Virginia Giacosa

La frase “Let´s make it happen” ("Hagamos que ocurra") seguía hasta hace poco tallada en la piel de la esquina de Córdoba y Moreno. Estaba grabada ahí mismo donde funcionó el Comando del II Cuerpo de Ejército, luego el bar temático Rock&Feller y donde el 10 de diciembre abrirá sus puertas el Museo de la Memoria. Ironía del destino o simple casualidad, las sombras de las letras arrancadas por los que tenían la administración del bar tardaron en borrarse de la fachada. Se esfumaron mientras avanza el blanqueo y la restauración del frente. Deja que ocurra, decía la frase, que ahora pide más que nunca ser completada. A partir de ahora, esa casona de valor histórico –que hasta ayer se supo poblar de tragos y música dividiendo casi en dos la elección de los rosarinos–permitirá que sucedan y tengan lugar la memoria, la visibilidad de las masacres, el recuerdo del pasado, la conciencia del presente y el trabajo del futuro que se quiere conseguir.  

"No tenemos fórmulas cerradas. A partir de ahora comienza una nueva etapa. El espacio estará instalado en el centro de la ciudad y lo que queremos es invitar a la gente a que se apropie. Es un verdadero desafío y en eso tenemos que poner el mayor de los empeños", expresó Rubén Chababo, secretario de Derechos Humanos de la Municipalidad de Rosario y director del museo.

Aunque reconoce que el trabajo de tomar posesión del lugar justo un día antes del 24 de marzo no fue caprichoso disfruta que se haya hecho carne. "La gente tiene que comprender que se llegó hasta acá gracias al proyecto de dos concejales y de los diputados que luego impulsaron el proyecto de expropiación de carácter provincial", dijo Chababo.

Fueron los ex concejales Daniel Luna, Rafael Ielpi y Roberto Bereciartua (impulsores de la ordenanza que propuso la instalación del museo en esa esquina) y el diputado Eduardo Di Polina (autor del proyecto de expropiación del edificio) los que pese a las idas y vueltas hicieron su aporte para conseguir el espacio que intentará hacer accesible la temática. No sólo para conocer esa parte de la historia más cercana (la dictadura de 1976) sino también para concientizar acerca de la importancia de tener los ojos abiertos para poder ver en qué preciso momento se violan derechos humanos y qué se puede hacer sobre eso". "Si logramos transmitirlo y enfatizar en cada uno que llegue acá el respeto por la vida, por la justicia y por memoria nos sentiremos más que satisfechos", resumió.

La historia en una esquina

La casa de la esquina de Córdoba y Moreno fue construida por el arquitecto Ermete de Lorenzi para su padre Victorio, que vivio allí hasta su muerte en 1945. El resto de la familia se quedó hasta 1947. Apartir de entonces, y hasta 1965, estuvo alquilada al Ejercito, que la compró ese año. Hasta el 83 fue sede del Comando del II Cuerpo. 

Más tarde, sometida a la piqueta, la esquina pasó a manos de una concesión privada que instaló un bar temático a mediados de la década del 90. "No quedan marcas evidentes de lo que fue de lo que supuso el paso del ejército porque en el medio hubo muchas manos. Y hay que entender que no fue como La Calamita o el Servicio de Informaciones, porque no fue convertido en centro clandestino de detención", contó Chababo y abundó: "Hasta  estas puertas llegaban muchos familiares que buscaban encontrar respuestas sobre sus seres queridos. Por eso adquirió carácter emblemático y por las órdenes que se impartían y la información que se acumulaba tiene cierto carácter burocrático".

Atravesar la entrada de la casona de Córdoba y Moreno en marzo pasado, apenas el municipio se hizo de las llaves,  fue como toparse con esa imagen casi pornográfica que devuelven las casas vacías o en construcción. Esa sensación que se palpa cuando ingresa al esqueleto que hasta hace poco fue habitado, en marzo aún se veían en el edificio las marcas de los que habían pasado por ahí.

Una serie de huellas permitían imaginar lo que había en cada rincón y que luego fue arrancado de cuajo. Los huecos donde alguna vez hubo televisores de plasma, los túneles abiertos donde se intuye pasó un sistema de calefacción o de aire acondicionado, una barra de madera que ya no está pero que al sacarla se llevó con ella parte del mármol de las columnas –patrimonio histórico de la construcción–, cables pelados que caían de los techos, la marca del tiempo que los cuadros dejaron impresa en las paredes y ni una sola bombita de luz. Una contracara que quedó al desnudo y en plena convivencia con imponentes molduras y antiguos grabados en las paredes.

Pese a ese desguace, por estos días se trabaja intensamente en la reconstrucción de lo que será la nueva casa del Museo de la Memoria que abrirá sus puertas al público el 10 de diciembre (Día Internacional de los Derechos Humanos). La primera etapa de los trabajos abarcó el blanqueo y restauración de la fachada y en la segunda se va a modificar el patio, la terraza y la zona donde hoy se encuentra la pantalla gigante del bar. Se incorporará el material tecnológico del museo y se avanzará con la colocación de todo el mobiliario.