En diálogo con A Diario, el programa que conduce Alberto Lotuf por Radio 2, el profesional explicó que es común que luego de un accidente o enfermedad de mucho padecimiento el paciente quede preso de la morfina. Y es que los opiáceos hacen desaparecer, al menos por unos minutos todo atisbo de dolor e incluso disminuyen el malestar. Funcionan como analgésicos.
“Los estupefacientes producen un estado nirvánico, de exaltación, de total estupidez; de allí el nombre `estupefaciente´”, abundó y añadió que una vez que el cerebro aprendió algo nuevo, es muy difícil hacérselo olvidar. “Lo demanda y lo demanda. Y así la persona queda esclava de una situación”, enfatizó el psiquiatra.
Advirtió, no obstante que no todas las personas responden de igual manera al mismo tratamiento: entra en juego entonces la carga genética del paciente y su personalidad.
“En el cerebro tenemos neurotransmisores, algunas tienen un significado muy especial por las reacciones que producen, la sustancia química del cerebro que tienen que ver con sensaciones lindas o placenteras es la dopamina y hay quienes nacen con un déficit de dopamina; entonces cuando se topan con las drogas piensan que encontraron la solución de su vida”, explicó.
Además de pacientes con patologías graves y dolorosas, Calina indicó que por el tipo de trabajo que realizan –de mucho estrés, continuamente entre la vida y la muerte– los médicos y los enfermeros muchas veces caen presos de estas adicciones. “Sobre todo los anestesistas y quienes trabajan en las terapias intensivas”, precisó.
De este modo, puso de relieve que quienes llevan adelante funciones o tareas de mucha responsabilidad, son más propensos a caer en adicciones al concebirlas como falsas válvulas de escape a sus tensiones diarias. Y si a eso se agrega una personalidad complaciente, el resultado puede ser fatal.