María Soledad Massin
Desde el auditorio, los espectadores se sumaban como comensales de un gran asado entre amigos. Interrumpían las historias con preguntas y acotaciones y a través del hashtag #coppolaybambinoencitycenter compartían las anécdotas más desopilantes.
“Acá pueden dejarse los celulares prendidos, sacar fotos, tirarse un gas si quieren”, advirtió Coppola como para aclarar desde el vamos –y por si aún quedaban dudas–, de que entre el Bambi y él no existen actitudes de diva.
Con un champán de por medio, hablaron de todo y de todos. Las historias viajaron desde la cárcel de Caseros, donde Guillote pasó “una temporada de relax”; hasta el Estadio Azteca, donde el Bambino tuvo que ayudarle a un “herido” arquero llamado Blas a atajar un corner; y un aeropuerto italiano, donde Diego despreció una Ferrari negra –la primera en su tipo, especialmente confeccionada para él–, porque no tenía estéreo ni tapizado. Y cómo olvidar la escalera de la mansión de Barrio Parque, donde cada noche se improvisaban desfiles de moda hasta que un incidente en el cuarto de Diego la redujo, literalmente, a cenizas. “Mariano Grondona era vecino, venía y me puteaba en latín”, bromeó Coppola.
Aunque en minoría, las mujeres también disfrutaron de las ocurrencias de estos dos amigos e incluso una de ellas, oriunda de Villa Mugueta y autoproclamada “adicta” a la dupla, les obsequió un calzoncillo a cada uno. Para el Bambino, “para sus expediciones nocturnas”; y para Guillote “para sus problemas de testículos”.