El autor postula que nuestro cerebro, “como demuestran las evidencias científicas e históricas, cambia en respuesta a nuestras experiencias, y la tecnología que usamos para encontrar, almacenar y compartir información puede, literalmente, alterar nuestros procesos neuronales. Además, cada tecnología de la información conlleva una ética intelectual”. Así como el libro impreso servía para centrar nuestra atención, fomentando el pensamiento profundo y creativo, Internet fomenta el “picoteo rápido y distraído de pequeños fragmentos de información de muchas fuentes”.
La Red nos está “reconfigurando” a su propia imagen, volviéndonos más hábiles para manejar y ojear superficialmente la información pero “menos capaces de concentración, contemplación y reflexión”, advierte Carr, quien se propone entender y aprovechar las nuevas tecnologías.