el 100.1 de sus equipos, la radio Say No More que los estudiantes y docentes de segundo año de Radio Tea armaron junto a Santiago Pont Lezica, Charly subió al escenario.

La apuesta de la radio Say No More fue un fracaso a pesar de los esfuerzos del equipo de técnicos que trabajó todo el fin de semana para armar el capricho del artista, aunque existieron fuertes pedidos para concretar un recital en formato tradicional.

Después de haber ingresado al Gran Rex en una limusina blanca acompañado por Deborah De Corral, vestida de novia punk, García intentó bajo todas las formas llevar adelante el show en formato radial, pero ante las fallas de audio, se desesperó al promediar la tercera canción del show y arrasó con una consola lo que obligó una suspensión del show.

Durante los más de 40 minutos que estuvo paralizado el recital, la escena pudo dividirse en dos planos; el del público, que esperaba entre resignado e impaciente; y el del escenario donde los técnicos le explicaban por enésima vez a García que el show no podía hacerse en formato radial.

García apenas llegó a tocar tres canciones para su propia radio, que podrían estar incluidas en el interminable "Kill Gil" que lleva más de dos años grabando en el estudio de Palito Ortega en General Rodríguez.

Para los que no eran fans, el show generó desconcierto, confusión y rabia, ya que se trató más que nada de un ensayo general plagado de pifias, de interrupciones caprichosas de las canciones, apenas tocados un par de acordes, y de una idea de fogón pagado de patetismo.

En el concierto hubo un solo cantante: el público, fiel y leal, se encargo de tapar los desastres de una garganta que lleva más de 15 años deshaciéndose en vivo y en directo.

El show fue básicamente un caos, como todo lo que le sucede a García desde hace más de 10 años, desde la grabación de "Casandra Lange" a la actualidad, y la idea de un ensayo general suele quedar bien para la banda de la cuadra en el festival del colegio, pero no para el artista más importante que dio el rock local.

Pero a pesar de eso, la gente tiene mucha paciencia con García, en especial las nuevas generaciones, ya que las viejas, parecen no querer terminar más en las playas desordenadas del autor de "Mientras miro las nuevas olas".

Y el autor de "Encuentro con el diablo" aprovecha esa complicidad con el público joven, que le tolera el desorden y una improvisación exasperante. Y esta bien, porque el público –Mambrú– adolescente que ahora puebla los shows de García no tenía que levantarse el martes a las 7 de la mañana para ir a trabajar, como si le ocurre aquellos mayores de 25 años.

Por momentos, parece que Charly se hace cargo y reconoce esa situación como cuando calificó al show como "un vuelo de Aerolíneas Bochorno", para minutos después aporrear su piano, que sonaba como el de una cantina de La Boca, mientras la banda integrada por Kiuge Hayasida en guitarra, Carlos González en bajo y Toño Silva en batería, pifia y entra tarde porque se pierde en el desorden del bigote bicolor.

El desorden fue tal que el talentoso Fernando Kabusaki, invitado en guitarra, no tocó en gran parte de los temas, ya que parecía desconocer muchos de ellos, mientras que a mitad del show De Corral desapareció del escenario por obra y gracia de su prudencia.

Se ha escrito largamente sobre la decadencia de artistas y fenómenos que han marcado a fuego la historia y la cultura de la Argentina, tal el caso de Diego Maradona, a cuyo entorno que lo sometió en un infierno de cocaína, soberbia y despilfarro, le cayó el juicio de la historia.

Algo similar habrá que hacer con los cortesanos de García, que han desamparado a uno de los 4 o 5 compositores populares más grandes de la historia de la música argentina, en nombre de intenciones que vaya uno a saber cuales son.

No es justo que un artista de la talla de Charly García sea invitado a su propio suicidio en versión karaoke, mientras nadie detiene el desastre. Y para muestra bastó el celebrado final en donde la banda de covers que acompaña a García se despachó con espantosas versiones de "Demoliendo hoteles", "Nos siguen pegando abajo", "El fantasma de Canterville" y el remiendo de "Sucio y Desprolijo" de Pappo.

Casi sobre el final, el descubridor y primer productor de los Rolling Stones, Andrew Oldham subió al escenario para cantar junto a Charly y su piano, una etílica versión de "Play with fire", clásico del disco "Out of heads" (1964) de la banda que lideran Mick Jagger y Keith Richards.

Mientras a las 2 de la mañana, García destrozaba una guitarra, megáfonos y tiraba varios de los caros equipos Marshall para luego adoptar una pose patética de rock star, la noche calurosa se devoraba a Buenos Aires, que le decía adiós a un cumpleaños para olvidar.