La onicofagia, el nombre que se le da a la costumbre de comerse las uñas representa uno de los trastornos nerviosos más frecuentes entre los niños y adultos. El 45% de los chicos está afectado por esta problemática, pero no es un problema propio de ellos, también los adultos lo padecen, con consecuencias a veces complicadas no sólo desde el punto de vista estético sino fundamentalmente en cuanto a la salud y la calidad de vida, debido a la posibilidad de provocar infecciones.

Este trastorno aparece alrededor de los 3 o 5 años, sobre todo entre los niños más nerviosos y aumenta su frecuencia hasta los diez o doce años, edad en la que usualmente se suele renunciar a ella. Los especialistas aseguran que, por razones estéticas, las chicas se preocupan antes que los jovencitos por evitar morderse las uñas y son las primeras en demandar ayuda, algo que suele comenzar entre los 13 y los 15 años.

Infecciones


La onicofagia puede provocar pequeñas infecciones por bacterias, virus, hongos o cándidas en las uñas, al entrar en contacto con la flora de la boca. Estas infecciones, en muchos casos se trasladan a la mucosa oral dañando boca y encías.


En el plano psicológico, el mal estado de las uñas provoca diversas reacciones, sobre todo vergüenza ante la posibilidad de que otras personas observen las uñas comidas, los dedos infectados y heridos. O bien un retraimiento cuando se trata de compartir actividades que conllevan la exposición abierta de las manos.


Control

Este hábito es difícil de controlar, pero no es imposible de erradicar. Sin embargo, requiere gran fuerza de voluntad y control sobre uno mismo.


Aunque existen remedios caseros como cubrir las uñas con esmaltes o sustancias amargas que provocan el rechazo de la persona al llevar los dedos a la boca, los especialistas señalan que la solución más eficaz para acabar con este hábito procede del campo de la psicología.

En la infancia, la responsabilidad de que el niño no se muerda las uñas recae directamente en los padres. Para ello se aconseja llamar la atención a los hijos pero sin darle demasiada importancia. Se trata de crear pautas para que controlen el hábito, pero sin concentrar demasiado la atención de los padres en este punto. El problema se puede agravar si se reprende duramente al niño y se utilizan expresiones que puedan resultar hirientes.

En cuanto a los adultos, si la situación ha llegado a extremos de quedarse literalmente sin uñas o bien genera una ansiedad que afecta la vida personal, lo aconsejable es acudir al psicólogo, quien ayudará a determinar las situaciones que provocan la onicofagia, para así controlar el hábito.

Además, el psicólogo puede estar en combinación con un dentista, quien confeccionará una especie de funda entre los molares y premolares que impida que los incisivos se junten y así el poder morderse las uñas.

Según indican los expertos desde el momento en el que una persona deja de morderse las uñas, éstas necesitan unos ocho meses para restaurarse, y se debe esperar un mes y medio más, para asegurar el abandono definitivo del hábito.


Fuente: Salud.com