La importancia de las mujeres en la industria vitivinícola está fuera de toda discusión. En nuestro país enólogas y empresarias se destacan por igual en los emprendimientos relacionados con el vino. En el entorno internacional son famosas las llamadas “Damas del Champagne” que se hicieron cargo de las bodegas a la muerte de sus maridos, como la viuda de Clicquot, la de Pommery, y la de Bollinger, fueron quienes llevaron esa bebida al podio de las más veneradas, fomentando su consumo entre la nobleza y creando verdaderas campañas de marketing cuando ni la palabra ni el concepto existían, además de aportar para mejorar las técnicas de producción.
Los vinos de Josefina Bonaparte
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En Portugal, el oporto también tuvo su dama, poco conocida entre nosotras, Antonia Adelaide Ferreira, La Ferrerinha, fue una mujer con un empuje envidiable que desarrolló la vinicultura e introdujo el concepto de calidad en la producción de estos especiales vinos portugueses. Sin olvidar a todas las que durante la Segunda Guerra Mundial quedaron a cargo de los establecimentos que dirigían sus maridos, padres, hermanos que habían partido al frente, y que con tesón e ingenio defendieron sus vinos de los invasores nazis dispuestos a beberse todo lo que encontrara a su paso, y a apropiarse de uno de los símbolos de la identidad cultural del país galo, deseo manifiesto de Hitler, despojándolas de las bodegas; pero las señoras no se la hicieron nada fácil.
A la que no teníamos como amante y conocedora del jugo de uvas fermentado, es a la primera esposa de Napoleón. Pero sí, eso es lo que se descubre a partir de una exposición que se montó en Roma, “Los vinos de la emperatriz”. Josefina de Beauharnais era una apasionada de los buenos vinos y gran conocedora. Su bodega en Malmaison, el castillo donde se mudó después del divorcio de su marido, contaba en la bodega con los mejores exponentes de Burdeos, Borgoña y Champagne; como así también de Italia y la península ibérica. Nacida en Martinica, en una finca productora de ron, entre las trece mil botellas de todo el mundo había trescientas treinta y dos de este destilado proveniente de su isla natal, bebida que utilizaba para preparar un ponche siguiendo una receta personal.
Documentos y una selección de piezas originales usadas en las recepciones que daba la emperatriz, ayudan a reconstruir las costumbres de la sociedad del siglo XIX, que incluían el uso de lujosas copas elaboradas en Sèvres para el ponche, cristalería con las iniciales en oro de Josefina y su hija Hortensia, y fantásticas copas de champagne. Los espumantes eran una bebida infaltable en sus recepciones, y servirlo al parecer, una obligación de la anfitriona, que lo hacía desde arriba para dar la sensación de más espuma; sus preferidos provenían de bodegas como François Irénée Ruinart o Jean Rémy Moët . También disfrutaba de los vinos dulces y azucarados, costumbre que mantenía del Antiguo Régimen. Al parecer, el matrimonio tenía gran influencia en la producción vinícola, la exhibición de varios recipientes con motivos decorativos relativos al imperio que Bonaparte supo construir confirman que los símbolos napoleónicos representaban una garantía de la calidad del producto, según comentó María Elisa Tittoni, una de las comisarias de la muestra.
Situada en el ala derecha del palacio de Malmaison, la bodega de Marie Josèphe Rose de Tascher de la Pagerie, o simplemente Josefina, era una de las más importantes de la época por su calidad, riqueza y diversidad, hasta que fue destruida en 1830.