Primero el fantasma desplegó su hálito de duda sobre tierra santafesina, y basado en la memoria reciente de resultados inesperados, no sólo el Frente Progresista pedía a gritos la presencia de veedores. En los días previos al 2 de septiembre, parecía que hasta el mismísimo Estanislao López se levantaría de su tumba para impugnar por falta de experiencia a la ONG Democracia Representativa que desembarcó en la capital provincial con una cuarentena de hombres al mejor estilo SWAT, para garantizar que todo se haría dentro de la ley.

Pero la gran diferencia de votos a favor de la alianza liderada por el socialismo, a escasas tres horas de comenzado el escrutinio, volvió estéril cualquier maniobra confusa y las denuncias se volvieron elogios, y las sospechas, carcajadas de euforia.

De repente, todas las miradas giraron en torno a la provincia mediterránea, porque el mediático intendente cordobés Luis Juez aseguró ante todos los micrófonos del país y del mundo que “le afanaron la elección” y dijo que el contenido de algunas urnas había aparecido en manos de un cartonero al que apretaron para que retirara la denuncia, espetó que unas 75 urnas se encontraron varios días después sin ningún tipo de documentación respaldatoria, que faltaban actas de escrutinio, de apertura, y de cierre.

Se denunciaron urnas gemelas, urnas cambiadas y urnas que supuestamente contenían sólo votos a favor de su competidor Juan Schiaretti, pero luego de abiertas, se comprobó lo contrario. "Lo que nos pasó a nosotros puede pasar en las elecciones presidenciales", sentenció Juez y corrió el reguero de pólvora acelerando su encuentro con la mecha de octubre ya encendida.

Pero sin que se acallaran los ecos de fraude en la provincia cuartetera, Chaco se sumó a la suspicacia electoral: la Alianza cuestionó el triunfo de Capitanich, el Tribunal Electoral suspendió el escrutinio definitivo y el gobernador electo mandó a sus adversarios al psiquiatra para que sean capaces de procesar la derrota.

Pero nadie se queda atrás y casi un mes antes de los comicios en Misiones, la oposición volvió a sembrar los temores de un posible fraude electoral. El obispo emérito Joaquín Piña, que encabeza la lista opositora al gobernador Carlos Rovira, dijo que la ley de lemas vigente en su provincia vuelve a las elecciones “inviables y problemáticas” y hasta el ex ministro de Economía y actual candidato a presidente, Roberto Lavagna
advirtió sobre la falta de garantía del proceso electoral y habló de "clientelismo político" en la provincia.

Y se vienen las presidenciales de octubre, y la Cámara Nacional Electoral dijo que consultará a todos los partidos para analizar si es necesario convocar a delegados internacionales de la OEA para garantizar la transparencia electoral, pero los magistrados y secretarios electorales ya anticiparon que “dudan que haga falta”.

El máximo órgano nacional encargado de organizar y garantizar el normal desarrollo del comicio, comparó Argentina con otros países “observados” por veedores, diciendo que “ellos tienen democracias muy débiles, con problemas muy grandes y, generalmente, ahí la observación viene a suplir las instituciones”.

Pregunta 1: Si nuestras instituciones son tan confiables, ¿por qué en tantas provincias crecen las dudas al mismo ritmo que la soja transgénica?

Pregunta 2: Si nuestro sistema democrático en tan fuerte, ¿por qué se siguen permitiendo en algunas provincias mecanismos tan disparatados como la ley de lemas, que vulneran ostensiblemente la voluntad de la mayoría?

Pregunta 3: Si las instituciones de la democracia están integradas por personas y esas personas acceden mediante designaciones a dedo provenientes de los partidos políticos y los partidos aplican la discrecionalidad más arbitraria para sentar a hijos, sobrinos y entenados recién salidos de la secundaria en las categorías de mayor jerarquía y mando, ¿es descabellado sospechar hasta del resultado del bingo del club de la esquina?

Pregunta 4 (doble): ¿Estamos para el diván, paranoicos, febriles y miedosos del fracaso y por eso denunciamos, impugnamos, gritamos, sospechamos y dudamos hasta de nuestra propia sombra en la pared? ¿O empezamos a darnos cuenta, después de 24 años que el problema no es de “la democracia”, sino los que no se cansan de seguir usándola como servilleta.