François y sus colegas profesores preparan el nuevo año en un colegio de un barrio marginal de París. Llenos de buenas intenciones, deseosos de aportar la mejor educación a sus alumnos, se arman contra el desaliento. Sin embargo, por muy divertidos y estimulantes que sean los adolescentes, sus comportamientos pueden cortar el entusiasmo de un profesor que no cobra bastante. La tremenda franqueza de François sorprende a sus alumnos, pero su estricto sentido de la ética se tambalea cuando los jóvenes empiezan a no aceptar sus métodos.
La diversidad en el aula, desde una mirada cinematográfica
“Entre los muros”, estrenada esta semana en Rosario, aborda la dinámica de la relación profesor alumno en la escuela media
Filme ganador de la Palma de Oro de Cannes, basado en la novela homónima y casi autobiográfica del profesor François Begaudeau. Laurent Cantet, conocido director de “Recursos Humanos” y “El empleo del tiempo” decidió que no sean actores profesionales ni el protagonista, maestro en un colegio de la periferia parisina en la película, ni sus alumnos.
A través de este microcosmos, donde la institución escolar y el universo adolescente se cruzan y generan no pocos conflictos, Cantet intentó reflejar de la manera más equilibrada posible a la sociedad francesa actual, y lo hizo eligiendo a estos 25 alumnos y a este profesor en particular, no a otros, “porque sino se cae en la generalidad” expresó el director al justificar su decisión.
Toda la película ocurre en el interior de esta escuela. “Intenté dar una impresión carcelaria, porque creo que es lo que sienten la mayoría de estos chicos al entrar cada día a la institución”, dijo Cantet al hablar del recorte de la realidad elegido para filmar. “Más allá de los alumnos y de los profesores, nadie más sabe que sucede exactamente en la escuela” agregó.
Esto se ve reflejado en el personaje de la madre de uno de los chicos que entra en problemas, y que desconocía totalmente la situación de su hijo. El rodaje duró 5 semanas y se utilizaron 3 cámaras para grabar las escenas en el aula, filmando de corrido y hablando con los chicos –que desconocían del guión- y perfeccionando la escena hasta lograr su objetivo en cada una.
Hablando de los adolescentes en nivel escolar, el director expresó que “están estigmatizados, se los considera idiotas, incapaces de concentrarse… es muy fácil decirlo, pero al escucharlos bien nos damos cuenta de que están más insertos en la sociedad que lo que pensamos”. Y aclaró: “la escuela prepara a los alumnos a ser buenos actores”.
La incomprensión de los profesores también está presente. Consideran a los alumnos “incapaces de concentrarse ni un minuto en ninguna tarea, y son tremendamente indisciplinados”, lo único que les interesa es divertirse y escapar cuanto antes de la “prisión” que controlan los educadores. De este modo, más que lo que se ve en la superficie, lo verdaderamente interesante de “la clase” es lo que subyace, lo que no aparece en pantalla, la reflexión inevitable a la que conducen las escenas, que parecen “sacadas” directamente de la realidad.
La película, aparte de ser un retrato de los conflictos que provoca la multiculturalidad de la Francia actual, y de narrar lo que ocurre en un determinado edificio escolar, transmite temor y desconfianza hacia el sistema, ése que debería formar a los ciudadanos del futuro, pero que en realidad se revela ineficaz y hasta culpable del mantenimiento de situaciones de desigualdad y marginalidad.