Sabrina Ferrarese/Lisandro Machain

A media mañana ya hace calor. El verano en Rosario pega fuerte bajo el sol y la sequía que le robó metros al río, se siente en la calle, sobretodo en el bolsillo. La crisis financiera internacional que dejó en la cuerda floja a miles de trabajadores en la provincia también hace de las suyas en los rincones más recónditos de la ciudad, allí donde los cartoneros hurgan por el papel, el plástico y el vidrio. Sólo en el distrito Oeste – según números oficiales– unas mil quinientas personas se dedican a recolectar lo que otros desechan. Para los cartoneros, en Rosario hay unos tres mil carros tirados por caballos y en este último tiempo, han aumentado su número, a la inversa del precio del cartón que, según denuncian, les pagan sólo 25 centavos el kilo. El panorama se completa, de acuerdo a lo que señalan, con el cierre de las llamadas compra-venta y tras cartón, los negocios que los proveen de los desechos tampoco trabajan como antes.

Ricardo tiene 31 años y es cartonero desde hace dos. Rosario3.com lo encuentra en la puerta de la facultad de Medicina. Más tarde explicará que el hospital Centenario es uno de sus “mercados”, es decir, uno de los lugares en donde le guardan cartón que él retira con su carro y luego vende. Todos los días parte del barrio Ludueña, donde vive con su mujer y cuatro hijos y hace su recorrido a lo largo de unas diez horas. “Tengo 6 o 7 negocios que me guardan cartón y botellas. Junto unos 150 pesos por día, tengo 4 chicos le doy la plata a mi señora y no alcanza para nada. Me echaron de donde trabajaba y me tuve que comprar un carro, era lo único que me quedaba”, contó con resignación.

“Me pagan 25 centavos el kilo de cartón pero antes te daban 40 centavos”, advirtió. La crisis comenzó a sentirse en la calle. “Hay más cartoneros, como el doble Se nota la competencia en la calle, si no salís temprano, no encontrás nada y no puedo ir a negocios ajenos porque se arma quilombo”, agregó, dando detalles de esta actividad informal que ya forma parte de la postal de la ciudad.

Carlos es ciruja desde que tuvo que cerrar su taller mecánico. Como Ricardo, tiene un recorrido extenso y sus mercados son cada vez menos. También se quejó del valor que las compra-venta ponen al cartón: “No te alcanza para vivir, ya no. Aumentó todo pero a nosotros cada vez nos va peor”, se lamentó. A su lado, su tocayo y representante de una cooperativa de recolectores que está en desarrollo, se mostró más preocupado aún: “Antes podías sacar unos 100 pesos por semana pero ahora apenas llegás a los 60 mangos. El precio del cartón es inexistente y cada vez más gente se compra carros y caballos porque los despiden. Hoy nos tropezamos con los cartoneros y no nos dan más calles. Todo para peor, no sabemos qué hacer. Encontrás menos cartón, hay menos subsidios y el gobierno tampoco te apoya”, lanzó combativo. Su lucha, explicó, es organizarse y conseguir “sobrevivir”.


La vida arriba de un carro

Los carros se integraron al paisaje urbano con intensidad desde 2001 y la Municipalidad buscó ordenarlos limitando su desplazamiento a los barrios. Según informó Elisabet Crettaz, a cargo del Programa de Emprendimientos Ambientales en la ciudad, los trabajadores informales “se organizan por zonas. En el caso del distrito Oeste, el 33 % va al centro a recolectar, mientras que el resto se queda en el distrito”.

El cirujeo, muchas veces, compromete a toda la familia. “Cuando relevamos se dedicaban a la actividad en forma directa la madre y el padre, pero en algún momento toda la familia se incorporaba al trabajo, en la clasificación y a veces en la recolección. Cuanto más manos aportan en la tarea, más se optimiza el trabajo ”, observó y agregó: “Por lo que podemos apreciar las edades de los cartoneros pueden ir desde los 6 años hasta los 60 años”.

Para muchos adolescentes, el cirujeo es su primer trabajo, una forma de hacer una “changuita”. Algunos arrancan el oficio junto a familiares y otros, con menos suerte, juntan desechos para dueños de camiones que, según denunciaron algunos recolectores consultados, “les pagan migajas por cada bolsón”. “Los camiones pueden entrar en el centro, largan a los pibes a juntar cartón que amontonan en bolsas. Después le pagan una miseria pero muchos lo hacen para hacerse unos mangos”, contó un trabajador con años en la calle.

Tanto Ricardo como los dos Carlos y Héctor –otro recolector que logró comprar un carro para que trabajen también sus hijos– cartonear es “jodido”. Ricardo aseguró que muchos cartoneros andan armados y disputan las zonas. Hay leyes que no se escriben, son tan internas que algunos prefirieron no mencionar y sólo se limitaron a hablar de “lealtad” y “respeto el laburo del otro”.

La mayoría jamás pensó que iba a ganarse la vida con la basura. “Yo era albañil y me echaron. Tuve que salir primero con un carro a mano hasta que me compré el caballo pero si pudiera haría otra cosa”, se confesó uno de ellos y el mismo sentimiento se tradujo en las palabras del resto. Además de sortear la crisis, sostuvieron que deben enfrentar la mirada de la gente: “Muchos te miran mal, miran más cómo tenés el caballo que otra cosa. Nadie eligió esto, nadie es cartonero porque quiere”, dijo Carlos con la mirada esquiva. A pocos metros, estaba estacionado su carro. Otra larga jornada lo esperaba por delante.