Cuando en 1924 Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, el sanguinario déspota soviético más conocido como Stalin, fue designado secretario general del partido, se propuso un objetivo delirante: acumular poder y someter al pueblo ruso por medio del terror.

Desde el principio comprendió que el gran obstáculo para su proyecto de megalomanía iban a ser los campesinos de “las tierras negras de Ucrania” una de las más feraces planicies del mundo junto con “la pampa argentina”.

Viajeros de la época testimoniaban (1) “he atravesado Ucrania y descubierto una maravilla: es un inmenso jardín agrícola en pleno rendimiento y de una belleza natural inenarrable, las parcelas de tierra están admirablemente irrigadas y cultivadas con cosechas que la paleta del mejor pintor no podría repetir”.


Las razones del odio de Stalin fueron explicables

Los kulaks o pequeños campesinos propietarios de la tierra, eran personas independientes. Quien tiene una propiedad y puede explotarla para conseguir una renta, se aferra a la tierra porque obtiene independencia económica y sólo con ella adquiere libertad política para no someterse a los caprichos del déspota de turno.

En consecuencia decidió aplastarlos y “liquidarlos como clase social”, mediante la expoliación de la producción rural y la obligación legal de seguir sembrando para asegurar la alimentación, a bajo costo, de los trabajadores de la industria pesada y los soldados del ejército rojo. Con la picardía propia de un “agitprop” (activista político que nunca se había ganado la vida trabajando) Stalin no quiso expropiar la propiedad sino quedarse con la renta agraria, de manera que podía convertirlos en siervos de la gleba.


Pero, los campesinos rusos que explotaban la tierra de sus ancestros, se resistieron a verse denigrados y despojados del fruto de su trabajo. Se opusieron tenazmente a entregarles el ganado y el cereal de sus campos. Organizaron la resistencia, escondieron las cosechas en silos subterráneos protegidos con telas embreadas con alquitrán y bloquearon los caminos para evitar el saqueo de sus productos.


Ello enfureció al déspota Stalin quien decidió recurrir a la fuerza bruta y desencadenó una violenta campaña propagandística contra el campo acusándolos de egoístas, ricos oligarcas, subversivos y enemigos del pueblo soviético. No pudo enviar al ejército rojo para reprimirlos porque estaban dispersos en una multitud de pequeños lugares y el ejército se agotaría en una infinita serie de minúsculas batallas. Entonces organizó fuerzas de choque compuestas por milicias dirigidas por comisarios políticos. Pero además dispuso matarlos de hambre. Comenzó por acusarlos de violar una ley absurda que establecía como delitos graves: a) suministrar datos falsos en las declaraciones juradas, b) vender clandestinamente los cereales y oleaginosas, c) consumir en forma particular el propio ganado, d) resistir la entrega de la producción al Estado y e) negarse a sembrar o cosechar los productos exigidos por el gobierno.

Las medidas fueron en aumento. Requisó toda la producción agrícola y el ganado alegando que no aseguraban el abastecimiento de las poblaciones urbanas.

En un documentado libro (2) pueden verse centenares de fotografías escalofriantes (de 1932 a 1933) donde casi diez millones de personas fueron deportadas a campos de concentración en Siberia, en los que perecieron una tercera parte. Enfrentados a la propaganda soviética y a la irracional batalla, muchos kulaks se rebelaron incluso matando a las autoridades políticas locales. Pero el éxito de los agricultores fue breve. El ejército rojo comandado por comisarios políticos fue enviado a ahogar la rebelión agraria. La policía secreta GPU inició una campaña de terror para abatir el ánimo de los rebeldes. Cuando los propios dirigentes locales del partido comunista pidieron a Stalin un poco de clemencia, éste les respondió ordenando exterminar a esos dirigentes con la pena de fusilamiento y convirtió a Ucrania en un inmenso campo de concentración.


La policía secreta Cheka -luego GPU- más las brigadas de choque enviadas desde Moscú aterrorizaron a los campesinos haciendo inspecciones aleatorias en los campos y requisando todo cereal o ganado que encontrasen, considerados ahora propiedad sagrada del Estado soviético.