Los lácteos están por doquier, pero a muchas personas la leche les hace mal. Claro que es distinto tener alergia que ser intolerante a su consumo. No es lo mismo padecer intolerancia a la lactosa que alergia a la leche de vaca.
En la alergia a la leche de vaca el sistema inmune reconoce como un alérgeno a la proteína de la leche y reacciona frente a ella. En la intolerancia a la lactosa existe un problema enzimático que impide la digestión del azúcar de la leche, la lactosa, que al no digerirse permanece intacta en el tubo digestivo produciendo gas y ácidos, por fermentación, que causan distintos trastornos.
Las reacciones adversas a la ingestión de leche de vaca pueden producirse por tanto por incapacidad o limitaciones para digerir el azúcar de la leche, la lactosa. Se habla entonces de intolerancia a la lactosa, o por una reacción mediada por un mecanismo inmunológico frente a las proteínas de la leche en cuyo caso se trata de alergia a leche de vaca.
La buena noticia es que en los niños las alergias suelen remitir con la edad. La intolerancia a lactosa, secundaria a otros procesos como gastroenteritis en los niños, suele ser autolimitada en su evolución. No ocurre lo mismo con la intolerancia tipo adulto que aparece, generalmente a partir de los 7 u 8 años y que es permanente. Dietas sin leche o sin lactosa pueden alterar la mineralización del hueso.
El tratamiento de la alergia es la exclusión de la leche de la dieta y la sustitución por productos adecuados: leches modificadas en el laboratorio o fórmulas a base de arroz. No es recomendable la soja, en ningún caso en menores de 6 meses. En niños mayores la soja también tiene inconvenientes y de administrarla no será en forma de bebidas de soja sino como preparados especiales de venta en farmacia.
Tanto en dietas sin leche como en dietas sin lactosa puede alterarse la mineralización del hueso, algo que se debe controlar. Cuando existe intolerancia a la lactosa se pueden tomar fórmulas de leche sin lactosa o bien aportar la enzima que digiere la lactosa en forma de comprimidos o gotas que se añaden a la leche.
La alergia a la leche de vaca es frecuente, más en niños pequeños, y puede producir síntomas graves que pueden llegar a la anafilaxia o reacción multiorgánica, urticaria, angioedema o colitis alérgica. No siempre es fácil de diagnosticar ya que puede producir síntomas no inmediatos que ocasionan trastornos, como la colitis alérgica, que se producen de forma tardía al consumo del alimento. De ahí la importancia de la dieta de provocación o exclusión para el diagnóstico definitivo.
La lactosa no digerida queda en el intestino y provoca dolor abdominal, diarrea o estreñimiento. La intolerancia puede ser por ausencia congénita de la enzima que digiere la lactosa, lo que es en sí muy raro, o por lesión de las vellosidades del intestino que es donde se localiza la lactasa que rompe la lactosa para que pueda ser absorbida. Puede aparecer también en adultos porque en un porcentaje considerable de personas, a partir de cierta edad, se pierde la capacidad de producir esta enzima. En este caso, la tolerancia a la leche ya no se recupera pero se puede optar por ingerir leche sin lactosa o la toma de comprimidos que suplen a la enzima que debería producir de forma natural el organismo para digerir el azúcar de la leche.
La lactosa no digerida permanece intacta en el intestino y provoca síntomas como dolor abdominal, diarrea, meteorismo e incluso estreñimiento. Otros síntomas de intolerancia no digestivos pueden ser lesiones en la zona perianal derivadas del ácido láctico que genera la lactosa al no ser digerida.
Si el tratamiento pasa por eliminar la leche de la dieta en la edad pediátrica, hay tres aspectos clave: La dieta debe estar controlada por un médico. Debe garantizarse el aporte de calcio a través de otros alimentos como alimentos marinos (berberechos, pulpo, pescado azul), verduras de hoja verde o la carne de ave. Controles habituales de la densidad mineral ósea.