La economía no tiene por qué ser una ciencia lúgubre. En todo caso, tristes y taciturnos podrán ser los economistas, mas no la economía. Si ello ocurre, es porque los economistas analizan la actividad económica con poca gracia, como meros datos fenomenológicos –aislados y encerrados en sí mismos– sin ninguna conexión con la amplísima vastedad de sentimientos, virtudes, emociones, recuerdos y motivaciones en que se desenvuelve la vida humana.