Durante las últimas décadas las nuevas pautas de trabajo, convivencia y entretenimiento confinaron al hombre a espacios reducidos, rutinarios, y carentes de emoción. Oficinas en las que nada pasa, donde hay que almorzar rápido comida chatarra, y apenas moverse para ir al baño, son el lugar ideal para apagar la inquietud natural del hombre por la acción.
Es por esto que crecieron los espacios donde, de diferentes formas, se simula lo rudimental, se busca la adrenalina ausente durante la semana. El turismo aventura, los deportes extremos, y hasta los gimnasios, en los que se corre o anda en bicicleta sin ir a ningún lado, son los ejemplos más populares de esta tendencia.
Pero Rosario3.com accedió a una novedosa propuesta, un taller escuela dedicado a enseñar el milenario arte de la forja de acero. Allí acuden mayormente profesionales, (durante la visita de este medio asistieron un cirujano y un ingeniero), que buscan acercarse a las raíces de la historia y la tecnología, y despejar la mente, a fuerza de mazazos a un fierro caliente hasta convertirlo en un precioso cuchillo.
Un poco por el encanto telúrico de fabricar un cuchillo criollo como lo hubiera hecho un herrero doscientos años atrás, y otro poco por descargar las energías acumuladas durante toda una semana de claustro profesional, esta gente se somete a ocho horas de mazazos sincronizados como una rígida marcha vikinga.
Alejandro Krasniaski oficia de "maestro", aunque él sólo se refiere con este término a su mentor el "Forja Fontenla". Y su mayor motivación, a diferencia de sus alumnos, es perpetuar el arte de la forja. "Si no fuera por gente como nosotros, con la tecnología de hoy, la forja ya habría desaparecido, y con ella el disfrute de estos cuchillos y espadas que son verdaderas piezas de arte", cuenta Krasniaski.
El fondo de un terreno en Granadero Baigorria fue el lugar elegido para montar esta particular empresa. Allí una fragua a carbón y otra a leña, un par de yunques, y una lijadora de banda bastan para todo el trabajo. Una montaña de chatarra se apila en un rincón, son viejos elásticos, resortes espiralados, limas y cualquier otro trozo de acero que se encuentren. Todo va a parar a la pila, como una oxidada sala de espera llena de pacientes fierros que quieren recuperar el brillo de su juventud.
Es domingo, muy temprano para ser domingo. Krasniaski guía a sus dos alumnos hasta el taller. Se elije una pieza, y la magia comienza. Con el fierro caliente los forjadores se disponen en un círculo alrededor del yunque, y uno a uno golpean al ritmo que impone el maestro hasta que se enfría. Vuelve el fierro a la fragua y los forjadores descansan. Pocos minutos más tarde la pieza vuelve a tomar el rojo furioso que pide mazazos, y los forjadores no tardan en saciarla. Así durante horas. Sutilmente la pieza empieza a adquirir la forma de un cuchillo.
Es mediodía, y después de tres horas de golpear con mazas de varios kilos, encerrados en una habitación con una fragua a 700 grados, es hora de recuperar energías. No importa que afuera la temperatura alcance los 30 grados, es un alivio salir. Gaseosas y sandwiches con pan lactal son un oasis de modernidad.
Recuperado el espíritu, vuelven a esa sucursal del averno que es el taller. Pocos mazazos más y ya están listos para la siguiente etapa: el desbaste. La pieza hasta ahora parece un cuchillo de plomo. Es gris opaco, tiene forma de cuchillo, pero los bordes son gruesos como el filo de los de juguete. El desbaste es la transformación más evidente que sufre (o disfruta), la pieza. Gracias a la lija de banda emergen el brillo y el filo. El gris oscuro es destituido del puesto que ocupó durante años por un plateado digno de vestir la cintura de un gaucho y de "probar la sangre de algún animal", como adelantaba el cirujano.
Pero no está listo. Todavía falta el templado, que es llevar el acero a 900 grados y controlar el enfriado sumergiéndolo en aceite. Esto es para aumentar su dureza, resistencia a esfuerzos y tenacidad. Luego hay que revenirlo, que es volver a calentarlo a temperaturas de entre 200 y 500 grados, para reducir las tensiones internas de la pieza originadas por el temple.
Por último el pulido final, que serán horas, días, de pasar el cuchillo por lijas cada vez más finas. el pulido final, que serán horas, días, de pasar el cuchillo por lijas cada vez más finas hasta conseguir el acabado definitivo. Este domingo la pieza queda inconclusa, pero el cambio desde aquel trozo oxidado, hasta la hoja brillante en que se convirtió, es increíble. Es la utopía de los metales.
Pasaron ocho horas, y los tres altruistas del acero miran orgullosos el fruto de tanto esfuerzo. Todavía falta bastante pulido, pero el cuchillo está ahí, corta y brilla. El arte de la forja sobrevive un día más en el mundo de los celulares en la cintura. Seguramente en un futuro no muy lejano habrá gente que quiera aprender a expresarse con un fotolog para acercarse a un arte de otros tiempos, porque todo tiempo pasado parece mejor.