Damián Schwarzstein
El poder es así, tiene dos caras. Siempre tiene dos caras. Esta vez la que sonríe es la de Hermes Binner. Ya le tocaron a Jorge Obeid esas mieles. Pero no hoy, no este martes de diciembre en el que tuvo la ingrata tarea de incumplir lo que Carlos Reutemann le encomendó cuando le entregó el mando en 2003: que le colocara la banda a otro justicialista para que el peronismo cumpliera las bodas de plata en el poder.
Pero no, ese hombre con sonrisa de oreja a oreja al que le tuvo que entregar el bastón es socialista, el primero que llega a gobernar una provincia argentina y que por eso siente que está viviendo su cita con la historia.
Obeid pidió hablar en la Casa Gris. Lo tuvo que pedir porque no contempla el protocolo que en la ceremonia de traspaso de mando tenga la palabra el gobernador saliente. Como si alcanzara con un “chau” o un “hasta luego”, que en el caso de Obeid parece no caber.
“Me voy con la frente alta, las manos limpias y la conciencia tranquila. Asumo la responsabilidad de todos mis actos de gobierno”. Dos veces lo dijo, como para que no quedara ninguna duda, parafraseando a otro ex gobernador de hace ya décadas, Luciano Molinas.
¿Para quién era el mensaje? ¿Para los que llegan y se proponen auditar todas las cuentas provinciales? ¿O para los que esperaban que se vaya para que empiece a pagar otras cuentas, otras facturas, vinculadas, justamente, con el sueño incumplido del Lole de las bodas de plata justicialistas en el poder?