Ayelén se vestía en su casa y sentía que la observaban. No era una sensación. A través de la mirilla del picaporte, el portero de su edificio la observaba. Durante meses, el hombre la acosó y propició todo tipo de escenarios para quedarse a solas con ella. Hasta que un día, la muchacha no lo aguantó más y decidió pedir ayuda al Instituto Municipal de la Mujer (IMM) gracias a cuya intervención logró echarlo. Sus vecinos, sin embargo, no la escuchaban, pensaban que estaba paranoíca o que ella misma provocaba al propio acosador.