Otro factor que molesta a los profesores es la gran cantidad de tareas administrativas que a menudo tienen que realizar y que también posterga los minutos de aprendizaje de los chicos. La mitad de los profesores consultados detalló que no recibe ningún tipo de valoración por su trabajo y que el mal comportamiento de los alumnos entorpece las clases en tres de cada cinco colegios.
El trabajo se realizó en Australia, Austria, Bélgica, Brasil, Bulgaria, Dinamarca, Estonia, Hungría, Islandia, Irlanda, Italia, Corea del Sur, Lituania, Malasia, Malta, México, Noruega, Polonia, Portugal, Eslovaquia, Eslovenia, España y Turquía. En la mayoría de las escuelas, los profesores dijeron que pierden un 13% del tiempo de clases en intentar poner orden. En Brasil y Malasia ese porcentaje trepa hasta un 17%, y en Bulgaria, Estonia, Lituania y Polonia la cifra baja a menos del 10%. En España, México, Italia, Eslovaquia y Estonia, más del 70% de los docentes dice que en sus clases las interrupciones de los alumnos perturban “bastante o mucho”, y en todos los casos tres de cuatro de esos maestros expresan que les faltan incentivos en su trabajo.
En Argentina, los profesores se pusieron de acuerdo: cada vez es más difícil dar clases y el tiempo que lleva “calmarlos” dentro del aula va en aumento. Ricardo, un profesor del Nicolás Avellaneda, en el barrio porteño de Palermo, observó que “el nivel de dispersión que existe hoy entre los chicos es muy grande. Ya no existe esa idea de hacerlos callar y tenerlos en silencio, porque es imposible y porque muchas veces es preciso que hablen entre sí. Lo que sí percibo, en todo caso, es que se comportan como si estuvieran frente al televisor: se levantan, van al baño, comen, conversan, como si no hubiera un profesor frente a ellos”.
Por su parte, Silvia Góngora, que da clases de inglés en La Plata, agregó: “Este año tengo dos cursos espectaculares, pero estuve en una división de 40 varones y me pasaba media hora pidiendo que bajaran los decibeles. Hay cursos que son bravos, porque llegan del recreo y lo continúan dentro del aula. Yo gritaba como loca y como estaba embarazada me subía la presión y por eso renuncié”.
En cambio, Fernando Lanzaco, director de la escuela rural de Piedras Blancas, en El Diquecito de La Calera, en Córdoba, dijo que no le parece una gran dificultad en el caso de las escuelas rurales, donde “uno conoce a los chicos desde el vientre de la mamá y son muy respetuosos” y que, en su caso, “no tenemos problema porque acá sólo con la mirada basta para comprender la importancia del momento. Eso tiene relación también con la cantidad de alumnos por aula, que es uno de los condicionantes para hacer una buena clase”.
En eso de las condiciones laborales, también todos acuerdan: Teresa, profesora de Lengua de colegios porteños, sintetiza: “Los chicos son diferentes a los que tuvimos otros años. Se suma el cansancio de los docentes debido a las condiciones laborales que ofrecen las escuelas públicas: desde la cantidad de horas que se trabajan para procurar un sueldo digno hasta la situación en el aula y la necesidad de afecto que hoy tienen los chicos. Claro que eso repercute en la educación, y poner un poco de calma no es tarea sencilla”.