Sabrina Ferrarese

La noche no es monopolio de adolescentes y jóvenes. En Rosario, muchos hombres y mujeres mayores de 50 frecuentan bares y boliches en busca de diversión, conocer gente, mover el esqueleto, seducir, conquistar. Separados, divorciados, casados, con amigos o en pareja, viven la noche dejando atrás la rutina del trabajo y, por un momento, acaso el papel de padres. No, no es que los hijos le preguntan “a qué hora volvés esta noche”. ¿O sí?

Muchas de las canciones que se tararean en fiestas o boliches se empecinan en advertir sobre lo único seguro en la vida: la muerte. Entre estribillos, dejan colar frases como “sólo se vive una vez” apuntando a que hay que sacar el mayor jugo posible a la estadía terrestre y dejan un consejo simple pero sabio: hay que pasarla bien, mientras se pueda.

Pasados los 45, muchos hombres y mujeres sienten que el momento de la diversión se fue con los años. Son los que abandonan temprano las fiestas o miran de reojo a otro invitado que con el vaso en una mano, ataja con la otra la cintura de una dama, al compás del tamborín.

En Rosario, por suerte, muchos que pasaron la línea de los 50 cada fin de semana eligen ser guiados por una voz de la Salsa: “Lo que es bueno hoy, quizás no lo sea mañana. He ahí el valor del momento, he ahí el presente perfecto” Y mientras bailan, el tiempo se detiene.

Sonámbulos

En la esquina de Presidente Roca y San Lorenzo, mujeres en grupo o de a dos toman café; varones maduros en la barra, copa en mano, echan un vistazo por la zona. Llega una pareja y toma asiento: conversan, se toman de las manos.

Según uno de los dueños del local, la idea es que la gente de más de 45 tenga aquí un espacio en el que se sienta cómodo y la pase bien y por esto se siente muy satisfecho: “Mucha gente acá arrancó la vida de nuevo, gente a la que a lo mejor se le terminó una etapa y acá descubre que no se le terminó la vida”. Y agrega: “He tenido la suerte de ver el enganche de parejas”.

El clima de distensión pronto se volverá puro dancing, cuando los Cocoa Shake arranquen con su repertorio de rocanroles y latinos conocidos, esos que hacen vibrar el corazón de recuerdos. La pista improvisada en el medio del bar les hace lugar a Graciela y Edgardo, ambos de 53 años. Codo a codo con el resto se dejan embriagar por el aire de fiesta. Un señor de unos 70 años no para de girar sobre su cintura, a la vez que hace dar vueltas a su compañera, unos años menor. Otra pareja prefiere bailar “cheek to cheek” y al lado dos mujeres levantan sus brazos, haciéndose parte del grupo. Al costado, las mesas están despobladas.

En un descanso, Graciela y Edgardo ocupan una mesa del patio. Sonrientes, cuentan que siempre salen de noche a pesar de que cada uno tiene su propia familia. La única queja es la falta de oferta nocturna: “Para nuestra edad está restringida”, dice Graciela, y Edgardo completa: “Y de los boliches me joroba que tenés que hacer cola y entrar recién a las doce y media. Nosotros a esa hora ya estamos de vuelta. Es para los chicos que al otro día pueden descansar. Salen y vuelven a las 7 de la mañana y a esa hora nosotros estamos arriba”.
En cuanto a los hijos, aseguran: “A cada cosita hay que darle su tiempo. Nosotros tenemos tiempo para el trabajo, para los hijos y para las salidas que nos dan mucho placer, una manera de salir de la euforia del día”.

Y no se sienten solos: “Vamos a varios lugares las mismas parejas y chicos. Hay grupos de gente que nos gusta salir y hacer estas cosas. Nos encontramos en Barranca Dorrego, en Pascual R , en Paco Tío, el Hotel Presidente, el Bar Londres o aquí, en el Victoria”.

La mesa de los galanes

Juan Manuel, Coco y el Polaco son habitués y juntos promedian unos 55 años. Lejos de sentirse mayores, se ríen de los convencionalismos y se alientan mutuamente a pasarla bien. “Solemos encontrarnos bastante y comemos en casa de algún amigo y después nos repartimos y terminamos algunos aquí. Ahora nos vamos a tomar el champancito”, da aviso Juan Manuel, a la vez que la moza deposita una frappera sobre la mesa.