Juan Pablo Fredes es contador y músico. Pero es, a la vez, mucho más que eso: el último fabricante de bandoneones del mundo, un entusiasta que dedica su vida al objetivo de que no se extinga un instrumento que es marca registrada del tango, pero que se inventó en Alemania, muy lejos de las latitudes que dieron origen el dos por cuatro.

Fredes, que fue entrevistado con el programa A diario, de Radio 2 a propósito de la celebración del Día del Bandoneón en homenaje a Aníbal Troilo, lidera un taller en La Plata. Allí inició hace años una investigación para poder reproducir exactamente la producción de un instrumento que no se fabrica desde hace más de 70 años.

¿Cómo encaró la tarea? “Para hacer el primer bandoneón tardamos cinco años. Tomamos uno y lo desarmamos totalmente. Lo destripamos y determinamos cómo se hacía, con qué materiales, con qué se podía reemplazar lo que ya no había”, recuerda. Para esa tarea contó con la colaboración de científicos de la Universidad de La Plata y de la Comisión de Investigaciones Científicas de la provincia de Buenos Aires.

Es que, explicó Fredes, “existen manuales para hacer violines, violoncelos, pianos, lo que sea. Pero no hay nada escrito sobre el bandoneón: es un misterio”.

Antes de encarar el proyecto, Fredes fue dos veces a Alemania, a la fábrica donde se producían los bandoneones Doble A. Esa fábrica cerró en 1939, por la Segunda Guerra Mundial. Cuando los que fueron al frente volvieron las prioridades ya eran otras: “Regresaron amputados, locos, enfermos. Y las mujeres buscaban los soldados muertos para cocinar en los cascos porque no tenían ni olla. ¿Qué fábrica se puede poner con tanto dolor en ese lugar”.