Sabrina Ferrarese
A 200 años de aquellos primeros pasos dados en el campo de la independencia, es bueno mirarse al espejo. Quizás se puedan empezar a oír algunas respuestas sobre la identidad del argentino, apoyadas en la lejanía del tiempo y esa posibilidad que brinda de reconstruir y delucidar el revés de la trama que teje la historia oficial. Y en eso está el sociólogo porteño Luis García Fanlo, quien con una visión crítica sobre lo contado, derriba algunas máximas celestes y blancas que siguen vivas.
Investigador del Área de Estudios Culturales del Instituto de Investigaciones Gino Germani (IIGG-UBA), se distancia del ser nacional argentino que comparte defectos y virtudes y de aquel país que alguna vez fue el puerto deseado de miles de inmigrantes que recalaban de este lado para hacer el Nuevo Mundo. El profesor Fanlo, en cambio, prefiere usar otras palabras para reconstruir estos 200 años: argentinidad, poder, imposición, explotación económica y opresión ético-cultural, entre otras.
Rosario3.com tuvo un contacto vía mail con quien también tiene un blog donde reflexiona sobre varios temas. Aquí, las preguntas y respuestas de esta entrevista virtual.
— A través de estos 200 años, ¿se puede hablar de la existencia de un ser nacional? En ese caso, ¿qué lo define, cómo se compone y cuáles son sus características?
—Hablar de un “ser nacional” remite a un “espíritu” o “alma” que sería previo y anterior a los individuos, una esencia que los individuos encarnarían y que sería independiente de todo tiempo, lugar, y condiciones históricas. Desde mi punto de vista lo que existen son modos y formas de ser, producto de determinadas condiciones históricas de existencia, no obstante estos modos y formas de ser argentinos no son la “argentinidad”. La “argentinidad” es lo que produce los modos y formas de ser argentinos. La “argentinidad” es una invención para hacer a los argentinos y argentinas gobernables.
—¿Hay una Argentina o son varias?
—La “argentinidad” es un discurso que se hace cuerpo, argentinidad inscripta en el cuerpo, en un conjunto de prácticas que a lo largo del tiempo han sido naturalizadas como propias de un argentino “normal”, esto es que vive su vida de acuerdo a las reglas del sentido común, tanto como productor como consumidor. Si la argentinidad está inscripta en el cuerpo entonces las distintas modalidades o identidades del ser argentino (provinciano, mujer, niño, viejo, adolescente, hincha de fútbol, creyente, peronista o radical, etc.) son como la vestimenta del cuerpo. No existen varias Argentinas así como no existe “una” Argentina, lo que existen son representaciones sobre la Argentina que luchan por imponerse una a la otra invocando ser la verdadera, de modo que lo que está implicado en esta lucha es una cuestión de saber y de poder.
—Es muy común utilizar y escuchar el concepto “crisol de razas”. ¿Cuándo surge en nuestro país y por qué? ¿Usted considera que sólo se ha logrado (otro concepto muy usado) un “mosaico de razas” en Argentina?
—De tanto repetirlo el discurso sobre el crisol de razas que definiría la naturaleza de la sociedad argentina terminó convirtiéndose en una verdad naturalizada. “Es obvio que la Argentina es un crisol de razas”, “Es obvio que ese crisol de razas fue producto de la inmigración”. En Argentina la base social material de la argentinidad había sido estigmatizada, perseguida y casi aniquilada durante el siglo XIX (desprecio por lo español y el gaucho, formas de nombrar la barbarie sarmientina) lo que daba por resultado esa población nativa cuantitativamente pequeña en relación a la masa inmigratoria. ¿Cómo evitar que la Argentina se convirtiera en un manojo intercultural de nacionalidades? Inventando la argentinidad. Los inmigrantes, como en Estados Unidos, tenían que asimilarse a lo nativo, pero como lo nativo había sido literalmente aniquilado había que inventar algo que sirviera para asimilar a los inmigrantes, por eso hasta principios del siglo XX el término argentinidad no existía y tuvo que ser inventado. Había que producir una nueva clase de sujetos argentinos, una raza argentina decían en aquella época, que fuera algo nuevo y superior, por eso la metáfora del crisol a veces se malentiende. Crisol en el sentido literal, fundir todo lo existente en el fuego de la argentinidad, que eliminara todo vestigio de barbarie o inferioridad, y hacer aparecer un sujeto nuevo, puro, dócil, feliz, superior, civilizado, totalmente adaptado a los requerimientos de la naciente sociedad capitalista argentina.
—El concepto de "crisol de razas" sugiere una integración. Sin embargo, la población negra prácticamente desapareció y también hubo un exterminio de la población indígena. ¿Tiene que ver esto con un proyecto de país?
—Hubo que inventar una forma de ser argentina. Por eso las tecnologías asimilacionistas que implementó el Estado argentino abarcaban tanto a los inmigrantes como a la población nativa. Todos debían ser argentinizados en una argentinidad científicamente diseñada por los sociólogos positivistas de aquel tiempo. El crisol de razas fue entonces una tecnología aplicada para hacer gobernables a los argentinos en el registro de la gubernamentalidad, es decir, “conducir-conductas”, construyendo campos posibles de experiencias –adecuadas y funcionales a la reproducción del orden social– que marcaban los límites dentro de los cuales se podía ser un argentino “libre, normal, civilizado, integrado, asimilado, sano”. De modo que el crisol de razas argentino hizo carne y alma en los inmigrantes y nativos una moral argentina cuyos principales pilares debían ser la cultura del trabajo (un buen argentino ama el trabajo), la aspirabilidad (conformarse con ser lo que a cada uno le tocó ser en la vida y solo aspirar dentro de esos límites), y el patriotismo escolar (nos une la bandera, los próceres, los símbolos nacionales, y el ritual de las fiestas patrias). ¿Qué tipo de gubernamentalidad se quería asegurar haciendo cuerpo esta moral? La conciliación de clases.
—¿Cómo analiza a través de estos doscientos años la figura del inmigrante? ¿Qué diferencias ve entre las distintas corrientes de inmigración, incluida la actual o más reciente, con la llegada de ciudadanos de países vecinos que llegan en busca de mejores oportunidades?
—Cuando Alberdi enuncia que “gobernar es poblar” propone un trasplante poblacional que reemplace a la población nativa por la extranjera que sería más civilizada, es decir, alemanes, franceses e ingleses. Como los inmigrantes fueron italianos, españoles, eslavos, judíos, etc. los sucesores de Alberdi consideraron que esta inmigración degeneraba la raza argentina, por lo cual debían ser o argentinizados (dejar de ser lo que eran para convertirse en “argentinos”) o repatriados (Ley de Residencia) o castigados (Ley de Defensa Social). Lo interesante es que los inmigrantes venían a la Argentina a trabajar e integrarse (no eran todos anarquistas como dice el sentido común), pero las condiciones de existencia que se les imponían en términos de explotación económica y opresión ético-cultural los llevaban a hacerse anarquistas. Lo mismo ocurre hoy con los inmigrantes de países limítrofes. Mientras trabajen en maquilas y en negro, y no pretendan ser tratados iguales que un argentino, son bienvenidos; sino son estigmatizados, reprimidos, y discriminados.
—¿Considera que ha habido algún avance en los últimos tiempos en los derechos de las comunidades indígenas? ¿Por qué no se ha podido integrar con mayor fuerza esta población que en su mayoría carece de vivienda y condiciones básicas de subsistencia?
—No se trata de integrar a los pueblos indígenas, eso fue precisamente lo que se intentó hacer tanto con ellos, como con los gauchos, como con los inmigrantes. Integrar significa que tienen que dejar de ser lo que son para convertirse en otra cosa. La argentinidad nació sobre la sangre, sudor y expropiación de los pueblos indígenas. Hasta que la sociedad argentina no haga esa reflexión y actúe en consecuencia, hablar de avances o retrocesos legales, por ejemplo, carece de importancia.
¿Yo argentino?
—¿Qué tiene el argentino de los pueblos originarios?
—No sé qué tienen los argentinos, lo que puedo decirle es que la argentinidad no sólo no tiene nada sino que se construyó precisamente para que los argentinos y argentinas no se reconocieran nunca con los pueblos originarios.
—¿Qué símbolos nos unen cómo argentinos? ¿Qué es más fuerte, la bandera o el fútbol?
—Hay rituales, hay lo que yo llamo “sistemas prácticos”, prácticas ritualizadas que todo “buen” argentino tiene que realizar para reconocerse a sí mismo y ser reconocido como tal, “el asadito”, por ejemplo, o creer que “Dios es argentino” y por eso todo vale. Los Ilegalismos son un sistema práctico de la argentinidad. En cuanto a los símbolos la bandera solo es reconocida por los colores de la camiseta de la selección y la estrofa del Himno que se entona antes del partido. Sea como sea son el legado de la argentinidad y su patriotismo escolar. Se hizo hace poco una encuesta: la mayoría no tiene idea de qué bicentenario es que se habla tanto, pero un ministro nacional dice que se conmemoran 200 años de nuestra independencia.
—¿Existe una cultura nacional? ¿Cuáles son sus características?
—Existe la cultura, sin adjetivaciones. Existe un modo y forma de ser, una subjetividad, como en cualquier otro país del mundo, y la argentinidad es solo la manera particular que asume la cultura en la Argentina. Hay que dejar de pensar que somos “especiales” o “excepcionales” según la ficción patriótica inventada por Bartolomé Mitre y reproducida hasta convertirse en sentido común. Y lo digo en ambos sentidos en que puede ser entendida esa “excepcionalidad”: no somos ni los mejores ni los peores del mundo, lo que nos pasa ha pasado, pasa y pasará en todas las sociedades humanas, somos una particularidad sin adjetivaciones. Intentar describir y explicar esa particularidad en forma crítica es lo que orienta mi trabajo de investigación, y próximamente se publicará mi libro “Genealogía de la argentinidad” que espero sirva como aporte para pensar la problemática de la argentinidad de otro modo al que usualmente se viene haciendo desde hace cien años a esta parte.