Cristina Kirchner no viajó a Rosario, pero igualmente presidió una ceremonia por el Día de la Bandera en provincia de Buenos Aires. Prefirió quedarse con un gobernador aliado, Daniel Scioli, y no escuchar a otro, Hermes Binner, que tiene una postura claramente difrente a la de ella en el marco del conflicto con el campo. Conflicto del que la presidenta no habló en su discurso transmitido por cadena nacional: desde un gimnasio copado por chicos de cuarto grado que juraron lealtad a la bandera, la jefa del Estado focalizó sus palabras en Manuel Belgrano –“mi prócer preferido”, lo definió– y llamó a tomar su ejemplo para trabajar por la “unidad nacional” y la “tolerancia”.
No, esta vez no estaba ante los muchachos peronistas, los sindicalistas, los piqueteros que coparon el miércoles la Plaza de Mayo. Por eso, la presidenta era otra. Sin forzar la voz, con tono suave, con una sonrisa hasta dulce, podría decirse que en Hurlingham se pudo ver a la versión de “Cristina para niños”.
En ese marco, habló de Belgrano, de quien dijo que si bien al principio nos enseñan que es el creador de la bandera, su “legado más importante” es que entre su vocación y su deber, este abogado porteño eligió la segunda opción, es decir se comprometió “con la sociedad, el país, la Patria”.
“Fue revolucionario en mayo y militar para rechazar el ejército colonial, pero además amó la escuela pública y tuvo un gran compromiso con los pobres”, resaltó.
La jefa del Estado dijo que Belgrano y la bandera deben ser rescatados como “símbolo de unidad nacional, de tolerancia”. Y luego se despidió: “Viva la Patria, viva el Día de la Bandera y viva el futuro de todos nosotros”.
Y punto. Ni una palabra de las retenciones, del campo, de los piquetes. No era un auditorio adecuado el de los chicos de cuarto grado de las escuelas bonaerenses.