Fernanda Blasco

Inevitable, para quien vaya al teatro a ver Rainman, la comparación con el film protagonizado por Dustin Hoffman y Tom Cruise, aquel exito de los ochenta que, en calidad de clásico, todavía puede verse por cable alguna tarde de domingo.

Difícil salir airoso en tremenda comparación y, sin embargo, la puesta que desembarcó este fin de semana en el Auditorio Fundación Astengo lo logra. Y Juan Pablo Geretto, quien se pone en la piel del hermano autista, es profeta en su tierra: el público rosarino que estalla en una ovación apenas pisa el escenario y vuelve a aplaudir en cada intervención del artista, también se pone de pie al terminar la obra. De paso, le confirma que aunque se haya instalado en Buenos Aires siempre juega de local.

Si bien se pasó de la gran pantalla a las tablas y el elenco es otro, si bien se adaptó algo la obra al paladar nacional y se aggionaron algunos elementos, el corazón de Rainman sigue intacto. El eje es el contraste entre dos hermanos tan diferentes que es difícil pensarlos como familia. Un hombre enojado con la vida, otro a quien le es indiferente el paso del tiempo. Un hombre que no recuerda o no quiere recordar, otro que es incapaz de olvidar. Un hombre desesperado por el dinero, otro que no sabe ni siquiera qué significa esa palabra. Cada hermano en su propia burbuja. Sin embargo, a medida que se reconocen, se dan cuenta de que se necesitan y se complementan.

La escasa escenografía logra que el espectador se concentre en nada más que la historia, un drama familiar matizado con mucho humor.Incluso la obra misma se siente bastante despojada en su planteo. Algo que al principio causa extrañeza es que las luces no se apagan cuando los asistentes de escena ponen o retiran elementos del escenario, acompañados por música. Pero pronto se asume esos momentos como buenos segundos de reflexión entre escenas en una historia con fuerte carga emocional.