Por Ricardo Robins

“¿A vos te parece que esto está mal?”, pregunta un productor ganadero que tiene cientos de hectáreas en la isla mientras se agacha a prender fuego unos pastizales. Hace un tiempo que, como él, otros propietarios de tierras entrerrianas ubicadas frente a Rosario buscan la solución al dilema no resuelto del fuego: cómo realizar esa práctica habitual y necesaria para su actividad sin enfrentarse con la gente que vive en la ciudad y padece el humo y las cenizas.

La quema de pajonales isleños, explica uno de ellos, no sólo es fundamental para que pasado el invierno y antes de que lleguen las lluvias de la primavera pueda germinar el verde sobre las zonas secas (que es la comida del ganado), sino que se convierte en una acción indispensable para “limpiar el campo”. Es decir, prevenir que las zonas de pajas secas y cerradas se conviertan en nidos de ratas y víboras, tal cual lo establece además la ley provincial 9.291. “Hace tres meses se murió en el Charigüe una chica de hantavirus. Eso la gente no lo sabe, pero nosotros tenemos que controlar a las ratas porque convivimos con ellas. Lo mismo pasa con las yararás, cuya mordedura es mortal”, describe.

Otro de los puntos que señala el productor es que los pastos secos, como pudo comprobar Rosario3.com en una visita a su campo, alcanzan los dos metros y forman una zona densa de difícil acceso (ver video). “Acá más de una vez se me perdió un ternerito. Se queda atrapado y como no lo ves, se te muere”, cuenta Juan, que hace las veces de guía a caballo por el campo.